*
Abre sus ramas, sus cabellos
de colores. La araucaria amanece
cantando.
*
Días soleados de primavera,
el paraíso está listo
para salir.
*
En su mundo
de ojos abiertos, una nube pasa
flotando.
*
Hermosa nube
sobre mi cabeza. Hoy seré
tu sombra.
*
La reconozco. Llego
a mi casa. Mi madre en el jardín, altísima
la araucaria, la casa
no es la misma de antes.
*
La nube es una flor
que arrancó
sus raíces.
*
¿También somos hermosos?
En nosotros la noche, camina envuelta
en aroma a jazmín recién cortado.
*
En el camino que dejó la lluvia,
hundo mis zapatillas, saltan
las ranas.
*
Dueña
de una paz
suprema, siempre
encuentra
la nube
los modos de decirnos
cómo somos.
*
Como una rana, debajo
del puente, el agua
salta, es viento.
*
Rapidísimo
baja un pájaro y picotea
el río.
Así suenan palabras queridas.
*
En silencio el poeta lee.
En la habitación la luna crece
escondida.
***
Fabián Herrero: Santa Fe, 1965. Profesor de Historia (UNL), Doctor en Historia (UBA), Investigador del Conicet. Profesor titular (UADER, sede Paraná). Publicó como historiador más de diez libros. También «Selección poética Santa Fe al norte» junto a Alicia Acosta y Roberto Aguirre Molina. En la década de 1980 formó pare de los talleres de Hugo Gola y también los dirigidos por Edgardo Russo y Juan Manuel Inchauspe. Ha publicado 13 libros de poesía, entre otros: Quién no le tiró una piedrita al mundo, Poemas 1988-2018 (Alción, 2020), La luna tiembla en mi cuerpo de agua (Barnacle, 2021) y Días como perros (Barnacle, 2022)
Pudo ser el amanecer o la tarde, pero no era nada de eso.
Se trataba del límite del monte,
y en esa playa que daba al río
el límite era una chispa que salpicaba la oscuridad.
Porque en la noche el espíritu del monte dice
“Visionario sereno, te entrego estas imágenes”,
y su decir es una explicación de algún misterio,
y ese misterio es parte de su espíritu,
cerrazón donde los monos se aparean,
donde el puma caza, y la lampalagua hace la digestión.
En el monte las luciérnagas se sonrojan y se ocultan,
discretas ante la levedad de la corzuela.
Y en el monte las lechuzas desenrollan
la sabiduría de la oscuridad,
de lo que no se comprende pero se presiente.
“Visionario sereno, te entrego estas imágenes”.
Y un pavor llenó mi alma. Y los espíritus hablaron por mi boca.
Y temblé y tuve odio, y tuve hambre y pena,
y me arrastraba moribundo por mi propia premonición.
Yo era el monte, y entraba en mi agonía,
desahuciado, hundido, terriblemente solo,
abandonado en la soledad de lo que muere.
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Espíritu peligroso (Tokhan)
¿Cuántas veces peleamos?
¿Cuántas veces, vencido, vi derrumbarse el techo
mientras las manchas se diluían en mis ojos
y la ceguera paralizaba mi entendimiento
y los árboles morían en un chasquido inexplicable?
¿Y cuántas veces logré expulsarte, espíritu peligroso,
serpiente de mil nombres, acechante veneno para el talón desprevenido?
Yo agradezco la batalla, y escupo para ver en los ojos del mensajero,
el mismo que dijo con voz de gorrión:
“Viene el día, y con él el momento de la prueba”,
o “Viene el anochecer, y en su regazo el insomnio de la duda”.
Una vez fue un colibrí lo que aleteó en mis ojos,
mensajero de fragilidad inaudita, de fortaleza meteórica,
y con cada aleteo el peligro aminoraba
y se fortalecía la victoria del astuto.
“¿Por qué duelen las pruebas?”, pregunté al mensajero,
antes de que vos, espíritu peligroso, volvieras traicionero a emboscarme.
Porque tus golpes tienen dureza de algarrobo
y engañan el corazón como la aloja.
Porque tus golpes son remolinos,
viento despeinando la certeza de la bondad del hombre.
Porque tus golpes arrinconan, como la hormiga que destroza al pichón caído,
como el agua desbordada que carcome la madera, pudriéndola de a poco.
Pero aquí estoy, espíritu peligroso, intacto y desafiante,
sobreviviendo a todos tus embates en el aletear de un gorrión, de un colibrí.
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Pasionaria (Samokitaj)
Nubecita que llovés en mis ojos,
ventisca que escupís el arenal para que vea,
así te encuentro, mensajera del furor
y me desarmo en gorjeos,
como si un pajarito te cantara.
