En la estepa polaca

mario foto arteca

sobre Los poemas de Arno Wolica, Mario Arteca (Caleta Olivia, 2018)

Arno Wolica nació en 1957 en la ciudad polaca de Koszalin, cerca del Mar Báltico. Perteneciente a una familia de judíos ortodoxos abandona sus estudios de ingeniería para dedicarse a escribir.  Publica varios libros de poesía, teatro para niños y dos ensayos. Su poema “Después de Beckett” le trae problemas con las autoridades comunistas de turno que leen en el mismo cuestiones antirrevolucionarias. Otra de las cuestiones que marcan su vida son las sospechas de licantropía que pesan sobre varias generaciones de miembros de su familia, las cuales confinaron al ostracismo a varios de sus parientes. Es por esto que siendo ya un escritor reconocido se entrega a la tarea de componer un libro colosal.                                                                                                                 En marzo del 2000 publica El juego de la luna llena. Tratado de licantropía. Por esa época, una crisis personal y amorosa  lo hace caer en la bebida y auto-internarse en una clínica para adicciones de Varsovia. Todo esto nos lo informa en el prólogo del libro el escritor Horacio Fiebelkorn. Entre otros documentos, cita la opinión de Wilhelm Schwertzmann, titular de la cátedra de Literatura Judía Centroeuropea de la Niederösterreich-Lutherische Universität Berlin, quién refiriéndose al texto licantrópico de Wolica, explica que trabaja dos géneros contrapuestos, el lírico y el ensayístico, y remata  “una apuesta por la insuficiencia del sentido poético, sin perder tiempo en rodeos preliminares”. ¿Significa esto una nueva programática o nada más escritura polaca pura? se pregunta Fiebelkorn. No podríamos responderlo. Pero sí podemos arriesgar que esta caracterización bien podría cuadrarle a un poeta argentino oriundo de la ciudad de La Plata.

Pero vayamos por partes. En esta selección de textos que el mismo Wolica realizó (no se menciona al traductor) muchos de los poemas están hechos con las incrustaciones de un cuerpo que nos ha sido sustraído. Nos quedan los fragmentos una historia cuyo contexto o es ambiguo e intercambiable, o nunca se repone. El poeta  propone una combinatoria, un juego de sintagmas, donde el que lee deberá construir el sentido. La indiferencia (o la confianza, podría interpretarse de ambas formas) en el lector es radical. Wolica se desprende de la instrumentalidad comunicativa, sabiendo que el sentido no es potestad del mensaje o la forma, sino que es construido por la subjetividad del receptor. Ir por la senda no hollada, el paisaje sin marco, desistir al control. Lo que hay son apuntes narrativos, escenas iluminadas, teatrillos de historias que de a poco se van entrelazando. Y al pasar, los poemas se leen como la biografía de un sujeto pensante, dubitativo, desgraciado, con momentos de felicidad y de decisión. Es como ver las fotos de viaje de un desconocido. Lo que de intimidad, de familiaridad tienen las fotos, es lo que a nuestros ojos tienen de ignorancia y extrañeza. El poema “Preterintencional” (Zbrodnia) dice así: “En efecto el hombre arrancó / el arma la hizo girar en el aire / y cuando estaba a punto / de hundirla en el pecho / soltó un exabrupto / y todo quedó en la nada”. La ironía, el humor y en varios casos la arbitrariedad cercana a las formas de nonsense, no impiden que Wolica sea eminentemente un poeta conceptual, solo que sus ideas son golpes sintagmáticos, imágenes rítmicas, avanzando por cortes o por reversibilidad “La dificultad del agua / en aplacar las raíces / cuya desgracia inicial / es darle todo el poder / a la absorción”.                                                                                                                        Digámoslo de una vez: Wolica es un invento de Arteca, Wolica no existe (aunque ya puede leérselo en el monumental sitio Poetas Siglo XXI), o mejor dicho, Arteca juega el juego de Pessoa con sus heterónimos. Demos gracias a Arno Wolica entonces, por permitirnos asistir a esta nueva dimensión de  Mario Arteca.

