La nube es una flor que arrancó sus raíces

poemas de Fabián Herrero  

*

      
Abre sus ramas, sus cabellos
de colores. La araucaria amanece
      cantando.
                 
*

     Días soleados de primavera, 
el paraíso está listo
     para salir.

*


      En su mundo 
de ojos abiertos, una nube pasa
      flotando.

*

      Hermosa nube
sobre mi cabeza. Hoy seré
      tu sombra.

*

     La reconozco. Llego
a mi casa. Mi madre en el jardín, altísima
     la araucaria, la casa
no es la misma de antes. 
  
*

     La nube es una flor
que arrancó
     sus raíces.

*

  
    ¿También somos hermosos?
En nosotros la noche, camina envuelta
     en aroma a jazmín recién cortado.

*

     En el camino que dejó la lluvia,
hundo mis zapatillas, saltan
     las ranas.

*

      Dueña
de una paz
     suprema, siempre 
encuentra 
     la nube 
los modos de decirnos
      cómo somos.

*
  
     Como una rana, debajo
 del puente, el agua
       salta, es viento.

*

       Rapidísimo
 baja un pájaro y picotea
       el río. 
Así suenan palabras queridas. 

*

      En silencio el poeta lee.
En la habitación la luna crece 
      escondida.

***

Fabián Herrero: Santa Fe, 1965. Profesor de Historia (UNL), Doctor en Historia (UBA), Investigador del Conicet. Profesor titular (UADER, sede Paraná). Publicó como historiador más de diez libros. También «Selección poética Santa Fe al norte» junto a Alicia Acosta y Roberto Aguirre Molina. En la década de 1980 formó pare de los talleres de Hugo Gola y también los dirigidos por Edgardo Russo y Juan Manuel Inchauspe. Ha publicado 13 libros de poesía, entre otros: Quién no le tiró una piedrita al mundo, Poemas 1988-2018 (Alción, 2020), La luna tiembla en mi cuerpo de agua (Barnacle, 2021) y Días como perros (Barnacle, 2022)

Destacado

Un tábano y una gota de sangre

Alejandro Crotto

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sobre Quiero, Alejandro Crotto (Audisea, 2023)

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¿Cómo comienza una historia? El pasado y el futuro se pliegan, algo viejo y nuevísimo acontecen. “Algo se abrió, primero. / Entonces acá estoy, mi cara muda, / como el que va empapándose / de una lluvia invisible.” Todo comienza con un mínimo gesto, algo más que un esfuerzo producto de la voluntad, un verbo y un deseo brotando desde adentro: Quiero. Entonces el mundo visible e invisible se despliegan, la realidad se agrega a medida que avanzamos, como capas que suman dimensiones, como páginas de un libro, miramos ese río, esas hormigas, los álamos, las piedras, las estrellas, y somos algo más entre las cosas, “el corazón que nace si me quito”.

En los poemas de Alejandro Crotto los hechos son situados, todo pasa a la vez frente al que habla y frente al lector, en el mismo momento y con igual nitidez: “Vi un tábano. Fue así: / había mucho sol y yo estaba en la orilla”. Versos que se revelan como puro presente, como una flor se abre en la elocuencia de palabras desnudas, sin ropajes. “Una gota de sangre cae en un vaso de agua / y mientras va de a poco abriéndose / caen una, dos, tres gotas más.” Las cosas son mientras duran, mientras suenan, mientras se hace la pregunta que produce el asombro. Mediante escenas simples, inmediatas, que tienen sin embrago la profundidad de una constante apertura, el sujeto poético se habla a sí mismo como si fuese su propia criatura, como el propio Creador que lo agitara: “recorrélo caminando”, “llenáte de sol”. Poemas como haikus, torrecitas de piedras apiladas en un raro equilibrio; al llegar al cima algo cruje y esplende, se acelera y eleva como una ofrenda al cielo.

El trabajo de Crotto con ciertas formas fijas, el juego con la métrica, con las rimas y el ritmo, son parte de una experimentación ligada a lo intuitivo donde la normativa se desestabiliza. El poema se abre paso como el agua de un arroyo que rebota en las piedras, es esa musicalidad y ese repiqueteo el que crea el sentido, que mezcla sensación e imagen en una conmoción apenas contenida. Consciente de ser solo un medio, como una caña que permite escuchar el esplendor del viento, esa mirada humilde y conmovida se labra en la sintaxis despojada, la variación de pocos elementos.

