TEORÍA DEL ORIGEN

Sobre Primeras luces, Carlos Battilana (Ampersand, Colección Lectores, 2024)

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¿Para qué sirve leer? La pregunta, aplicada a la literatura, tiene como respuesta distintos argumentos. Battilana desconfía de los discursos institucionales del tipo “los beneficios de la lectura en la sociedad”. Leer sucede sin para qué. La lectura es un refugio y un espacio de liberación en una sociedad atada a la rutina y los acosos del capital.

Para el niño que creció en una ciudad fronteriza del litoral, lugar de confluencias en donde las imágenes de la naturaleza y de la cultura conviven, las letras eran más bien “pájaros raros, plantas exóticas, insectos desconocidos”, fisonomías curiosas más que elementos capaces de articular sentido. Paso de Los libres (“esa especie de ínsula al borde del río Uruguay”) fue la caja de resonancias de otras lenguas y el lugar de un rito profano, el carnaval, que como la lectura era capaz de suspender el tiempo.  

Un día el niño tiene su primera alucinación auditiva, “veía versos y los escuchaba”, estaban en el libro de lectura de la escuela, Primeras luces, y eran de Baldomero Fernández Moreno. Sin saberlo, podía experimentar la música como acto comunicativo, y décadas después supo que detrás de esa aparente simpleza había un artificio, un acto constructivo.

Primeras luces narra con maestría las escenas fundantes que alumbraron la infancia y adolescencia de un lector. Las revistas deportivas, las crónicas de relatores fútbol y boxeo, las series de televisión, “un saber soberano, juzgado como improductivo”, fueron el sustrato que nutrió el frondoso prontuario de lector: “Imaginar un origen no es algo pernicioso ni irreal. Puede darle sentido a un destino”.

Durante un veraneo en la costa argentina la lectura de un libro de Julio Verne, Dos años de vacaciones, le abre un universo, “una inmensa posibilidad”. Aislado de los otros, se sumerge en el impulso del viaje, en el descubrimiento y la posibilidad de evasión. Muchos consideran a Verne una lectura “de juventud” de cuyos libros podrían saltearse páginas enteras. Battilana hace constar la crítica brillante y  demoledora que le hace César Aira: “no hay muchos lectores serios que lean a Julio Verne. En general, a Verne no se lo lee sino que se lo ha leído”. De todos modos y hasta el día de hoy, Battilana vuelve cada verano a Verne. Sin querer justificarse ni rebatir las críticas, reivindica su propio fervor. Verne excede para él el tópico del autor cuya imaginación técnica se adelantó a su época, es más, su anacronismo le resulta placentero, “No me sorprende tanto lo que imaginó en pos del futuro sino lo que el futuro hizo con su imaginación”.

Battilana repasa su lenta y singular asimilación literaria, la mudanza a Buenos Aires, el primer taller al que asiste durante la dictadura, el descubrimiento de la constelación de poetas que conformarán su genealogía.  

El encuentro con el autor crucial sucede en una pieza de hospital, poco antes de una operación ligada a las dificultades respiratorias. En la sala vacía, mientras oscurece, saca del bolso un libro, la poesía reunida de César Vallejo. Lee el poema “Ágape” de Los heraldos negros, y el efecto esel equivalente a una percepción magnética, un acto de transfiguración. “En el interior del idioma castellano, había un idioma inexplorado”, dice Battilana, “una lengua extranjera trabajosamente extraída de la lengua materna”, como un excavador, un minero que “explora lo desechos lingüísticos”.

En un poema propio, perteneciente a Un western del frío (2015), recuerda ese “relámpago” a los 18 años: “feliz en mi cama / en la soledad del hospital, / al día siguiente me pondrían anestesia general, / pero yo ya había leído a Vallejo / por si acaso.”

Battilana alcanza en este breve tratado –que dialoga con su poesía y su ensayo El empleo del tiempo– una destreza narrativa que enlaza el pensamiento y la intuición, pero que es sobre todo la reivindicación de un fervor, el placer liso y llano de leer. “No existe la muerte mientras leemos: somos niños, adolescentes en estado de éxtasis. Buscamos el tiempo pleno.”