Mario Nosotti

Revista Ñ 25.08.2018

Arteca Arno Wolicka

Gabriel Cortiñas

Cuaderno del poema foto

 

Cuaderno del poema

 

No hay nombre que garantice el poema; hay textos que garantizan la búsqueda, aunque sea momentánea, de una verdad.

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La violencia de un verso contra el otro genera una dinámica; y así el ritmo deforma la semántica. Metáfora rítmica como un sonido estallado en partículas morfológicas. Existe una comunicación deformada porque los significados de las palabras chocan y se empujan unos a otros, se decoloran y surgen sus restos. Tenemos que pensar una semántica en constante estado de ebullición; ¿y la sintaxis?

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El ritmo subordina a la semántica, es por eso que el poema atiende un aspecto negado no sólo por la cultura occidental sino por gran parte del pensamiento: lo sensitivo. La filosofía americana debiera ser una filosofía de los sentidos.

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El verso sin conflicto y el texto como unidad armónica decora, por más que hable de Hiroshima. Cuando todo entra y no queda nada afuera se disuelve el conflicto, la política sería también delimitar una frontera, aunque esté siempre en movimiento.

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Querer definir cuál es la verdadera poesía es una pérdida de tiempo; porque la poesía no existe. Hay poemas de todo tipo. No obstante, para no caer en el relativismo estético podríamos decir: que no exista la poesía no nos inhabilita a pronunciarnos en favor de aquellos poemas que creemos constituyen una verdad.

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La sorpresa de una generación que se encuentra con una victoria estética; y se dispone a administrar los recursos. Cómo un discurso de rebelión se transformó en conservador, de giro intimista.

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El poema es un campo de fuerzas en pugna y este hecho no se puede falsear poniendo “blanco” y “negro” en un mismo texto.  Arturo Carrera dice que en poesía no se puede versear. Creo que intentar fraguar el conflicto en un plano puramente semántico olvidando que es el ritmo el que debe imprimir la semántica al poema, eso, en el mejor de los casos puede llegar a entretener.

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Fuerza viene de fortia que significa “fuerte” pero también suena a “fuente”. En la física esta palabra se utiliza para expresar la capacidad de modificar la forma o estado de reposo de un cuerpo.  Un poema debería pretender al menos modificar ese cuerpo llamado lenguaje, una estética dinámica y bien lejos de la contemplación.

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El llamativo fenómeno de las obras completas de autores jóvenes.

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El tiempo predilecto para un poema es el presente porque ahí confluyen pasado y futuro: el poema ensancha el presente.

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Memoria y tragedia en la obra de Zurita como parte constitutiva de la democracia chilena postdictatorial a la que el dedo de Lagos no pudo alumbrar. La sintaxis poco alterada con la suavidad de un sabio, otro de los puntos en común con la obra de Juanele. Una única obra, un único tema, la dictadura o el río; la voz, hacia lo monumental.

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La violencia de un verso contra otro otorga al poema un valor estrictamente dinámico.  Los restos son el chispazo, ese plus que tiene el poema; la luminosidad de un artefacto así no está garantizada por el mero hecho de que aparezca en este la palabra “luz”.

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Crucé la 9 de Julio leyendo a Parra, qué entretenido que es Nicanor Parra.

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Ayer leí unos textos en “La Casa del Poeta” en el barrio Roma del DF. El lugar no estaba mal, una casa muy grande y elegante, pero pensé que hubiera sido mejor que se llamara “La Casa del…”

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Entro a una librería de libros usados en el DF:

-Perdón, ¿hay una sección de poesía?

-Sí, allá donde dice “Temas de guerra”.

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Gabriel Cortiñas (Buenos Aires, 1983). Premio Casa de las Américas de poesía por su libro Pujato (Fondo edit. Casa de las Américas / Editorial Voz, 2014) y Premio Internacional Margarita Hierro por Hospital de campaña (Club Hem, 2017). Coeditor de la revista literaria Rapallo. Los fragmentos anteriormente presentados pertenecen a Cuaderno del poema (Palabras Amarillas, 2017)