Nadie duerme de verdad aquí

Verónica Pérez Arango

*

Me acerco para darte un beso. Tu barba es un nido que
recibe mis labios como las ramas secas hacen con los
gorriones. El beso no hace ruido, es parecido a un secreto
que se guarda para siempre.

*

Te acompaño mientras esperamos al cirujano. En la
habitación hay un olor dulce y los rayos del sol atraviesan
los vidrios de las ventanas. Afuera es de día otra vez. En
la clínica nadie ventila los cuartos, o al menos no vi que
lo hicieran desde que llegamos. El aire circula por tubos
adentro de las paredes y sale por rejillas incrustadas en
el cielorraso. Te miro tapado con una frazada de polar
azul. La sonda con escamas de sangre sobre la piel seca
la mano izquierda, la barba canosa y muy suave, los
párpados aceitados por lagañas. Llevás un monstruo
en el estómago que saltará en cualquier momento a tu
garganta. No vas a gritar porque siempre fuiste un niño
sumiso. También reconozco que sos un lugar común, un
padre serio, un padre rígido. Te destapo. Algo se desarma
debajo del polar azul. Músculos, piel, huesos. Veo las
hilachas de flacidez. Vomitás de nuevo, escupís sopa de
anoche, flemas. La dentadura postiza cae, irreversible, en
la palangana.

*

En el cuerpo crecen raíces, algas, flores. “Vegetaciones”,
dijo el especialista. De a poco, van cubriendo tu interior
como sábanas sobre muebles en una casa vieja. La circu-
lación de los líquidos ya no es tan rápida pero quedan los
pasillos, los pequeños cajones, los recovecos y las esca-
leras en tu cuerpo de musgo. El cirujano, pálido entre la
espuma de la anestesia, te abre y te da vuelta. Entonces
podés comprobar de qué estás hecho.

*

Sueño que el Renault 12 que manejás se interna entre los
árboles del verano, sucio por la arena de Gesell. Más tarde,
un bosque en llamas. Tu traje gris oscuro de contador
público por fin arde en la fogata. Las hojas chamuscadas
de los árboles se oyen como una sinfonía.

*

Tu forma de afecto: un brevísimo llamado telefónico
para invitarme a comer asado. «Te compré tira». Pero yo
oigo «conozco tus gustos», «me gustaría verte el domingo»,
«te quiero, hija».

*

poemas pertenecientes al libro Nadie duerme de verdad aquí, Verónica Pérez Arango (Caleta Olivia, 2021)

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