Mario Nosotti (revista Ñ 9/03/2024)

TABLERO AL MAR

La joven promesa, Agustín Alzari (Bajo La Luna, 2023)

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Comienzos de la década del 50. El arquitecto Severo Colautti, cuyo trabajo en la reconstrucción de la Italia de posguerra le ha otorgado renombre internacional, es contratado por el gobierno argentino para una misión secreta. Viajará en barco hacia el destino exótico que es también una oportunidad de renovarse, dejar atrás los golpes de la guerra y los traumas que lo acosan. Hace tiempo que trabaja en proyectos estatales de gran envergadura (escuelas, hospitales, barrios para trabajadores), y su audacia y visión en diseños de altura le han granjeado el apodo de “mago de las montañas”.

Aislado en su camarote, concentrado en el nuevo proyecto, vive su propia aventura que se mide en escalas milimétricas, en cálculos de suelos y oscilaciones térmicas, regímenes de lluvias, vientos, el “diálogo matérico” que ejecuta en el plano matemático y también de la intuición. Un océano, un cubículo, un encargo del que solo posee la información imprescindible, lo separan de los avatares del mundo exterior.  Pero dentro del navío, entre los  pasajeros de la primera clase a los que trata infructuosamente de evitar, encontrará otro núcleo del disturbio.

La idea de la novela de barco, casi de gabinete que impulsa este nuevo libro de Agustín Alzari, abreva en una tradición exótica  y a la vez en un imaginario familiar, una suerte de paisaje de cultura. Colautti viaja a un lugar idealizado, que le despierta curiosidad y lo desafía, y es ese corrimiento lo que vuelve a esta novela rara y familiar al mismo tiempo.

Aunque salga lo menos posible del camarote su fama lo precede: en un almuerzo compartido en el elegante salón comedor una mujer lo reconoce. Pronto se enteran otros e incluso al capitán, que pasará a hostigarlo para que le diseñe la casa donde sueña retirarse una vez jubilado. Colautti deberá echar mano de todos sus recursos y carácter para sortear los conflictos que le presenta esa pequeña sociabilidad.

El barco es una cápsula que le permite a Alzari abordar esta historia alrededor del proceso creativo, un oasis vinculado a la quietud y el aislamiento, a la febril, gozosa y absorbente actividad imaginativa. ¿Cómo piensa un arquitecto genial? ¿Cómo evoluciona en él una idea?  El ritual creativo, sus manías, sus ritmos, sus avances y titubeos, las raíces profundas en que se hunden los pasos del proceso. Pero también, y quizás aquí radica la tensión y el divertimento, cómo eso altera o es alterado por la vida cotidiana.

Mientras tanto aparecen ramalazos de una vida anterior (la historia familiar, la infancia, el amor trunco, las pérdidas) que demuestran que nunca estamos solos, que tanto los recuerdos como la vida diaria infiltran, compiten y transforman el trabajo intelectual. Colautti se pregunta en un momento dado qué se entenderá por aventura dentro de algunas décadas, y eso cifra de algún modo todo el relato.

Cuando el lector cree ya firmemente estar leyendo una novela de ultramar, y que Severo nunca pondrá un pie en tierra, entramos en la segunda parte del relato. Nuestro protagonista desembarca en una Buenos Aires que atisba apenas desde la ventana del hotel, como la escala previa al destino secreto al que pronto será conducido. Una vez allí, el viento, las piedras, el suelo y los cursos de agua resignifican el contrapunto entre la idea y su concreción, revelan la potencia transformadora de lo tangible. La multiplicación de inconvenientes, el manejo de los tiempos, la relación con los trabajadores, transforman a Colautti incluso físicamente, mostrando hasta qué punto una práctica y un entorno nos convierten en otros.

La escritura ligera, inteligente, fluida de Agustín Alzari –que ya había demostrado su destreza en una novela de tono muy distinto, La solución, publicada en 2014-  adopta el movimiento del barco y las ideas de Severo; con momentos jocosos y duros a la vez, su espíritu se cierne en lo que en un momento expresa uno de los personajes: “Todo lo humano era finalmente trabajoso, arduo, problemático, y allí residía su poder y su límite”.

Mario Nosotti (Revista Ñ 10/02/2024)

Frases que se cortan con cuchillo

María Negroni

sobre El corazón del daño, María Negroni (Random House, 2021)

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Hay muchas formas de escribir la propia vida. Una de ellas es a través de lo que queda al margen de los hitos, o tomando partido por determinadas series, inasibles y a la vez modeladoras como un fuego.  Podríamos decir que a María Negroni se le imponen en este libro dos líneas que dialogan (o luchan), que pivotean una sobre otra: la de la madre (“el amor de mi vida”, omnipresente y provocadora en todo el libro) y la de la literatura.