Después viene el enojo,
el hombro levantado de la ternura
que me hace desbaratar la previsión,
y luego del enojo, pastizal comido por el fuego,
la delgada inocencia de una boca que dice:
“Cantorcito desalmado que me hacés de tu séquito,
yo te enciendo en la ventisca arenosa
para que me veás y logrés encontrarte,
esforzado rastreador, vos que no sabés de tu presa
más que el sonido de las ranas, el sonido de la tormenta,
esa que viene, agua de río, para hacerte escarmentar”.
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El dueño del pescado (Woch´otey)
El pescado vino a decirme:
“No tendrás los ojos abiertos
hasta que mi dueño hable en mí”,
y comprendí el designio del espíritu que habla en el pescado,
y fui llamado por mi nombre a orillas de ese río.
Antes de ser yo era una burbuja que salía de las branquias,
aceite sobre el barro de la profundidad,
cadáver de animal que lleva la corriente.
Antes de ser yo, era la turbiedad del río.
Así encontré mi nombre:
sagacidad pulida en lo profundo,
extendida en la red, puesta en la lanza,
arrojada en el destello a la promesa.
Y fui yo en el banquete del nombre devorado,
y el dueño del pescado habló por mi cadáver
alimentando la tierra con el resplandor de mis escamas.
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Paraje (El Suri Porfiado 2022) de Carlos J. Aldazábal tiene una dimensión celebratoria que de apoco desagua en la tristeza de un mundo que parece irremediablemente perdido. Poesía antropológica dice la contratapa, pero creo que se trata simplemente de poesía, una que nos religa a la energía deslumbrante y terrorífica de la naturaleza y las cosmovisiones que la sustentan, arrasadas ambas día a día sin el menor escrúpulo. Es el tipo de poesía que nos ayuda a ver, a volver a escuchar en un mismo sonido lo que hubo, y lo que todavía resiste.
Como en Nadie enduela su voz como plegaria (2003), referido al genocidio padecido por los selknam de Tierra del Fuego, los poemas de este libro se nutren del profundo, maravilloso universo del pueblo Wichí, los parajes del Chaco salteño, el saqueo de su hábitat, las violencia que sufren las mujeres. El libro obtuvo el primer premio del FNA 2021.
sobre El método del discurso, Fabián O. Iriarte (Tren Instantáneo, 2022)
El método del discurso, de Fabián Iriarte, podría tener como subtítulo “el libro de las asociaciones”, o bien “de las metamorfosis”, aquellas que el lenguaje opera en las palabras y las cosas. Nada es en este libro caprichoso ni aleatorio, como no lo es tampoco en la imaginación, que responde a lógicas sutiles, muchas veces cercanas a algo más parecido al magnetismo o la intuición. Descartes escribió su famosas Reglas en las que aconsejaba reducir gradualmente las proposiciones complicadas y oscuras a otras más simples para después, partiendo de la intuición de estas últimas, “elevarnos por los mismos grados al conocimiento de todas las demás”. (Regla V, R. Descartes, Reglas para la dirección del espíritu)
De algún modo Fabián Iriarte invierte la proposición cartesiana. Es el lenguaje el que dejado en libertad busca lo que le co-responde. Solo hace falta mano y oído, hace falta saltar la represión del sentido común para que él mismo (el sentido común) nos muestre su belleza, su disidencia, hasta llegar a ser esa “cosa con plumas” con la que Emily Dickinson, recluida en su habitación de Amherst, creyó identificar a la esperanza.
El método del discurso se compone de cincuenta discursos que rompen con las divisiones genéricas; son poemas en prosa, microensayos, fábulas dadaístas, relatos breves, digresiones borgeanas, saberes al servicio de la sorpresa (y la gracia).
“Mucha gente se preocupó por encontrar soluciones a la pérdida y el desconcierto. Se idearon regulaciones, normas e instrucciones para que el espíritu sepa qué hacer”. Esas “Reglas para la dirección del espíritu” que Descartes buscó con ahínco, tienen en el libro de Iriarte una singular apropiación. El espíritu se mueve, y se mueve según correspondencias, según las resonancias que crea su complejo instrumento asociativo. No se trata ya del discurso como serie perceptiva para erigir un método de conocimiento, sino uno que sea capaz de generar sus propias reglas, reglas que difícilmente puedan fijarse, ya que justamente lo que hace la poesía es recrearlas a cada paso, usarlas como escalón o plataforma para saltar más lejos, para ir más allá.
Mezclando erudición, autobiografía, registros varios, pero sobre todo hilvanando magistralmente las perlas del collar significante, mostrando que las palabras, los objetos e ideas pueden desdoblarse y volverse a plegar cual origamis, creando especies nuevas, criaturas nunca vistas – aunque geométricamente irrecusables, completamente lógicas- esta colección de breves parlamentos asume naturalmente la idea de lectura como acto de la inteligencia, de reivindicación imaginativa, de ampliación del campo de batalla.
