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Abre sus ramas, sus cabellos
de colores. La araucaria amanece
cantando.
*
Días soleados de primavera,
el paraíso está listo
para salir.
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En su mundo
de ojos abiertos, una nube pasa
flotando.
*
Hermosa nube
sobre mi cabeza. Hoy seré
tu sombra.
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La reconozco. Llego
a mi casa. Mi madre en el jardín, altísima
la araucaria, la casa
no es la misma de antes.
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La nube es una flor
que arrancó
sus raíces.
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¿También somos hermosos?
En nosotros la noche, camina envuelta
en aroma a jazmín recién cortado.
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En el camino que dejó la lluvia,
hundo mis zapatillas, saltan
las ranas.
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Dueña
de una paz
suprema, siempre
encuentra
la nube
los modos de decirnos
cómo somos.
*
Como una rana, debajo
del puente, el agua
salta, es viento.
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Rapidísimo
baja un pájaro y picotea
el río.
Así suenan palabras queridas.
*
En silencio el poeta lee.
En la habitación la luna crece
escondida.
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Fabián Herrero: Santa Fe, 1965. Profesor de Historia (UNL), Doctor en Historia (UBA), Investigador del Conicet. Profesor titular (UADER, sede Paraná). Publicó como historiador más de diez libros. También «Selección poética Santa Fe al norte» junto a Alicia Acosta y Roberto Aguirre Molina. En la década de 1980 formó pare de los talleres de Hugo Gola y también los dirigidos por Edgardo Russo y Juan Manuel Inchauspe. Ha publicado 13 libros de poesía, entre otros: Quién no le tiró una piedrita al mundo, Poemas 1988-2018 (Alción, 2020), La luna tiembla en mi cuerpo de agua (Barnacle, 2021) y Días como perros (Barnacle, 2022)
sobre Saer en la literatura argentina, Martín Prieto (Ediciones UNL, 2021) Martín Prieto da cuenta de la sociabilidad en la que se gestó la obra de Saer y de cómo su presencia reconfigura el mapa de la literatura argentina.
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Desde la aparición de su primer libro de relatos, En la zona, en 1960,la incipiente propuesta saeriana empezó a probar suerte en un grupo de críticos y estudiantes cercanos a la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe. Prieto cuenta cómo Saer llega a Rosario atraído por la bohemia de intelectuales y artistas que orbitaban alrededor de la Facultad de Filosofía y Letras y la zona de bares aledaños en donde se mezclaban nombres como David Viñas, Adolfo Prieto, Ramón Alcalde, estudiantes en ascenso como María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Nicolás Rosa con amigos cercanos como Juan Pablo Renzi y Aldo Oliva. Saer recuerda esa primera temporada en Rosario como uno de los mejores momentos de su vida. Allí conoce a Bibí Castellaro, una estudiante de Letras con la que se casará en 1962, el año en el que a instancias de su amigo Hugo Gola entra como profesor en el Instituto de Cinematografía de la Universidad del Litoral.
Muchos años después, en 1980, un joven Martín Prieto lee un libro recién publicado de Saer – Nadie nada nunca– y desde entonces pasa a convertirse, como él dice, “en un lector con Saer”, plantando sin saberlo la semilla del que sería (junto con la historia de la literatura argentina) su más persistente objeto de estudio. Se podría decir que este libro es la crónica de la constitución de un escritor y paralelamente de la formación de un crítico, inseparables ambos de una zona insular y a la vez decisiva de nuestra literatura.
¿Cómo hace un escritor para constituirse en factor determinante dentro de una literatura nacional? Es ese el recorrido que descubre y pone de relieve este libro, las distintas instancias que hicieron que Saer se convierta en quien es, al decir de Beatriz Sarlo, el que encabeza el canon de la literatura argentina pos Borges.
Durante muchos años los libros de Saer no pasaron el círculo de los lectores especializados y no fue hasta la aparición de El entenado y luego Glosa que su obra alcanzó a un público más amplio. Prieto muestra como las instituciones y la crítica – el curso sobre la obra de Saer que dio María Teresa Gramuglio en la Universidad de Buenos Aires en 1984, por ejemplo- operan la conformación de un sistema literario y como la influencia de una obra es también consecuencia de ese vasto entramado del que se nutre el campo cultural: reseñas, seminarios, lecturas convergentes, viajes, charlas de las que surgen proyectos editoriales.