Plegarias, ceremonias tan íntimas como elementales, rituales seculares: “armamos una pila con ramitas y hojas / y pusimos al sapo muerto encima // Mientras crecía el fuego / cantamos para él una canción”. Los juegos fónicos y las repeticiones, la atención a lo dado, obran la sensación de cosas afirmándose en su ser. Todo esto se traduce en la renuncia al control, a una voluntad de intelección que busque traducir y acaparar lo que acontece: “Quiero escuchar sin entender mil veces”.

Muchos de los poemas de este quinto libro de Crotto (los anteriores son, Abejas, 2009, Chesterton, 2013, Once personas, 2015, Francisco –un monólogo dramático-, 2017) se abren a zonas nuevas o poco exploradas en su poética anterior: gérmenes narrativos donde la libertad imaginativa echa mano a la fábula, lo fantástico, (por ejemplo en “Cuatro visiones frías”), a un enrarecimiento que lo aparta de lo referencial. A su vez, varios poemas se presentan como micro relatos que reavivan ciertos tópicos de la tradición mística: el ser hablado, el quemarse en el amor al Creador, el saber que Él me habita “como un tesoro que crece si lo gasto”. Como un animal que avanza agazapado en la maleza, hay un llamado ciego que crece con su entorno, que no puede narrarse de otra forma, como hace imaginar el título de otro de los poemas: “UN JAGUAR EN LAS RIMAS DE VARIACIÓN VOCÁLICA”.

En la poesía de Crotto siempre se pone en juego la dialéctica entre lo que muere y la regeneración, el poder ser lavado, redimido a través del contacto con los seres y las cosas que son una expresión, un atributo de algo que los trasciende: “Ahora el agua me lava todo el cansancio.  // A todo mi cansancio se lo lleva la corriente”.

Mario Nosotti, revista Ñ (1/07/2023)

LOS ESPÍRITUS HABLARON POR MI BOCA

Poemas de CARLOS J. ALDAZÁBAL

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Tierra (Honath)

Aquí vivía el anta, y vivía la avispa,

vivía el árbol grande y el arbusto pequeño,

vivían los quirquinchos, el jaguar y los pájaros.

Y vivía la gente.

Aquí corrió la miel, corrió el agua y la sangre,

aquí brotaba el pasto, el chaguar y otros verdes,

aquí cantó el silencio, el crespín, la torcaza.

Y cantaba la gente.

Vivían y cantaban. Andaban y reían.

Era poca la pena y eran buenos los días.

Soñaban y nacían, comían, caminaban,

juntaban muchos frutos, pescaban muchos peces,

sabían que las vueltas que tienen los caminos

son huellas del futuro que marcan lo que ha sido,

lo que es, como siempre, lo que nace y que muere,

las formas de la tierra, las formas de la gente.

Esta tierra era hermosa.

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Monte (Tayhi)

En el horizonte divisé un resplandor.

Pudo ser el amanecer o la tarde, pero no era nada de eso.

Se trataba del límite del monte,

y en esa playa que daba al río

el límite era una chispa que salpicaba la oscuridad.

Porque en la noche el espíritu del monte dice

“Visionario sereno, te entrego estas imágenes”,

y su decir es una explicación de algún misterio,

y ese misterio es parte de su espíritu,

cerrazón donde los monos se aparean,

donde el puma caza, y la lampalagua hace la digestión.

En el monte las luciérnagas se sonrojan y se ocultan,

discretas ante la levedad de la corzuela.

Y en el monte las lechuzas desenrollan

la sabiduría de la oscuridad,

de lo que no se comprende pero se presiente.

“Visionario sereno, te entrego estas imágenes”.

Y un pavor llenó mi alma. Y los espíritus hablaron por mi boca.

Y temblé y tuve odio, y tuve hambre y pena,

y me arrastraba moribundo por mi propia premonición.

Yo era el monte, y entraba en mi agonía,

desahuciado, hundido, terriblemente solo,

abandonado en la soledad de lo que muere.