Mario Nosotti
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El método del discurso / 6 poemas de Fabián O. Iriarte
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DISCURSO SOBRE LAS TRANSFORMACIONES DEL AGUA
El agua sale de un pequeño agujero en la punta del pene. Por la misma abertura sale el semen, que alguien llamó “la semilla de la vida”. Las semillas necesitan agua para germinar. El agua cae encima de anchos campos, en forma de lluvia. Dicen algunos mitólogos que la lluvia es la orina de Dios. Dios hace pis. Dios llueve; llovizna, chubasco, garúa, precipitación.
La orina también es “lluvia dorada”. El pis convertido en oro. Algunos desean beber la lluvia de oro. Oro y orina son dos palabras. Hay una semejanza entre ambas. El dios Zeus entró a Dánae convertido en lluvia de oro. Finas gotas doradas que dibujan una cortina en el paisaje. Como las rayas de oro que iluminan las pinturas renacentistas. Filigrana diminuta. Algunos se equivocan y dicen “orín”. El orín es el oro de la oxidación. Es la representación del pasado.
Nuestros cuerpos nunca están en el pasado. Somos 80% de agua y el agua fluye constantemente de nosotros: sudor, lágrimas y orina. El agua fluye y huye. El llanto es la orina de los ojos. Lloramos y hacemos pis. Transpiramos bajo el oro del sol. El cuerpo expulsa agua y recibe agua sin cesar: bebemos agua, hacemos agua. En inglés, “hacer agua” significa orinar. Los barcos también hacen agua cuando se hunden. Se hunden y se funden con el agua. A veces los barcos orinan negro; otras veces, dorado. El petróleo es el oro negro que se derrama sobre un amplísimo cuerpo de agua: el mar. El mar es la orina del planeta terrestre.
Nunca nos bañamos en el mismo mar. En el mismo río. Heráclito mismo bebía agua y orinaba. Yo lloro cuando me siento triste. Un 80% de mi cuerpo se derrama. Todo cambia, todo se transforma. El agua es agua, río, mar, océano. Es orina y transpiración, lágrimas y perlas. El discurso, también, fluye como el agua.
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DISCURSO SOBRE ISABELLE HUPERT
Esta actriz francesa hace una mueca asaz ambigua, que he detectado en varias películas. Me encanta su actuación, me encantan los personajes que interpreta. Comparto esta fascinación con un amigo.
En cuanto a mí, el número dos parece ejercer una atracción inexplicable. Por ejemplo: distingo dos clases de instintos. Uno está en nosotros en cuanto hombres y es puramente intelectual. El otro está en nosotros en cuanto animales. El alma siempre piensa, piensa siempre.
La razón por la cual creo que el alma piensa siempre es la misma que me hace creer que la luz luce siempre. Aunque no haya ojos que la miren. Cuando voy al cinematógrafo, las luces se apagan. Aparece la actriz francesa. La luz luce siempre. ¿Ves?
Busco los signos que usamos para demostrar nuestras pasiones. Todas las noches tenemos mil pensamientos.
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DISCURSO SOBRE LA EBRIEDAD
Según la teoría lingüística (y didáctica) de Descartes, “Cuando se aprende un idioma se agregan las letras o la pronunciación de ciertas palabras, que son cosas materiales, a sus significaciones, que son pensamientos”. De esta manera, concluye el pensador, “cuando uno oye después de nuevo las mismas palabras, concibe las mismas cosas; y cuando uno concibe las mismas cosas, vuelve a recordar las mismas palabras”.
Toma una cosa por doble, como a menudo sucede a los ebrios. Gran ejemplo del esprit de géométrie, opuesto al esprit de finesse, en perfecta simetría.
Las palabras se conciben. Las mujeres y los hombres conciben niños. La virgen concibió, dicen en Irlanda, un niño divino y lo parió a través de su oreja izquierda. Otra señora fue llovida con esperma de oro, finos hilos que cayeron como gotas en su vientre. “No, no estoy ebria, Brett Butler”, “No, no estoy ebria, Brett Butler”, decía una bombera borracha que veía doble y negaba doble. Mantengamos un poco de gracia bajo el fuego.
Por ejemplo: “el agua fluye y huye”, “huye y fluye el agua”, “la orientación es siempre importante”, “importante siempre es la orientación”, “cambia el principio de los textos sagrados”, “de los textos sagrados el principio cambia”, “el alma siempre piensa”, “piensa siempre el alma”. Y así sucesivamente, hasta que la resaca del lenguaje se calme.
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DISCURSO SOBRE LA PALOMA VOLADORA
Decimos que “volamos con la imaginación”. La poeta Emily Dickinson, que vivía solitaria y recluida en una habitación del primer piso de la mansión familiar, en Amherst, Massachusetts, y que se cosía sus propios vestidos de sarga blanca, creyó que la esperanza era una “cosa con plumas”. Un pensador francés del siglo XVII escribió una serie de “reglas para la dirección del espíritu”, ya que para esa época el espíritu había perdido su camino y no sabía adónde ir.