¿Cómo cambia una literatura nacional cuando entra un autor? ¿Y qué le pasaría a la narrativa argentina si le sacamos a Saer? Prieto dice que la obra de Saer – a partir de su temprana irrupción en la década del 60- establece un factor determinante a la hora de trazar ese mapa, alterando la serie de la perspectiva histórica trazada hasta ese momento a partir del par opositivo Borges – Arlt (este último levantado por el grupo de Contorno a mediados de la década del 50). Asimismo la presencia de Saer alienta la circulación de obras como las de José Pedroni y Juan L Ortiz, a su vez precursores de su trabajo.
En la veta biográfica, el libro sigue los pasos de Saer, desde la casa natal, un almacén de Ramos Generales que sus padres tenían en Serodino, al sur de Santa Fe, a la casa que alquila estando ya casado en Colastiné Norte, o su partida a Francia en 1968, donde fue por seis meses a partir de una beca y residió hasta su muerte en 2005.
Como dice premonitoriamente un personaje de uno de los primeros libros, se trata de contar la historia de una ciudad o “a lo sumo” una región, a través de personajes recurrentes (Carlos Tomatis, Pichón Garay y su hermano mellizo el Gato Garay, Ángel Leto, Washington Noriega, Horacio Barco o Adelina Flores), “sobre el mapa de una ciudad que es y no es, a la vez, la ciudad de referencia.” A partir de la lectura de todos sus libros, charlas de sobremesa, apuntes, testimonios, en un diálogo vivo con la constelación de actores en la que se gestó, Prieto da cuenta del alcance de la obra desmesurada, exigente y renovadora de uno de nuestros principales escritores.
sobre Parques, Sergio Delgado (Ediciones UNL, 2021)
Sergio Delgado, escritor, profesor y ensayista que reparte su vida entre París y Santa Fe, construye en este libro una especie de autobiografía a través del singular abordaje de tres espacios vividos. Profusamente documentado, se lee sin embargo con la frugalidad de una anécdota y la fascinación de una aventura.
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Hay tantas formas de textualizar un espacio como individuos se den esa tarea que amalgama vivencia y escritura. Y si se trata de un parque, lugar anfibio donde coexisten naturaleza y cultura, memoria personal y colectiva, quizás sea conveniente tomar cierta distancia, tener una mirada de algún modo extranjera. El caso particular del autor de este libro (oriundo de Santa Fe que desde 1999 reside en Francia), hace que la perspectiva sea la de alguien que no es nunca ni totalmente extraño ni totalmente local, que siempre tiene un poco un pie en cada lado. Una suerte de fisiología de la impertenencia (así lo nombra el libro) que lo empuja a horadar ese misterio.
Parques reúne tres ensayos sobre tres espacios (un parque, una plaza y un square), organizados en una progresión cronológica y geográfica: Parque del Sur (Santa Fe), Parc Du Venzu (Bretaña) y Square Le Gall (París). Llevados consecutivamente de la mano de CRONISTA, NOVELISTA y POETA (las tres caras de un espíritu que avanza y se pregunta, reconoce y anota) nos vamos adentrando en una dimensión no solamente espacial sino también histórica, biográfica, donde lo que interesa no es la descripción objetiva sino el significado que tiene para el protagonista ese presente, que es también la memoria emotiva del que anda “repasando esos caminos conocidos como quien vuelve a recorrer un libro leído y olvidado”.
A través de recuerdos, anotaciones de viejas libretas, fotografías, documentos y citas literarias, estos textos que exceden en mucho el tema de los parques, son un viaje antropológico e íntimo, erudito y sensible, que arranca con la llegada de Cronista a su ciudad natal en 2009, buscando vivenciar (como lo hace cada vez que regresa) lo que queda o lo que pueda renovarse de un vínculo. Luego del avión transoceánico y ya en el Flecha Bus Buenos Aires-Santa Fe, nuestro protagonista va arribando al parque “General Manuel Belgrano” conocido como “del Sur”, cercano al casco histórico, en las últimas luces de una tarde invernal que se adentra también en la infancia.
