Blues de las almas inquietas

María Mascheroni

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la bella vejez

hoy tengo un buen día dice
y mira las flores con la punta de los dedos
se cerciora
día a día se cuentan ahora los días de su vida
roza las flores
decide recomenzar con las orquídeas
mientras me cuenta
un interruptor celeste ordena como puede
la partitura inicial de la mañana
olvida que sus ojos no
-la mano o incluso mi relato verán más-
y la escena de pétalos carnosos desata la visión
milagro otra vez entre las ramas negras
detrás de las ramas negras

mi madre tiene hoy un buen día
ochenta y tres años
y un hilo de colores variados
con el que enhebra diaria y delicadamente
su coronilla a los instantes
-alegría de cada siesta en el relámpago-
si dios quiere

yo sólo atino a declinar mi infancia
y alzo las flores ante ella con alegría
como si el abrigo no acabara nunca


*

la madre sólo pide pan y corona
pero la niña
trae colores bárbaros bajo el brazo
a la casa blanca de alcurnia
-¡qué desorden!-
no puede asimilar ese revoltijo este color

verbal y profana la pequeña cabalga
por las estancias del internado
corralito blanco que la madre teje y teje con apellidos o atajos
mientras se demora se demora cada semana en la visita
y alimenta el miedo que la hija carga

la niña se yergue aún así
sobre los pies amordazados
sobre el dolor expulsado de la madre
celosamente oculto en el doble fondo
de la valija siempre lista antes de partir

más tarde mucho después
con la voz alzada
contará la historia de mil y una maneras
escribirá con precisión otras madres un destino abierto
con los rasgos revueltos por el hambre

poemas pertenecientes a Blues de las almas inquietas, María Mascheroni (Hilos Editora, 2021)

EL FACTOR SAER

sobre Saer en la literatura argentina, Martín Prieto (Ediciones UNL, 2021)
Martín Prieto da cuenta de la sociabilidad en la que se gestó la obra de Saer y de cómo su presencia reconfigura el mapa de la literatura argentina.

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Desde la aparición de su primer libro de relatos,  En la zona, en 1960,la incipiente propuesta saeriana empezó a probar suerte en un grupo de críticos y estudiantes cercanos a la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe.  Prieto cuenta cómo Saer llega a Rosario atraído por la bohemia de intelectuales y artistas que orbitaban alrededor de la Facultad de Filosofía y Letras y la zona de bares aledaños en donde se mezclaban nombres como David Viñas, Adolfo Prieto, Ramón Alcalde, estudiantes en ascenso como María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Nicolás Rosa con amigos cercanos como Juan Pablo Renzi y Aldo Oliva.  Saer recuerda esa primera temporada en Rosario como uno de los mejores momentos de su vida. Allí conoce a Bibí Castellaro, una estudiante de Letras con la que se casará en 1962, el año en el que a instancias de su amigo Hugo Gola entra como profesor en el Instituto de Cinematografía de la Universidad del Litoral.

Muchos años después, en 1980, un joven Martín Prieto lee un libro recién publicado de Saer – Nadie nada nunca– y desde entonces pasa a convertirse, como él dice, “en un lector con Saer”,  plantando sin saberlo la semilla del que sería (junto con la historia de la literatura argentina) su más persistente objeto de estudio. Se podría decir que este libro es la crónica de la constitución de un escritor y paralelamente de la formación de un crítico, inseparables ambos de una zona insular y a la vez decisiva de nuestra literatura.

¿Cómo hace un escritor para constituirse en factor determinante dentro de una literatura nacional? Es ese el recorrido que descubre y pone de relieve este libro, las distintas instancias que hicieron que Saer se convierta en quien es, al decir de Beatriz Sarlo, el que encabeza el canon de la literatura argentina pos Borges.


Durante muchos años los libros de Saer no pasaron el círculo de los lectores especializados y no fue hasta la aparición de El entenado y luego Glosa que su obra alcanzó a un público más amplio. Prieto muestra como las instituciones y la crítica – el curso sobre la obra de Saer que dio María Teresa Gramuglio en la Universidad de Buenos Aires en 1984, por ejemplo- operan la conformación de un sistema literario y como la influencia de una obra es también consecuencia de ese vasto entramado del que se nutre el campo cultural: reseñas, seminarios, lecturas convergentes, viajes, charlas de las que surgen proyectos editoriales.