Mucha gente está preocupada, casi desde la prehistoria. Mucha gente “se preocupó”, como decimos en otro sentido, por encontrar soluciones a la pérdida y el desconcierto. Se idearon regulaciones, normas e instrucciones (no son sinónimos) para que el espíritu sepa qué hacer.
De las actas urológicas, sabemos de Friedrich von Knauss, relojero y mecánico de Francisco I, emperador de Prusia, que impresionó a los cortesanos y al monarca, en 1760, con un autómata escritor. El espíritu se había liberado de la esclavitud de la mano. O del pato de Vaucanson, uno de los más ingeniosos inventos de la Antigüedad; pero no es necesario que nos detengamos en eso.
Arquitas de Tarento construyó una paloma de madera que se sostenía por medio de contrapesos, se movía mediante la presión del aire y rotaba por sí sola gracias a un surtidor de agua o vapor.
Urracas de madera, catapultas automáticas, órganos que emiten los sonidos del agua, clepsidras con impulsos del tiempo, la “máquina del fuego”, aspas de molino en ebullición, príapos que arrojan chorros de perfume, monos que piden limosna, gatos cazarratas, las máquinas yantras del príncipe hindú, compuertas musicales, el Gallo de Estrasburgo, el papamoscas de la catedral de Burgos, el león mecánico de Da Vinci, el hombre de hierro de Alberto Magno, la rueda perpetua de Villard d’Honnecourt, la cabeza parlante de Roger Bacon (la lista es infinita), personas que no pueden dejar de hablar. Entonces, ¿adónde va el espíritu?
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DISCURSO SOBRE LAS LAGUNAS EN EL MANUSCRITO
A menudo se hallan agujeros en la mente. Quizás había una piedra que se extrajo, como lo prueban las antiguas pinturas flamencas. Otras veces son agujeros de memoria, que la felicidad—si es súbita, incompleta, levemente lila—puede restañar. Otras veces, por fin, hay lacunae en los manuscritos. En las profundidades de la laguna, el agua está mezclada con el lodo y los desechos deshechos de miles de flores, pasto, barro, animales muertos o heridos.
Hablando de la ficción y la verdad, del poder y la nada, Descartes se sintió impelido a guardar el secreto, poniendo el mensaje en código. El receptor debe proceder a descodificarlo a fin de entender lo ininteligible o lo abstruso. Por instancia, en su correspondencia de marzo de 1638: “No me parece que sea una [efe i ce ce i o con tilde ene], sino una [ve e ere de a de] que nadie debe [ene e ge a ere] que no hay [ene a de a] que esté más enteramente en nuestro [pe o de e ere] que nuestros pensamientos”. El miedo genera grandes impulsos. Queremos que nos comprendan, pero no en demasía.
En la persuasión, no queda una razón que no pueda impulsarnos de nuevo a la duda. A veces es imposible discernir mensajes verdaderos de los que sólo tienen de tales la figura.
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DISCURSO SOBRE EL MÉTODO DE LA LOCURA
Se depositan semillas de verdad en los seres humanos, piensan unos. Otros dicen que son innatas a nuestros espíritus: mentibus nostris ingenitae.
Hablando con el príncipe de Dinamarca, que hacía juegos de palabras con aviesas intenciones, el patriarca Polonius pensó para sí (imaginen que se aparta de su interlocutor, va a un costado del escenario, se acaricia la barbilla y dice en voz con unos tonos más bajos, como es de costumbre en el artificio del aparte): “Though this be madness, yet there is method in’t”. La locura tiene método. Sí, señor. Por ejemplo: video meliora proboque, veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor. He ahí un camino para llegar al desastre. Todos necesitamos la fórmula que nos lleve al desastre.
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Fabián O Iriarte. Laprida, Buenos Aires, 1963. Reside en Mar del Plata. Doctor en Humanidades (University of Texas at Dallas, 1999), enseña literatura comparada en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Algunos de sus libros de poesía son Devoción poe azar (Bajo la luna, 2010), Las confesiones (Huesos de Jibia, 2012), Litmus test (UNJ, 2013), El punto suspensivo (Letra Sudaca, 2014), Sópola temprer (Baltasara, 2017), Al comienzo era solo un murmullo (EUDEM/UNL, 2017), Pocas probabilidades de lluvia (El jardín de las delicias, 2021). Los poemas aquí publicados pertenecen a El método del discurso (Tren instantáneo, 2022).
COMO SI NOS ALIMENTÁRAMOS para achicar el vacío: coreografía de pájaros sobre el despeñadero. Sofocación de las cosas que suelen regodearse en el goteo del tiempo: los corazones se alivianan, las piernas se estrechan, los dedos van a la boca. Insomnes por falta de la sustancia que los ángeles llevan en los ojos, desayunamos un sol impío: distorsivo y sediento como el nudo en la garganta que logramos derrotar a fuerza de tallar besos. Me conducís por bellas perversiones, como si la inocencia fuera un ardor perfumado que vas achicando a mordiscos. Así montás sobre mi exceso, así practicás la continencia con una reserva de fatigas que se parece a la maldaD.