Portando anotador y cámara de fotos, el cronista da cuenta de ese espacio al que iba diariamente con su padre siendo niño, intentando auscultar sus secretos, o rearmar una frágil memoria. Visita por ejemplo los edificios públicos e históricos de los alrededores, como el Convento de San Francisco, o el Museo Etnográfico, al que sabe aburrido y repleto de trastos inútiles pero donde aquél chico había descubierto un objeto de fascinación: la mirada brillante, el gran ojo de vidrio de un enorme caballo embalsamado en la pequeña sala dedicada a la vida gauchesca.
Luego se internará hacia el sur del parque a través de senderos, fragmentos de barranca y vegetación autóctona, orillando ese lago surgido por el cierre de un brazo del río, y que ahora luce inmóvil, prisionero, como quien “desfallece de tristeza.”
Tanto en el parque Sur, como luego en Parc du Venzu en Francia (en donde el arroyito que un siglo atrás corría cantarín desciende ahora penando, a veces entubado o reducido a un zanjón), muchas veces los ríos, las frondas y los lagos recuperan a la vista del que narra su estatuto de seres que sufren degradados por la urbanización, la contaminación y el utilitarismo.
Parc Du Venzu, es el siguiente ensayo que, a través de leyendas, historias y testimonios da cuenta de cómo fue surgiendo este parque de la Bretaña francesa, proceso al cual el escritor asistió en calidad de vecino y cuya evocación se trama con digresiones varias, como la demolición de un enorme edificio cercano, la muerte de un librero, o el canto misterioso de un pájaro en invierno.
En el 2014 el autor se muda a París y en el Square Le Gall (fase final del recorrido) encontrará el refugio que lo ayude a adentrarse en la gran urbe. Allí regresará a menudo en el intento de recuperar unas palabras, reconstruir un diálogo invaluable mantenido con una amiga bajo las ramas de un ginkgo (ese “fósil viviente” que estalla en amarillo cada año) en un fin de semana en que ambos recorren la ciudad tras los pasos de un poeta amado.
A menudo, recorrer estos “parques” implica ver lo que hay pero también lo que hubo, mirada que descubre marcas y va exhumando capas de las transformaciones de un espacio, carácter inestable que revela que “no todo lo que desaparece deja de existir”. Esto también se liga al esfuerzo, al trabajo arqueológico por recuperar vivencias, conversaciones, imágenes, retazos de un pasado propio que se vale tanto de la intuición como de la parafernalia de cuadernos, archivos, notas, recortes y fotografías, algo aparentemente improductivo o insensato, pero en lo que en un momento dado se revela “una suerte de principio de termodinámica personal”.
Parques puede leerse como el relato de una búsqueda sensible, un viaje de descubrimientos íntimos a través de los años, una narración viva con momentos de humor y de melancolía, que se lee con fruición y despierta el deseo de salir a caminar, de perderse en la continuidad de las palabras.
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Mario Nosotti (Revista Ñ 31/07/21)
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Sergio Delgado nació en Santa Fe en 1961 y desde 1999 vive en Francia. Publicó los libros de relatos La selva de Marte (1994) y La laguna (2001); y las novelas El alejamiento (1996), Al fin (2005), Estela en el monte (2006), El corazón de la manzana (2009), Al alba (2011) y La sobrina (2019). Esta última inicia el tríptico El paraíso. En 2008 publicó la crónica Parque del Sur. Enseñó en la Universidad Nacional del Litoral, Argentina, y en la Universidad de Bretaña-Sur, Francia. Actualmente es profesor de la Universidad de París Est-Créteil. Como crítico publicó numerosos ensayos sobre literatura hispanoamericana y tuvo a su cargo ediciones de obras de Juan Manuel Inchauspe, Mateo Booz, Juan José Manauta, Juan L. Ortiz, José Pedroni, Juan José Saer y Amaro Villanueva. Dirige la colección El País del Sauce (Ediciones UNL y EDUNER).
