Francisco Garamona

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Un gabinete móvil

 

El colectivo avanza por la ruta
iluminando todo lo negro del camino,
árboles ladeados que crecen
con sus troncos negros,
las palmeras que el viento agita
con un ritmo tropical.
Voy por las rutas de la provincia de Corrientes
y viajo para Entre Ríos, el lugar donde nacieron
tantos poetas queridos, como Juanele,
Mastronardi, El Zela y Daniel Durand.
Quiero decirle algo a la chica que viaja a mi lado
pero me callo, miro por las ventanillas
el paisaje negro, lleno de vegetación
y escucho el grito de un mono
que me da su adiós.
Si bien ciertas cuestiones
que ahora sería tedioso enumerar
precipitaron este viaje,
no tengo resentimiento, ni odio, y sí gratitud:
adivino tras la línea de unos primeros ranchos
a unos gauchos que se cuentan historias
increíbles alrededor de los restos de un asado.
Veo una placa de insectos sucesivos
aplastados contra los vidrios, a una
mariposa negra con dos calaveras en las alas
y una minúscula cabeza de ojos muertos.
Un enano de anteojos espejados camina por el pasillo
con un paquete de papas fritas bajo el brazo,
pega un salto para llegar hasta su asiento
y después se pone a comer las papas ruidosamente
mientras lee un diario deportivo.
Pasamos por una estación de servicio,
hay putas paradas en la ruta
que hacen señas a los autos.
Veo palos borrachos, el cartel de una gomería,
y el salón de un comedor con miles de bichos
que revolotean alrededor de los tubos fluorescentes.
Naranja, verde, amarillo, azul, plateado:
los colores que se recortan
contra lo negro del aire.
Arriba está la luna
cabeceando hasta el amanecer
como los mendigos que deambulan por la noche,
esperando el día para poder dormir,
y cuidándose del ataque
de otros mendigos más violentos
que los roban o directamente se los cogen.
La noche es una sanción para todos.
La chica que va sentada a mi lado se durmió
y yo al ver cómo movía los párpados
empecé a imaginar lo que estaría soñando.
Va a Santa Fe para ver a su padre
que está internado y bastante mal.
Me contó que viene bajando desde el norte de Brasil
y como no le alcanza la plata para un avión
todavía tiene un largo trecho por delante.
Yo que viajo por aburrimiento me siento un poco frívolo
y no quiero preguntarle nada. Pienso en su padre,
en el mío y en los de mis amigos
y me acuerdo de Fabián y de su hermana que
tenían un padre muy anciano
que cuidaba una gran casa de campo
donde había un molino al que Fabián
le tiraba en las aspas con un rifle de aire comprimido.
Los padres eran como máquinas que salían
de adentro de un granero cubiertas de paja
que no se sabía bien que utilidad tenían;
o como esa locomotora de fuselaje negro
que divisé desde la ruta mientras se alejaba
por una curva de la vías para aparecer
más adelante bajo los tinglados de un galpón
con su única luz parpadeante,
que hacía signos. Los padres eran
iguales a esos obreros que intentaban desmontar
El gran vidrio de Duchamp bañado en lágrimas
mientras se internaban en el misterio.
Pero, ¿existían los padres para nosotros,
esa noche? ¿El enano que un rato antes trituraba
con sus mandíbulas puñados de papas fritas
tendría hijos? Yo pensaba que sí.
Y mientras lo observaba íbamos pasando
por los primeros palmares cubiertos de yaguaretés,
muy cerca del aura rosada del Paraguay
formando una cadena que se hundía
entre las fuerzas de la “i” final del agua
para llegar al nacimiento de otros ríos.
Había una tumba entre las hojas,
con una cruz de palo atada con alambre.
Pude verla un segundo y después la olvidé.
Todo viaje es siempre hacia el pasado.
Lo saben los murciélagos que vuelan contra el viento
haciendo chasquear sus alas.
Me duermo mirando la luz de las estrellas,
cada una tan cerca de la otra que parecen
las casas de una provincia vistas desde un helicóptero.
En Entre Ríos me esperaban mis amigos
con sus novias y me habían prometido
encontrar una chica para mí.
Eran todos soldados de la nueva poesía.
Y después de que cerraran los últimos bares
iríamos andando por las calles vacías
hasta el río cruzando el Parque Urquiza
y al nadar miraríamos el cielo
para ver crecer los pinos de la luna.

de Neón sobre las nubes (Universidad Nacional del Litoral, 2012)