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EL INSTRUMENTO QUE TEMPLARÍAS TIENE CUERDAS. En mi cuerpo alguna sustancia causa la pericia de tus dedos. Pero no habrá música por fuera de la naturaleza indómita de la piel. El instrumento a forjar, te lo digo entre besos, tendría algo de molino, algo de arca, algo de ventana. Algo de aquello que captura lo que no queremos perder. La música que habrá, te lo digo contra el cuerpo, va a hablar de una noche incrustada en un reino desconocido y nuestrO.
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UN PEZ ENORME ME HABITA cuando ponés la voz encima de lo que decís, encima de lo que podés, encima de lo que me hiciste. Un pez abisal remueve los fondos y hace ruidos en tu cabeza, rodea un árbol mojado que echa sus raíces entre tu sombra y mi sombra. Un pez lento espesa la hora y te maldigo llena de ganas, muerdo turbación en tu nombre. Un pez voraz toca los límites y sacude las noches expropiadas en lo que espesa las fibras de mi derrota: me comés el aire, me molestás todo el cuerpO.
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CON LA LENGUA LABRO UNA LLAVE que abrirá tu último juguete, la compañía de tu enfermedad. Con la lengua labro una llave que romperá la voz de tu madre, el tono mayor de la enfermedad. Con la lengua labro una llave y la acerco al lugar de estar enfermo, tu casa. Después será como si huyéramoS.
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NOS VAMOS CONTANDO LA HISTORIA. Metiste mi cuerpo en tu sueño como puse los ojos en tu boca, apuntando para errar. Tenemos que poder: rasgar apenas los contornos que son el cuerpo, contar con la confianza, ser el ruido de nuestros nombres sin pronunciar. El perfume que me olés viene del recuerdo, algo de tu silueta antigua es lo que suelto en la pared. Nos ofrecemos sin saber: turbia mansedumbre para ocultar las pequeñas desapariciones en el error de los cuchillos, somos cosas con filo que restallan para hacer un quiebre en la cerrazón larga, cosas con filo que chocan para sacarle al daño un segundo de luZ.
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ESPERANDO QUE SUENE LA NOCHE. Un crujido como el que hace mi cuello cuando se pliega, tallo sediento, para chuparte mejor. Un estrépito como el golpe de tu vientre, oleada, embate, desmoronamiento, contra mi vientre. Un chasquido, lengua invasora contra lengua invadida, como para tallarle un canto rapaz, un hambre nueva. Reescribiendo una canción de cuna para dos que no se duermen. Oler, nos olemos. Lamer, nos lamemos. La justa operación para quitar el hierro que nos dejó la resaca de tanta noche y malas humedades. Tengo en la mano tu mano y así, jinetes insomnes, colmamos la boca de puentes, nos llevamos a componer, para vadearlo, un ríO.
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TREPADO SOBRE LAS PALABRAS que pongo en el aire, trabajás a la altura de mi oído: fina orfebrería, tus manos tomadas por una obsesión del ritmo, armar la guitarra que hace sonar los árboles más grandes de tu infancia con el mismo viento del día antes de la peor de tus tristezas. Alzada en el aire que pongo en las palabras, trabajo detrás de tu oreja: vertedero insistido, mis labios entregados a la extracción del ritmo, consumar la guitarra que hace sonar las piedras con las que tropecé y sobre las que ahora te acuesto. Todo lo que nos damos con el cuerpo será poesía, toda conquista será sobre la bocA.
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BEBÉS DE MI FÁBULA mientras me inclino a alzar la tuya: asistir a un pájaro ciego para que arme, rama a rama, un nido. Pongo ahí la lengua: el viento y otras fuerzas vendrán a llamarte. Tiemblo, bañada por otra luna. Armo un accidente geográfico en mi nombre. Tropezás, haciendo encallar, remo a remo, un barco roto. Ponés el pulso: la enfermedad y otros vicios vendrán a buscarme. Apretás los dientes, encandilado por otro sol. Nos damos enredados en una corriente no sabemos si de aire, de tierra, de agua o de fuego: el placer es un crecimiento vegetal en la orillita de los desiertoS.
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MORDÉS CON LA DESPIADADA VORACIDAD de un niño: mi cuello, mi poesía, nuestras manos, todo lo que crece con la sombra. Mirás y mirás dentro de mis ojos como si no hubiera un espejo más tuyo, como si no encontráramos profundidad mejor donde sumergirte. Te muerdo y te miro: escribo como si te cantara con las manos, como si con la lengua te corrigiera la puntuacióN.