mi primo es un caballo de cuero blanco se mueve inquieto, el rostro perdido. Una tarde me habló de golpe: no sabés lo que vi, vamos. Caminamos sobre el lecho de un viejo río desde la tranquera al bosque encantado, una cercana plantación de eucaliptus. Lo seguí como se sigue a ciegas algo inalcanzable. Cuando se dio vuelta, me detuve: hay secretos que deben esperar. Un día papá entró y nos dijo: Javier se accidentó, está en coma. Nunca más caminaríamos una tarde sobre el lecho del viejo río, nunca diría lo que vio. Mi primo me recuerda cómo se sigue un misterio cuando todavía no sabemos qué nos hace correr y correr.
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LA QUINTA DE TRANQUERA PINTADA
Tuvo un cerco de cipreses que prendió con los años y el buen riego. Osvaldo y otros amigos de la ciudad no sabían del contacto con la tierra. Sentados a la sombra del aguaribay, quitaban los plantines de sus bolsas negras. La mujeres practicábamos técnicas de germinación desafiando la advertencia: no pongan paltas, se van a helar. Las hicimos venir en latas y las traspasamos al suelo atadas a tutores. Algunas se adaptaron. En 1978, la vida se sostenía con esfuerzo, entre la ley natural y el deseo de tener lo que se puede tener.
CAMPO DE GLADIOLOS
La casa se levantó en el último lote antes de llegar a la avenida de arena. Para un lado estaba el pueblo, para el otro, el campo de gladiolos, melones y sandías. Los quinteros, con un pañuelo en la cabeza y el torso descubierto, tiraban detrás del alambrado las plantas malformadas. Era el momento, de salir a embolsarlas, siempre alguna sobrevivía tras mezclar la arena con abono, esa materia oscura y húmeda del gallinero. Un hueco, depositar el bulbo, regar y taparlo. Simple, tan simple como esperar que la flor abriera salmón o blanca, los colores más frecuentes.
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LA FUERZA DIVINA
no podía elevarnos. Con la creciente el pueblo se puso intransitable. Por el camino de arena se arreaba el ganado a tierras más altas. Nadie podía llegar a la iglesia. Dios se había convertido en un pájaro que bajaba en picada para devorar ranas y libélulas: los temores vagos entre el cielo y la tierra necesitan alimentarse. Comprendimos en nuestro humano entendimiento que la fuerza divina era limitada, sin embargo, nos salvaba. Agradecidos, tomábamos sol, cerca de la tranquera para ver el paso de las vacas.
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PERROS EN LA ARENA
La futura mujer piensa desde el otro lado de la ventana: ¿tendré tantos cachorros como la perra del vecino? Fueron once y uno muerto, más de lo tolerable. La futura mujer sospecha de los excesos. La muerte, como la noche, llega al cuerpo casi siempre desprevenido. Después de dejar que la especie haga lo suyo frente a la ventana o detrás del muro de la casa, la futura mujer suda. Piensa en los perros bajo el sol de enero, en busca de comida, sombra y un césped mullido donde un poco dormir, otro poco esperar. Cuando el día termina se echa sobre la arena de la calle todavía caliente, y eso, supone, es parecido a un cuerpo después de acoplarse a otro. Sin embargo, intuye el golpe de frío, el baldazo que vendrá para separarlos a la fuerza y eso, piensa, es casi como salvarlos.
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Gabriela Schuhmacher: Nació en la ciudad de Santa Fe, en 1970. Publicó los libros de poesía: Cantos del norte (Editorial de l’aire, Santa Fe, 2016), Puros e Impuros/Extensos Óleos (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2018) y Ahogada en otro Tíber (Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2018). Becaria en letras del FNA (2017). Recibió una mención honorífica en el Premio José Pedroni de poesía, categoría inéditos 2016 – 2019 por el libro Golpe de frío (Santa Fe, Ediciones UNL). Estudió artes visuales y es gestora cultural universitaria. Autora y coordinadora del proyecto La Poesía se mueve. Trabaja en museos de la ciudad de Santa Fe, Argentina.