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Espíritu peligroso (Tokhan)

¿Cuántas veces peleamos?

¿Cuántas veces, vencido, vi derrumbarse el techo

mientras las manchas se diluían en mis ojos

y la ceguera paralizaba mi entendimiento

y los árboles morían en un chasquido inexplicable?

¿Y cuántas veces logré expulsarte, espíritu peligroso,

serpiente de mil nombres, acechante veneno para el talón desprevenido?

Yo agradezco la batalla, y escupo para ver en los ojos del mensajero,

el mismo que dijo con voz de gorrión:

“Viene el día, y con él el momento de la prueba”,

o “Viene el anochecer, y en su regazo el insomnio de la duda”.

Una vez fue un colibrí lo que aleteó en mis ojos,

mensajero de fragilidad inaudita, de fortaleza meteórica,

y con cada aleteo el peligro aminoraba

y se fortalecía la victoria del astuto.

“¿Por qué duelen las pruebas?”, pregunté al mensajero,

antes de que vos, espíritu peligroso, volvieras traicionero a emboscarme.

Porque tus golpes tienen dureza de algarrobo

y engañan el corazón como la aloja.

Porque tus golpes son remolinos,

viento despeinando la certeza de la bondad del hombre.

Porque tus golpes arrinconan, como la hormiga que destroza al pichón caído,

como el agua desbordada que carcome la madera, pudriéndola de a poco.

Pero aquí estoy, espíritu peligroso, intacto y desafiante,

sobreviviendo a todos tus embates en el aletear de un gorrión, de un colibrí.

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Pasionaria (Samokitaj)

Nubecita que llovés en mis ojos,

ventisca que escupís el arenal para que vea,

así te encuentro, mensajera del furor

y me desarmo en gorjeos,

como si un pajarito te cantara.

Después viene el enojo,

el hombro levantado de la ternura

que me hace desbaratar la previsión,                          

y luego del enojo, pastizal comido por el fuego,

la delgada inocencia de una boca que dice:

“Cantorcito desalmado que me hacés de tu séquito,

yo te enciendo en la ventisca arenosa

para que me veás y logrés encontrarte,

esforzado rastreador, vos que no sabés de tu presa

más que el sonido de las ranas, el sonido de la tormenta,

esa que viene, agua de río, para hacerte escarmentar”.

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El dueño del pescado (Woch´otey)

El pescado vino a decirme:

“No tendrás los ojos abiertos

hasta que mi dueño hable en mí”,

y comprendí el designio del espíritu que habla en el pescado,

y fui llamado por mi nombre a orillas de ese río.

Antes de ser yo era una burbuja que salía de las branquias,

aceite sobre el barro de la profundidad,

cadáver de animal que lleva la corriente.

Antes de ser yo, era la turbiedad del río.

Así encontré mi nombre:

sagacidad pulida en lo profundo,

extendida en la red, puesta en la lanza,

arrojada en el destello a la promesa.

Y fui yo en el banquete del nombre devorado,

y el dueño del pescado habló por mi cadáver

alimentando la tierra con el resplandor de mis escamas.

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Paraje (El Suri Porfiado 2022) de Carlos J. Aldazábal tiene una dimensión celebratoria que de apoco desagua en la tristeza de un mundo que parece irremediablemente perdido. Poesía antropológica dice la contratapa, pero creo que se trata simplemente de poesía, una que nos religa a la energía deslumbrante y terrorífica de la naturaleza y las cosmovisiones que la sustentan, arrasadas ambas día a día sin el menor escrúpulo. Es el tipo de poesía que nos ayuda a ver, a volver a escuchar en un mismo sonido lo que hubo, y lo que todavía resiste.

Como en Nadie enduela su voz como plegaria (2003), referido al genocidio padecido por los selknam de Tierra del Fuego, los poemas de este libro se nutren del profundo, maravilloso universo del pueblo Wichí, los parajes del Chaco salteño, el saqueo de su hábitat, las violencia que sufren las mujeres. El libro obtuvo el primer premio del FNA 2021.