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USABAN LA CENIZA para simular una lluvia y encerrarse. No sabían vivir, pero sí mover la tierra con sus árboles. Desnudos de los nombres que les dieron, usaban el encierro para inducir la lluvia y tornarse otra ceniza. No sabían vivir, pero sí capturar esa lastimadura prodigiosa que hace sobre los cuerpos la entrada del díA.
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Yanina Audisio nació en 1983 en Río Cuarto, Córdoba, Argentina. Es licenciada en Psicología y magíster en Salud Pública. Coordinó el grupo Las Puntas del Clavo, presentaciones de textos literarios con formato escénico. Es responsable del blog sobre difusión literaria Inventar un pájaro, donde publica textos difíciles de conseguir. Sus traducciones en español de poemas en inglés se pueden leer en diversos medios como Abisinia Review, Santa Rabia Magazine, Otro Páramo y La Otra. Ha publicado los poemarios La noche en los perros (Expreso nova, 2013), La boca y su testigo (Primer premio 7mo Concurso de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares, 2014), Piedras, papeles, tijeras (Ediciones en danza, 2016), Bajo poncho (Al filo Ediciones, 2019), Cielo sobre el charco (Salta el pez Ediciones, 2019), Paragüería y otros poemas (infantil, Garza de Papel Ediciones, 2021) y Sol por un rato (Mención Honorífica Convocatoria 2020, Nueva York Poetry Press, 2021). El libro de cuentos Rancho aparte será publicado próximamente.
Me acerco para darte un beso. Tu barba es un nido que recibe mis labios como las ramas secas hacen con los gorriones. El beso no hace ruido, es parecido a un secreto que se guarda para siempre.
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Te acompaño mientras esperamos al cirujano. En la habitación hay un olor dulce y los rayos del sol atraviesan los vidrios de las ventanas. Afuera es de día otra vez. En la clínica nadie ventila los cuartos, o al menos no vi que lo hicieran desde que llegamos. El aire circula por tubos adentro de las paredes y sale por rejillas incrustadas en el cielorraso. Te miro tapado con una frazada de polar azul. La sonda con escamas de sangre sobre la piel seca la mano izquierda, la barba canosa y muy suave, los párpados aceitados por lagañas. Llevás un monstruo en el estómago que saltará en cualquier momento a tu garganta. No vas a gritar porque siempre fuiste un niño sumiso. También reconozco que sos un lugar común, un padre serio, un padre rígido. Te destapo. Algo se desarma debajo del polar azul. Músculos, piel, huesos. Veo las hilachas de flacidez. Vomitás de nuevo, escupís sopa de anoche, flemas. La dentadura postiza cae, irreversible, en la palangana.
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En el cuerpo crecen raíces, algas, flores. “Vegetaciones”, dijo el especialista. De a poco, van cubriendo tu interior como sábanas sobre muebles en una casa vieja. La circu- lación de los líquidos ya no es tan rápida pero quedan los pasillos, los pequeños cajones, los recovecos y las esca- leras en tu cuerpo de musgo. El cirujano, pálido entre la espuma de la anestesia, te abre y te da vuelta. Entonces podés comprobar de qué estás hecho.
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Sueño que el Renault 12 que manejás se interna entre los árboles del verano, sucio por la arena de Gesell. Más tarde, un bosque en llamas. Tu traje gris oscuro de contador público por fin arde en la fogata. Las hojas chamuscadas de los árboles se oyen como una sinfonía.
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Tu forma de afecto: un brevísimo llamado telefónico para invitarme a comer asado. «Te compré tira». Pero yo oigo «conozco tus gustos», «me gustaría verte el domingo», «te quiero, hija».