Como ríos que corren paralelos pero cuyas ramificaciones a menudo convergen, la relación con la madre es la relación con la lengua. Es una relación que se escribe. “No había libros en la casa de la infancia”. “Sí había!”, le retruca la madre. Se trata entonces de indagar, de volver a preguntarse y preguntar, de emerger sin morir de un diálogo enloquecedor. “Voy a crear lo que me sucedió”, dice la cita de Clarice Lispector que abre el libro.

Hacer surgir la voz de la madre es escribir la biografía de la propia lengua, de la voz personal, exhumando lo que hay en los pliegues de la historia heredada, “soy, acaso, esta larga y lenta mirada de la niña que fui, sobre el centro radiante de la incomprensión”.

Examinar la relación fundante, auscultar  el corazón del daño, es escribir. Y escribir es también volver a preguntarse una y otra vez sobre la práctica, sobre ese no saber. Recordar, inventar, revisitar,  leer, sobre todo esculpir cada frase con una autoconciencia aterradoramente lúcida, más allá de la trama, en la propia intemperie del lenguaje.

Desde la infancia de la narradora hasta la decadencia y muerte de su madre, pasando por la adolescencia, la militancia, las lectura, los viajes, las mudanzas y las separaciones, la maternidad, El corazón del daño es casi un testimonio literario, autoficción cosida con el hilo de la literatura, y sobre todo el largo e intrincado recorrido de formación de una escritora.  Negroni revisita uno a uno sus libros; son sus publicaciones las que pautan la cronología de esos días, su forma de diferenciarse, de ajustar cuentas, de crearse a sí misma.

Hay un momento central, después de una separación, en el exilio interior neoyorquino, y es justamente de esa tierra arrasada donde empieza a sonar el rumor de la poesía.

Contundencia, rabia musical, una exclusión que alumbra, lenguaje que desborda la frontera entre prosa y poesía, saber del ritmo. Desde el momento en que la niña empieza a leer y ya no para, la lectura se convierte en la forma de aprehender el mundo. Leer  la propia historia a través de los autores que llegan como estrellas fulgurantes, que son los que inoculan la pasión de escribir. El libro es un compendio de citas de escritores amados: Djuna Barnes, Edmond Jabés,  Emily Dickinson, Juan Gelman, Marina Tsvietáieva y la lista sigue. Una lengua que inventa sus términos, o pone en primer plano expresiones familiares, frases hechas, esas con las que la madre -cuyas frases “se cortan con cuchillo”- la machaca.

“Tu cuerpo fue siempre una espera, madre. Ahora mismo, en este enmedio de todo, te estoy haciendo una pregunta inmensa: este libro. Y no contestás.”

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Mario Nosotti (Revista Ñ 11/09/21)

Parques

Sergio Delgado

sobre Parques, Sergio Delgado (Ediciones UNL, 2021)

Sergio Delgado, escritor, profesor y ensayista que reparte su vida entre París y Santa Fe, construye en este libro una especie de autobiografía a través del singular abordaje de tres espacios vividos. Profusamente documentado, se lee sin embargo con la frugalidad de una anécdota y la fascinación de una aventura.

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Hay tantas formas de textualizar un espacio como individuos se den esa tarea que amalgama vivencia y escritura. Y si se trata de un parque, lugar anfibio donde coexisten naturaleza y cultura, memoria personal y colectiva, quizás sea conveniente tomar cierta distancia, tener  una mirada de algún modo extranjera.  El caso particular del autor de este libro (oriundo de Santa Fe que desde 1999 reside en Francia), hace que la perspectiva sea la de alguien que no es nunca ni totalmente extraño ni totalmente local, que siempre tiene un poco un pie en cada lado. Una suerte de fisiología de la impertenencia (así lo nombra el libro) que lo empuja a horadar ese misterio.

Parques reúne tres ensayos sobre tres espacios  (un parque, una plaza y un square),  organizados en una progresión cronológica y geográfica: Parque del Sur (Santa Fe), Parc Du Venzu (Bretaña) y Square Le Gall (París).  Llevados consecutivamente de la mano de CRONISTA, NOVELISTA y POETA (las tres caras de un espíritu que avanza y se pregunta, reconoce y anota)  nos vamos adentrando en una dimensión no solamente espacial sino también histórica, biográfica, donde lo que interesa no es la descripción objetiva sino el significado que tiene para el protagonista ese presente, que es también la memoria emotiva del que anda “repasando esos caminos conocidos como quien vuelve a recorrer un libro leído y olvidado”.

