Diario nocturno

Ennio Flaiano imágen




Fin de la jornada en una obra. Los peones salen con un maletín de cuero bajo el brazo. Adentro están los pantalones de trabajo, una botella vacía, el jabón. Parecen abogados que abandonan el Palacio de Justicia. El maletín es su conquista elegante y tangible. Así no se sienten obreros, sino pequeños profesionales. Solo los artistas quieren parecer obreros.

Viene alguien a pedirle que le encuentre un puesto. No pretende mucho: le bastan cincuenta mil liras por mes. Trato de explicarle que pide demasiado: en Roma los empleos de cincuenta mil liras son muy codiciados y ahora es imposible encontrarlos. Yo también he intentado, aunque en vano, conseguir uno. En cambio, hay disponibles muchos puestos de cuatrocientos, quinientos mil, incluso de un millón; pero uno debe hacérselos ofrecer, nunca pedirlos. Con fría paciencia lo conseguirá. Me mira sin entender. Acabo de revelarle uno de los más delicados secretos romanos y cree que le tomo el pelo.

Familia de padre conservador, hijo mayor comunista, hijo menor fascista, madre monárquica, tío cura, hija mantenida y apolítica: desafían toda probabilidad. Mahoma dice: “La variedad de opiniones es una señal de la benevolencia divina”.

Querer es poder: la divisa de este siglo. Demasiada gente que “quiere” solo es dueña de la voluntad (no la “buena voluntad” kantiana, sino la voluntad de la ambición); demasiados incapaces tienen que afirmarse y lo logran sin más actitud que una dura y opaca voluntad. ¿Y a dónde la encaminan? Muy a menudo, al campo de las artes, que hoy en día es el más vasto y ambicioso, un Lejano Oeste donde cada uno hace su propia ley y se la impone a los comisarios. Ahí, su voluntad desenfrenada puede pasar por talento, por ingenio, en cualquier caso por inteligencia. Así, estos desesperados que no tienen grandeza de corazón ni de mente viven en la ebriedad de figurar, de exhibirse, aprenden algo fácil, rehacen a veces los versos de algún maestro electivo, que los desprecia. Luego administran con avaricia sus pobres fuerzas, siguen las modas, se mantienen al día, siempre aterrados de equivocarse, prestos a las fatigas de la adulación, impasibles ante cada rechazo, feroces en la victoria, suplicantes en la derrota. Hasta que la Fama decide acostarse con ellos por cansancio, una sola vez, como para quitárselos de encima.

La mujer camina de un lado a otro bajo el farol. Piensa en el verano y piensa en su hijo. En eso uno se acerca, y juntos se dirigen hacia la oscuridad del parque. Para vencer la incomodidad, el hombre habla, se muestra gentil. La mujer le pregunta a qué se dedica. Tras la respuesta calla un momento y, mientras el hombre la abraza, suelta un largo suspiro. “Por casualidad –dice-, ¿no conoce a nadie en las colonias marinas?”

En mis retratos infantiles siempre me sorprende una mirada de reproche, que no puede estar dirigida sino a mí. Yo sería la causa de su futura infelicidad, él lo presentía.


Ennio Flaiano
Fragmentos de Diario nocturno –cuadernos 1946-1956–
Trad Martín Schifino