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poemas pertenecientes al libro Nadie duerme de verdad aquí, Verónica Pérez Arango (Caleta Olivia, 2021)
hoy tengo un buen día dice y mira las flores con la punta de los dedos se cerciora día a día se cuentan ahora los días de su vida roza las flores decide recomenzar con las orquídeas mientras me cuenta un interruptor celeste ordena como puede la partitura inicial de la mañana olvida que sus ojos no -la mano o incluso mi relato verán más- y la escena de pétalos carnosos desata la visión milagro otra vez entre las ramas negras detrás de las ramas negras
mi madre tiene hoy un buen día ochenta y tres años y un hilo de colores variados con el que enhebra diaria y delicadamente su coronilla a los instantes -alegría de cada siesta en el relámpago- si dios quiere
yo sólo atino a declinar mi infancia y alzo las flores ante ella con alegría como si el abrigo no acabara nunca
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la madre sólo pide pan y corona pero la niña trae colores bárbaros bajo el brazo a la casa blanca de alcurnia -¡qué desorden!- no puede asimilar ese revoltijo este color
verbal y profana la pequeña cabalga por las estancias del internado corralito blanco que la madre teje y teje con apellidos o atajos mientras se demora se demora cada semana en la visita y alimenta el miedo que la hija carga
la niña se yergue aún así sobre los pies amordazados sobre el dolor expulsado de la madre celosamente oculto en el doble fondo de la valija siempre lista antes de partir
más tarde mucho después con la voz alzada contará la historia de mil y una maneras escribirá con precisión otras madres un destino abierto con los rasgos revueltos por el hambre
poemas pertenecientes a Blues de las almas inquietas, María Mascheroni (Hilos Editora, 2021)
La estaban deteniendo en el puerto de Lampedusa cuando le gritaron Bravo, capitana! Dejaba su barco y seguía a los policías seria, joven, circunspecta. Bravo! otra vez, con aplausos y saludó como una luna saliendo de un eclipse, con su brazo apenas extendido como un brote asomando de la tierra invernal. Carola Rackete es mi nombre, alemana, blanca, con cuarenta rescatados, entró a la bahía; sin autorización sin respuesta cumplo la ley del mar. Carola Rackete, con el pasaporte apropiado para hacerlo, dice y su barco busca en la frontera de agua, un pasadizo, el corredor nocturno donde enmudecen las palabras deformes de un burócrata. Mujeres, chicos en una balsa que naufraga salieron de Libia, con lo puesto escapan de los traficantes, de la espesura que los satélites no detectan. Huyen; kilómetros de desierto enrojecen sus ojos. Si abriesen el puerto, las leyes, los derechos, no solo las cámaras digitales no solo el apesadumbrado corazón. Si una frase creciese para ellos en la lengua de la cercanía, en la arcilla del cuerpo que inventa voces al recibir, pararía quizás, el tembladeral del mar. En el agua sucede el hundimiento, no tiene marcas el mapa de la necesidad. Carola Rackete navega esa geografía invisible, cruza límites y por un instante cruza el desorden planetario. Una pequeña hazaña y golpea la costa, con cuarenta almas, cuarenta sombras sobre la letra de los tratados. A salvo! A salvo! se oye a lo lejos la voz de antiguos navegantes. Lejos del mar, un atavismo, un latido de pez que ondea en las profundidades. Bravo capitana! ala transparente su brazo apenas levantado y la tierra fue menos invernal.
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Solo una perturbación
Un bote desbordado que la marea empuja como a los sargazos hasta esa playa en Cádiz. Migrantes que saltan la rompiente. Entre bañistas atónitos, boquiabiertos, encapsulados en un mundo sin respuestas llegan como noticias lejanas, en vivo. Hombres, mujeres jóvenes de Túnez o Marruecos de algún puerto magrebí atraviesan el ocio turístico. Largas piernas, una mochila pequeña, alguien los filma pero no hay patrullas a la vista. Cruzan vestidos entre espaldas bronceadas, sombrillas, pieles que toman sol. Se los oye en una grabación de celular: hablan fuerte, festejan. Atrás las olas que los cubrían y trepan veloces las dunas. El viaje no termina pero rozan la salvación. La patera abandonada se hunde como una leyenda de otro siglo, los bañistas impasibles la observan y la playa vuelve a su postal. El oleaje con su sonido borra voces exaltadas alisa el hueco de los pies oscuros. Solo una perturbación así avanza lo real, así desembarca lo negado. Irrumpe y la tierra es otro espacio, vuelve a ser un cuerpo que dice promesas.
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poemas pertenecientes al libro Oro en la lejanía, Alicia Genovese (Gog & Magog, 2021)
mi primo es un caballo de cuero blanco se mueve inquieto, el rostro perdido. Una tarde me habló de golpe: no sabés lo que vi, vamos. Caminamos sobre el lecho de un viejo río desde la tranquera al bosque encantado, una cercana plantación de eucaliptus. Lo seguí como se sigue a ciegas algo inalcanzable. Cuando se dio vuelta, me detuve: hay secretos que deben esperar. Un día papá entró y nos dijo: Javier se accidentó, está en coma. Nunca más caminaríamos una tarde sobre el lecho del viejo río, nunca diría lo que vio. Mi primo me recuerda cómo se sigue un misterio cuando todavía no sabemos qué nos hace correr y correr.
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LA QUINTA DE TRANQUERA PINTADA
Tuvo un cerco de cipreses que prendió con los años y el buen riego. Osvaldo y otros amigos de la ciudad no sabían del contacto con la tierra. Sentados a la sombra del aguaribay, quitaban los plantines de sus bolsas negras. La mujeres practicábamos técnicas de germinación desafiando la advertencia: no pongan paltas, se van a helar. Las hicimos venir en latas y las traspasamos al suelo atadas a tutores. Algunas se adaptaron. En 1978, la vida se sostenía con esfuerzo, entre la ley natural y el deseo de tener lo que se puede tener.