¿Cómo cambia una literatura nacional cuando entra un autor?  ¿Y qué le pasaría a la narrativa  argentina si le sacamos a Saer? Prieto dice que la obra de Saer – a partir de su temprana irrupción en la década del 60- establece un factor determinante a la hora de trazar ese mapa, alterando la serie de la perspectiva histórica trazada hasta ese momento a partir del par opositivo Borges – Arlt (este último levantado por el grupo de Contorno a mediados de la década del 50). Asimismo la presencia de Saer alienta la circulación de obras como las de José Pedroni y Juan L Ortiz, a su vez precursores de su trabajo. 

En la veta biográfica, el libro sigue los pasos de Saer, desde la casa natal, un almacén de Ramos Generales que sus padres tenían en Serodino, al sur de Santa Fe, a la casa que alquila estando ya casado en Colastiné Norte, o su partida a Francia en 1968, donde fue por seis meses a partir de una beca y residió hasta su muerte en 2005.

Martín Prieto


Como dice premonitoriamente un personaje de uno de los primeros libros, se trata de contar la historia de una ciudad o “a lo sumo” una región, a través de personajes recurrentes (Carlos Tomatis, Pichón Garay y su hermano mellizo el Gato Garay,  Ángel Leto, Washington Noriega, Horacio Barco o Adelina Flores), “sobre el mapa de una ciudad que es y no es, a la vez, la ciudad de referencia.”  A partir de la lectura de todos sus libros, charlas de sobremesa, apuntes, testimonios, en un diálogo vivo con la constelación de actores en la que se gestó,  Prieto da cuenta del  alcance de la obra desmesurada, exigente y renovadora de uno de nuestros principales escritores.

Mario Nosotti (Revista Ñ 15/01/22)

Destacado

Registros de una belleza insondable

sobre, La lengua de la llanura, Carlos Battilana (Caleta Olivia, 2021)

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La lengua de la llanura es el primer libro que publica Carlos Battilana luego de su celebrado Ramitas, la poesía reunida que editó Caleta Olivia.Hay por lo tanto en este libro una pregunta implícita sobre cómo, o mejor dicho, con qué seguir. Y lo que hace el poeta es continuar indagando, abriendo variaciones de sus temas y espacios recurrentes, acentuando matices, modulando, y avanzando también sobre otros territorios. Podemos encontrar en estos versos la misma levedad, la atención al detalle que su obra viene tejiendo, pero aquella mirada de afecto o compasión se adensa, toma cierta distancia, para posicionarse en  algunos poemas al borde de lo extraño.  

Hay un yo que registra, que ausculta, que posa su mirada y a continuación pregunta, conjetura. Casi siempre aparece filtrando esa mirada un ínfimo dolor, por lo que ya no está, por lo que huye, por lo que inevitablemente perecerá, y es justamente en ese trance íntimo cuando despunta la belleza. Hace falta ese paisaje pobre, de pocos elementos, de restos secos, para que algo pueda arder. Como la estepa, como el polvo o el viento, las pequeñas señales o los cambios del día, lo que importa es todo eso que “parece insignificante / pero es llamativa / su voluntad”.

Carlos Battilana

Hay algo del origen y de lo primitivo, algo de los albores de la historia cuyas resonancias llegan para quién pueda oírlas, para quién se disponga a leer en los signos, como esas huellas de perdidas culturas propias de la llanura bonaerense que subsisten en la orilla del mar. A partir de rastrojos, cortezas, restos de lo que alguna vez fue plenitud, de la desolación de ese paisaje, de sus tenues presencias y sus muertos, surge algo parecido a la fe.

En este nuevo libro de Carlos aparece el mar; el desierto, la llanura, encuentran ahí su límite y su extensión. Y también otra lengua, otro espacio que los diga y en el cual reflejarse. Aunque se hable de otras cosas, aunque apenas se lo nombre, aunque todo suceda sobre tierra, la presencia del mar, su rumor, es un fuera de campo, es una invocación que como las fogatas de la costa imprime en las escenas un vivo, fantasmal resplandor.

La poesía de Carlos Battilana insiste en indagar ese espacio vacío, esas tenues presencias más o menos cercas que aún así (o por eso mismo) cuesta reconocer, y no se sabe cómo pronunciar. Esa incerteza, esa vacilación, el tanteo de una materialidad abismada están en la escansión de su palabra, pero son además -y sobre todo- la música de fondo, el registro de una belleza insondable.

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Mario Nosotti (revista Ñ, 8/01/22)

La canción de una naturaleza doméstica

sobre Rosa (Poemas 1997-2021), Roberta Iannamico (Gog & Magog, 2021, 414 p.)