A través de recuerdos, anotaciones de viejas libretas, fotografías, documentos y citas literarias, estos textos que exceden en mucho el tema de los parques, son un viaje antropológico e íntimo, erudito y sensible, que arranca con la llegada de Cronista a su ciudad natal en 2009, buscando vivenciar (como lo hace cada vez que regresa) lo que queda o lo que pueda renovarse de un vínculo. Luego del avión transoceánico y ya en el Flecha Bus Buenos Aires-Santa Fe, nuestro protagonista va arribando al parque “General Manuel Belgrano” conocido como “del Sur”, cercano al casco histórico, en las últimas luces de una tarde invernal que se adentra también en la infancia.  

Portando anotador y cámara de fotos, el cronista da cuenta de ese espacio al que iba diariamente con su padre siendo niño, intentando auscultar sus secretos, o rearmar una frágil memoria. Visita por ejemplo los edificios públicos e históricos de los alrededores, como el Convento de San Francisco, o el Museo Etnográfico, al que sabe aburrido y repleto de trastos inútiles pero donde aquél chico había descubierto un objeto de fascinación: la mirada brillante, el gran ojo de vidrio de un enorme caballo embalsamado en la pequeña sala dedicada a la vida gauchesca.  

Luego se internará hacia el sur del parque a través de senderos, fragmentos de barranca y vegetación autóctona, orillando ese lago surgido por el cierre de un brazo del río, y que ahora luce inmóvil, prisionero, como quien “desfallece de tristeza.”

Tanto en el parque Sur, como luego en Parc du Venzu en Francia (en donde el arroyito que un siglo atrás corría cantarín desciende ahora penando, a veces entubado o reducido a un zanjón), muchas veces los ríos, las frondas y los lagos recuperan a la vista del que narra su estatuto de seres que sufren degradados por la urbanización, la contaminación y el utilitarismo. 

Parc Du Venzu, es el siguiente ensayo que, a través de leyendas, historias y testimonios da cuenta de cómo fue surgiendo este parque de la Bretaña francesa, proceso al cual el escritor asistió en calidad de vecino y cuya evocación se trama con digresiones varias, como la demolición de un enorme edificio cercano, la muerte de un librero, o el canto misterioso de un pájaro en invierno.

En el 2014 el autor se muda a París y en el Square Le Gall (fase final del recorrido) encontrará el refugio que lo ayude a adentrarse en la gran urbe. Allí regresará a menudo en el intento de recuperar unas palabras, reconstruir un diálogo invaluable mantenido con una amiga bajo las ramas de un ginkgo (ese “fósil viviente” que estalla en amarillo cada año) en un fin de semana en que ambos recorren la ciudad tras los pasos de un poeta amado.

A menudo, recorrer estos “parques” implica ver lo que hay pero también lo que hubo, mirada que descubre marcas y va exhumando capas de las transformaciones de un espacio, carácter inestable que revela que “no todo lo que desaparece deja de existir”.  Esto también se liga al esfuerzo, al trabajo arqueológico por recuperar vivencias, conversaciones, imágenes, retazos de un pasado propio que se vale tanto de la intuición como de la parafernalia de cuadernos, archivos, notas, recortes y fotografías, algo aparentemente improductivo o insensato, pero en lo que en un momento dado se revela “una suerte de principio de termodinámica personal”.

Parques puede leerse como el relato de una búsqueda sensible, un viaje de descubrimientos íntimos a través de los años, una narración viva con momentos de humor y de melancolía, que se lee con fruición y despierta el deseo de salir a caminar, de perderse en la continuidad de las palabras. 

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Mario Nosotti (Revista Ñ 31/07/21)

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Sergio Delgado nació en Santa Fe en 1961 y desde 1999 vive en Francia. Publicó los libros de relatos La selva de Marte (1994) y La laguna (2001); y las novelas El alejamiento (1996), Al fin (2005), Estela en el monte (2006), El corazón de la manzana (2009), Al alba (2011) y La sobrina (2019). Esta última inicia el tríptico El paraíso. En 2008 publicó la crónica Parque del Sur. Enseñó en la Universidad Nacional del Litoral, Argentina, y en la Universidad de Bretaña-Sur, Francia. Actualmente es profesor de la Universidad de París Est-Créteil.  Como crítico publicó numerosos ensayos sobre literatura hispanoamericana y tuvo a su cargo ediciones de obras de Juan Manuel Inchauspe, Mateo Booz, Juan José Manauta, Juan L. Ortiz, José Pedroni, Juan José Saer y Amaro Villanueva. Dirige la colección El País del Sauce (Ediciones UNL y EDUNER).