CAMPO DE GLADIOLOS
La casa se levantó en el último lote antes de llegar a la avenida de arena. Para un lado estaba el pueblo, para el otro, el campo de gladiolos, melones y sandías. Los quinteros, con un pañuelo en la cabeza y el torso descubierto, tiraban detrás del alambrado las plantas malformadas. Era el momento, de salir a embolsarlas, siempre alguna sobrevivía tras mezclar la arena con abono, esa materia oscura y húmeda del gallinero. Un hueco, depositar el bulbo, regar y taparlo. Simple, tan simple como esperar que la flor abriera salmón o blanca, los colores más frecuentes.
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LA FUERZA DIVINA
no podía elevarnos. Con la creciente el pueblo se puso intransitable. Por el camino de arena se arreaba el ganado a tierras más altas. Nadie podía llegar a la iglesia. Dios se había convertido en un pájaro que bajaba en picada para devorar ranas y libélulas: los temores vagos entre el cielo y la tierra necesitan alimentarse. Comprendimos en nuestro humano entendimiento que la fuerza divina era limitada, sin embargo, nos salvaba. Agradecidos, tomábamos sol, cerca de la tranquera para ver el paso de las vacas.
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PERROS EN LA ARENA
La futura mujer piensa desde el otro lado de la ventana: ¿tendré tantos cachorros como la perra del vecino? Fueron once y uno muerto, más de lo tolerable. La futura mujer sospecha de los excesos. La muerte, como la noche, llega al cuerpo casi siempre desprevenido. Después de dejar que la especie haga lo suyo frente a la ventana o detrás del muro de la casa, la futura mujer suda. Piensa en los perros bajo el sol de enero, en busca de comida, sombra y un césped mullido donde un poco dormir, otro poco esperar. Cuando el día termina se echa sobre la arena de la calle todavía caliente, y eso, supone, es parecido a un cuerpo después de acoplarse a otro. Sin embargo, intuye el golpe de frío, el baldazo que vendrá para separarlos a la fuerza y eso, piensa, es casi como salvarlos.
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Gabriela Schuhmacher: Nació en la ciudad de Santa Fe, en 1970. Publicó los libros de poesía: Cantos del norte (Editorial de l’aire, Santa Fe, 2016), Puros e Impuros/Extensos Óleos (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2018) y Ahogada en otro Tíber (Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2018). Becaria en letras del FNA (2017). Recibió una mención honorífica en el Premio José Pedroni de poesía, categoría inéditos 2016 – 2019 por el libro Golpe de frío (Santa Fe, Ediciones UNL). Estudió artes visuales y es gestora cultural universitaria. Autora y coordinadora del proyecto La Poesía se mueve. Trabaja en museos de la ciudad de Santa Fe, Argentina.
El deseo tiene un muy fino talle y en sus palmas arde la ausencia. Odiseas Elitis
ahora mi sombra es solo eso un pedazo de oscuridad al lado mío un matiz que tiñe las cosas te hablaba con señales de humo intentaba envolver mensajes en el aroma del café la magia de desear vuelve posible el cuerpo pensaba calculaba próximos envíos solo para después olvidar mis promesas quería volcar en cada signo mi amor
ahora mi sombra es solo eso un pedazo de oscuridad tiñendo las cosas
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cómo resiste lo vivo tu miedo volcán endureciéndote igual a esas rocas grises negras porosas sedientas de amor impermeables tus miedos prendidos garrapata chupando agujereando tu piel despedazando la esperanza de estar un poco más cerca de mí
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Hacer un pequeño pozo en la tierra negra húmeda de noche arrastrar con los dedos abiertos grumosidad oscura la vida hasta lograr hundir en ese hogar nutricio de humus y gusanos el corazón batiente para cubrirlo montañita apenas dejar que crezca pasto sobre lo que fuimos
La noche negrísima, el cielo invisible. Una luz blanca resalta los bordes de las plantas, verdes fantasmales, agudas ramas. Tu cuerpo hacia mí, a la distancia, es ilusión, no me ves. Una película de dureza separa los mundos, y tu jardín impávido se deja cerrar. No me duele el corazón, estoy anestesiada, yo también suspendida en la sorpresa ante tanta oscuridad. Grita un búho y gira su cabeza, señala un camino de vuelta. No sé cuánto tiempo pasó desde que entré. Recuerdo que era de día y el sol calentaba la piel desnuda de mis brazos. Ahora el frio me suena en los dientes. Se confunde el temblor con los pasos sobre las piedras grises. Vuelvo. Los pies toman consistencia y creo que ya tengo colores propios.
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Eugenia Coiro: Nació en Buenos Aires en 1978. Es periodista (Tea) y correctora literaria por el Instituto Eduardo Mallea. Desde 2014 coordina talleres de escritura en Siempre de Viaje-Literatura en progreso. Forma parte del staff de Viajera Editorial. Publicó los libros: Fragmentos del fin (Viajera, 2016), Agua o niño que corre (Viajera, 2014), Bengala Hotel (Viajera, 2011), 374 (De los Cuatro Vientos, 2007) y Espacio Interior (Tren instantáneo, 2021)