Paraíso

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Eduardo Rezzano

 

 

Línea

Dibujé una línea e hice mil promesas de no traspasarla, pero

inesperadamente había quedado atrapado del lado equivocado.

“Error de principiante”, me dije y la borré con un trapo sucio

que encontré detrás de la heladera.

 

Ahora trabajo con volúmenes semitransparentes, que van

ocupando el espacio reservado a las telarañas y los olvidos,

y disfruto cada vez menos de la perfecta proporción que me

ofrecen mis precarios conocimientos de geometría, robados a

la infancia

 

 

Vecinos

Cada mañana me despierta

el cuchicheo de los vecinos

 

se han tomado la costumbre

de saltar el tapial

y cuchichear en mi patio

 

Los escucho a través

de la persiana baja

mientras dudo si debería

salir a espantarlos

con gritos y palos de escoba

 

Cuando por fin me decido

por una actitud amistosa

y aparezco con la pava y el mate

me encuentro con que se han ido

 

Una vez me faltó un malvón

otra la regadera de lata

aquella que pretendían mis primos

cuando murió el abuelo Ismael

 

 

Animales mitológicos  

“¡No podemos dejarte diez minutos! ¡Siempre es lo mismo!

¡Siempre, el mismo desastre!”

 

Más o menos así sonaban los gritos de la casa del fondo. No

sé si le hablaban a un nene, a un perro, a un cerdo, a un jabalí,

o a un escarabajo. Nunca lo pude saber porque en la casa

del fondo no vivía nadie –estaban todos muertos.

 

 

Un sueño

Esta madrugada soñé que ya era la mañana siguiente y que

un amigo al que había visto a la noche estando despierto

había muerto. En el sueño le avisé a otro amigo, muerto en la

vida real, y juntos fuimos a la casa del fallecido a cerciorarnos

de que mi información fuera correcta. Él me preguntó

cómo me había enterado de la triste noticia, y le contesté que

lo había soñado.

 

Eduardo Rezzano nació en 1968 en La Plata. Es escritor y músico. Publicó los libros de poesía Ningún lugar (Canto Rodado, 1999), Gato barcino (Barcelona, Lumen, 2006), no fábulas (Vox, 2010), Alcohol para después de quemar (Fuga, 2012 / Zindo & Gafuri, 2014 / Kriller 71, 2016), Caligrafía (Amargord, 2013), Nocturna (Zindo&Gafuri, 2016) y Paraíso (Malisia, 2018) al cual pertenecen los poemas aquí presentados .

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Nada de esa conmoción va a notarse

Camozzi Daniela, foto

Daniela Camozzi

 

Nada de pequeños tropiezos

 

A las piedras razonables

suelo esquivarlas:

al cabo de los años

algo he aprendido.

Con las más voluminosas

me tiento.

Se apodera de mí

un arrebato

y en vez de buscar

el camino más seguro

ahí voy estúpidamente

a saltar ese peñasco.

Nunca caigo bien parada.

Esta rodilla, la izquierda,

de nuevo se estrella

contra el pavimento,

termina magullada.

Ahora que han inventado

desinfectantes invisibles,

ya no ando por ahí,

chorreando aquel líquido ocre

de los primeros hospitales.

Pero solo he ganado discreción

para mi lastimadura.

Quizá ya sea tiempo

de abrazarla:

seguramente

hay cosas peores

que vivir saltando

piedras imposibles

y siempre caer mal.

 

Esta herida obsesiva,

eterna,

es solo mía.

 

 

Harta de mi insistencia en hincar

 

la rodilla en la tierra,

mi piel decide

sanar a su modo

y estrena

colores insospechados,

hileras de escamas.

 

No parece ser cicatriz

que quiera irse.

Es más bien un mojón,

una advertencia

indeleble.

 

Basta ya,

de dejarte

caer así.

 

 

Hay que andar como si una

 

finísima cuerda te tirase

desde la coronilla para elevar

y enderezar la espina,

cada vértebra.

Así, se centra la cadera,

el vientre se relaja

y se adelanta

el coxis.

Estirada por fuera

los ojos se cierran

casi solos y una siente

que cae

dentro de sí,

que flota un poco.

¿Alguna vez podré lograrlo,

me pregunto

hecha un nudo de mí,

como el tronco de una higuera,

como esos pequeños átomos

que se armaban de chica

en las costuras,

cualquier cosa menos

una estilizada caminante?

¿Ninguna fibra

tensándome por fuera,

ningún efector interior

de flotación?

 

Daniela Camozzi nació en Haedo, Buenos Aires, en 1969. Publicó los libros de poemas: La felicidad ajena (Huesos de Jibia, 2008), Mones Cazón (Ediciones del Dock, 2015), El amor en Blade Runner (Espiral 6, 2016) y La brecha que existe entre los cuerpos (Baltasara Editora, 2018) de donde se extrajeron los poemas presentados. Tradujo a Joseph Brodsky, Muriel Rukeyser, y Amy Lowell, entre otros. Coordina talleres de poesía y otras actividades en  el Centro de Integración Frida para mujeres cis y trans en situación de calle. Integra el colectivo artístico Espiral 6 y la organización social feminista No Tan Distintas.