HUYENDO DE MI RAZA
Cuando en 2006 Mariano Dupont terminó un libro que nadie le quiso publicar (una especie de sátira al discurso filosófico), decidió dar un giro y “volver a ver cómo es vender un libro”. Para eso, no le hizo falta dejar de ser él mismo (su pulsión de escritura, que busca no asentarse en un estilo), sino apenas ordenar una trama, poner a interactuar los personajes y darle a todo eso dirección. Porque bajo el ropaje de una novela de argumento -que anima a que el lector se sumerja en el texto- se esconde la misma incertidumbre, la misma furia desacralizante de su obra anterior. En ese sentido, si bien Arno Schmidt es uno de los textos más legibles de Dupont, es un Dupont puro, una puerta de entrada ideal al resto de su obra, y a la vez uno de sus libros más liberadores.
Hay algo que la escritura de Dupont viene buscando hace rato, algo que excede lo conceptual o lo temático – su trabajo con la sátira, la reescritura, la gauchesca- y que tiene que ver sobre todo con lo vivo, con encontrar un ritmo, un fraseo que pierda poco a poco ese peso marmóreo que se nos viene encima al es cuchar semejante palabra: Literatura. Lo vivo es lo contrario del hallazgo, de las buenas ideas, de ser “original”; tiene más bien que ver con ese asombro ante la frase que avanza, que sucede, con eso que no para de venir al encuentro. Y para que esa lengua nos suene “natural” hay un trabajo: la escansión de la frase, el énfasis teatral de las exclamaciones, el ping-pong de los diálogos directos, y la repetición, el balbuceo, retomar y seguir. Lo importante es escuchar, dice Dupont, “ojo y oído: siempre se trata del ojo y del oído”.
La obra de Dupont tiene su anclaje en la poesía ya que ahí – como en la buena prosa- lo importante es la música. De los siete libros que hasta hoy lleva publicados, cuatro son largos poemas narrativos, pequeñas épicas satíricas (Quique, Pampa Trunca, Nanook y Marcola) donde se encuentra el germen de todo su trabajo con la lengua ( los otros son novelas: Aún, Ruidos y la que nos ocupa). Por eso, aunque el estilo de Dupont vaya mutando, transformándose de libro en libro, su escritura “se escucha”; se trata de una lengua en estado de pregunta, de tanteo, donde siempre se libra una batalla. Dupont es un observador de ambientes, de tradiciones, de mínimos estratos culturales a los que disecciona a través de sus hablas, sus tics; ahí pone el oído para mostrar lo endeble de ciertas construcciones, el vacío que esconde la fachada social. Y su arma principal es la risa, en sus libros – en este especialmente- es difícil parar de reírse. Sin embargo, hay una especie de heroicidad en los protagonistas de su literatura, una heroicidad que pasa con vivir con lo puesto, con animarse a actuar la propia épica.
Arno Schmidt, que no tiene nada que ver con el escritor homónimo –salvo que La república de los sabios, una de sus novelas, inspiró oblicuamente este relato- es el nombre de una residencia, financiada por un excéntrico barón alemán que beca anualmente a escritores con el fin de que “produzcan” un libro, a ser posible experimental. Hasta acá todo más o menos normal, salvo que la ASWER está ubicada en la Antártida , en medio de los blizzards – vientos helados de más de 200 km por hora- y que dentro de la residencia, dotada de todos los lujos y comodidades, una estructura de vidrio alberga una biósfera increíble, con monos, guacamayos, anacondas, en medio de la vegetación exuberante. Dupont tiene debilidad por los lugares extremos –la inmensidad pampeana en Pampa Trunca, una megafavela en Marcola, el sótano de Ruidos, otra vez las extensiones heladas en Nanook – espacios donde lo humano, lo cultural, quedan entre paréntesis, a veces empequeñecidos y otra veces expuestos en toda su deriva y fatuidad, como insistiendo siempre en eso más que humano, un algo que nos pierde y nos transforma.
Allá llega Dupont (sí, Mariano Dupont) a ese lugar que en su misantropía, su franqueza, vive como una cárcel. A producir su librito, su pequeña obra maestra, una reescritura del Popol -Vuh que pretende entregar lo antes posible para irse. Aunque también se divierte, bastante, y en el medio suceden cosas, de poca relevancia casi todas, aunque haya una muerte, sí, y un descubrimiento en el final. Y entretejiendo esto, pasando el tiempo, una fauna de personajes delirantes, más o menos snobs, escritores que hablan y hablan, de literatura, claro, de qué más, y el énfasis, la pose. Los personajes de Arno Schmidt tienen una vitalidad y nitidez que los hace difícil de olvidar. Gastón Picot, el director de la residencia, que luego de darle la bienvenida a Dupont le confiesa no haber leído nada de él, y amablemente le advierte el ingrato papel que le toca, vigilar que los escritores escriban: “ Nada de borrachos, ni de venir a calentar la silla. ¡Ojo con aquél que se pase de la raya!” “Lo mandamos de vuelta a Ushuaia en dos patadas”. También están Erika y Claudio, compañeros de beca, la licenciada Maribel Gutiérrez, la atractiva psicóloga que atiende los bloqueos de los escritores, o Gass, el profesor de natación, chiquito, musculoso y ganador. Pero el blanco principal está en los escritores de culto, esas vacas sagradas, reverenciadas más allá de lo que digan o hagan. La novela dispara a escritores claramente reconocibles, camuflados bajo nombres como los de Brian Pereira Dos Santos (“las quince mil dioptrías de aumento”, la experimentación devenida en “maquinita, en émulos, listo”), o Pedro Marcial Mota (feo, pelado, con su pierna “inteligente”, que despotrica contra los best seller, porque además de ganar fortunas, “quieren ensayos que analicen sus mercancías, ¿no es genial?”).
La novela alterna la narración en primera persona de la estadía en la residencia con los párrafos del texto que el protagonista va escribiendo. Y si este libro tiene algo de experimental el experimento está acá. Ver cómo se cocina esta reescritura intrusiva del Popol- Vuh donde la veta escatológica y mágica del original se llevan al extremo del delirio, añadiendo, torciendo la sintaxis, construyendo una lengua de la mezcolanza (especie de porteño, español antiguo y guatemalteco).
Y además de escribir, la relación más intensa y más sucitadora del narrador es con los animales. – quizás porque entre ellos, la ausencia simulación no ha apagado la furia y belleza de lo vivo-. Dupont ve los osos a través del vidrio, se queda fascinado mirándolos, o se arriesga a salir sólo para ver los pingüinos: “Huyo momentáneamente de la civilización, de los humanos, de los escritores. ¡De la cultura! ¡Ay! Al menos por un rato. ¡Cuánta infatuación se esconde en el corazón de los artistas! ¡Cuánta mezquindad! ¡Raza podrida! ¡Y yo entre ellos! ¡Uno más! Me alejo, entonces, de mi raza”.
Arno Schmidt es la sátira ante la impostura del arte y la literatura, “el ambiente” que Dupont conoce y del que forma parte. Reírse de sí mismo, y de paso bajar a la literatura de su pedestal, es un trabajo para toda la vida.
Los Inrockuptibles http://www.losinrocks.com/libros/resena-arno-schmidt-de-mariano-dupont#.U0lOIqJBNGc