Se publica la poesía reunida de Roberta Iannamico, poeta, cantautora, escritora de libros infantiles, que vive desde hace años en Villa Ventana.  

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La de Roberta Iannamico es quizás una obra más bien excéntrica de esa generación de poetas que empezó a publicar hacia fines de los noventa. Desde su primer libro (El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado, 1997) una mirada fresca, llena de gracia y levedad, asume la belleza como descubrimiento cotidiano, que surge de lo simple y lo cercano.  Se podría decir que en sus poemas conviven Lewis Carroll con Marosa Di Giorgo, o Calveyra y Ascasubi, pero eso sería acentuar demasiado un aspecto de todo lo que aquí se pone en juego. Como ese botellero que pasa tirando mensajes al mar “hay que aprender otra vez / a leer y escribir / con los caprichos del agua y del vidrio / que están hechos de lo mismo”.

La poesía de Roberta es ajena a los psicologismos, la presuntuosidad, y encuentra en lo inmediato una hondura tan lúdica como conmovedora. En sus poemas puede haber alegría o soledad, pero ante todo, lo que se impone es siempre una forma de presencia, presencia que acontece como aparición, sorpresa, roce, como descubrimiento o como instancia pura, en donde las palabras ya no alcanzan y se recurre entonces  a lo que está en el filo del lenguaje (las onomatopeyas por ejemplo).

Si alguien se preguntara con qué se escribe esta poesía, los poemas podrían responderle: se escribe con el viento, con lo que dicen seres diminutos o momentos del día,  tan simples y cercanos que mirados en serio adquieren actitudes extrañas, sospechosas, a veces hilarantes o risueñas. El asombro, el motor de la filosofía, lo es también de estos versos. Las cosas son “en este momento”, “en este lugar”, y se marca con pis un territorio, se traza una frontera, se delinea un espacio parecido a la P que forma Buenos Aires para que pueda echarse muy tranquila una vaca.

La voz de Iannamico asume sin pudor un no saber que descubre las cosas, las ilumina para escuchar qué tienen que decir, al punto de ponerse a dialogar como una amiga más, un elemento par de lo doméstico o lo natural con que se teje el diálogo extensivo. Juegos de palabras, canciones infantiles, payadas-payasadas, son formas de nombrar el mundo y de ponerlo en marcha, con esa libertad que todavía ignora convenciones, que se anima a saltar el sentido común. Un mundo de animales y senderos, de frutas y verduras, de ollas o heladeras que murmuran, de pasto y sol.

Roberta Iannamico

Hay un poema libro que es como una bisagra en la obra de Iannamico, se trata de Dantesco (2006), y describe el trayecto rural desde que se despide de una amiga hasta llegar a su “aldea”, y en el que va adentrándose de a poco en un espacio que la excede, que la lleva a extasiarse en la naturaleza, a la vez que le infunde “cierto temor”- cuando atraviesa un campo de plantas secas a las que esquiva como si fuesen cadáveres-, aunque sabe que no hay nada que temer, que solo hay que seguir porque el camino a la belleza también pude asustar, también tiene sus zarzas. Muchos de sus poemas son como esas pequeñas caminatas a través de senderos, de lugares inciertos y a la vez encantados.

Rosa, reúne los poemas publicados en libro (Mamushkas, El collar de fideos, Tendal, Muchos poemas, No me olvides, entre otros) y una buena cantidad de inéditos.

La rima es una forma de jugar y contar, de hilvanar musicalmente los sentidos, de desplegar escenas de entusiasmo como guirnaldas de papel que enlazan las figuras una a otra. Tratado de las sensaciones, ajena a cualquier pretensión intelectual, en donde los objetos se humanizan o se animalizan, donde el campo cercano, animales, insectos, plantas, se asumen cual sustancias y colores, y los reinos trasvasan dimensiones donde la claridad no exime a la extrañeza.

¿Dónde encuentra Iannamico la poesía? En lo que llega solo, lo que irrumpe, lo que acaece en los pequeños gestos y quehaceres, en la fe de que el mundo sigue estando aun cuando lo ignoremos, y entonces caminar, barrer, hervir la leche, ver bailar un vestido colgado de la soga, o despertar cuando el perro te lame la cara, son encuentros reales, goces fortuitos  que impulsan a cantar.

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Mario Nosotti (Revista Ñ, 1/1/2O22)