Mario Nosotti

EL PODER DEL DESEO

sobre Oscuras flores de duelo, Patricio Foglia (Editorial Conejos, 2021)

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Todas las mañanas, un muchacho sube la persiana del local de su familia, una santería en Liniers, cerca de San Cayetano. Allí, entre santos, sahumerios y velas de colores se va hilando una historia donde los hechos mágicos y las revelaciones se entrelazan con la cotidianeidad más terrenal. La poesía será a partir de entonces como un acto de fe, un arte que permite amalgamar los mundos, las varias dimensiones paralelas que conforman la realidad aumentada.

Chicos en moto, con gorrita y el torso desnudo, una madre por momentos presente, por momentos recordada, personas que entran y salen con sus energías, con sus auras, y la suave y creciente conexión con un poder más grande, encarnado casi siempre en lo cercano, seres comunes (un perro siberiano, una laucha, incluso hasta  una mancha de humedad) señales que nos hablan, nos ayudan a tomar decisiones, a saber dónde ir.

Estructurado como breves entradas de un diario, Oscuras flores de duelo de Patricio Foglia, muestra la forma de hacer una novela de poesía, con simples pinceladas, o mejor dicho, con la materia llana de las voces, personajes y ambientes, que hacen surgir una coloración, una temperatura, un tipo verosímil de belleza.

El poder del deseo (“hay que tener cuidado con lo que se desea porque se puede cumplir”), la rotura intermitente del dique entre el presente y lo que sobrevendrá, la búsqueda del camino propio más allá de los dictados y voces distractoras, son motores que impulsan el relato, cuya plasticidad reside en no ocultar los raptos de inocencia, esperanza y humor.

Nuestro joven santero -en cuyo panteón conviven Buda, la difunta Correa, el gauchito Gil, incluso hasta Totoro, «mi casa es así, nacional y espiritual”, o ángeles que manejan un auto importado y ajustician a alguien con varios disparos- poco a poco se convierte en una especie de médium, una antena que percibe tragedias casi al mismo momento que suceden. El lector reconoce los hitos del pasado reciente -el atentado a una mutual judía, la muerte del hijo de un presidente en un accidente en helicóptero, un estallido político y social, o el fuego que devora la vidas de decenas de jóvenes en un local de Once-. Todo eso se entrama con la historia de Furia, el gitano cuyas dudas y búsqueda son también las del protagonista, que entonces pide ayuda a sus aliados. Cuando ser ese tránsito de energía fulgurante se hace insoportable, el muchacho cierra todo y se va de viaje. Se trata al fin y al cabo de eso, del viaje a la respuesta siempre postergada, al poder cuya fuerza nos puede convertir en un león o en un perro apaleado.  

El periplo hacia esa redención largamente anhelada, aquélla que se intuye más allá de cualquier explicación, se escribe con pasajes contundentes como este: “Cuando el sol empieza a ponerse, cierro el local y encaro para el tren. Mientras toda la gente vuelve, yo voy. A la noche, tardísimo, vuelvo con luz violeta en el colectivo, contento como una rama de viento en primavera. Veo mi rostro fijado en el vidrio y tengo un resplandor parecido a la felicidad. Viajar en el 86 es como flotar y un semáforo verde continuo me indica que estoy en la senda correcta”.

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Mario Nosotti 19/07/2022

Todo tiene un final

Anahí Mallol

sobre Historias de amor no, Anahí Mallol (Bajo la luna, 2022)

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“Te amo”, dice Lacan, “pero, inexplicablemente y debido a que amo algo más de ti, entonces te mutilo”.  Con esto alude a que la relación amorosa se juega entre lo que la otra persona es y lo que deseamos que sea, lo que creemos nos completaría. Si el amor es a menudo querer ser amado y el objeto de amor es lo que inventa mi deseo, las historias de amor son finalmente «historias de amor no».

Los estadios del vínculo afectivo son tan impredecibles y variables como historias se cuenten: un amor que florece al perderse, o que funciona solo a la distancia, o por admiración profesional, por diferencia, amores clandestinos que se sostienen solo a condición de tales, amores que se gestan en la adolescencia, se pierden por el resto de la vida,  y florecen de nuevo casi al borde de su desaparición.

Articulado como si fuese una especie de álbum de amores destinados al fracaso o el olvido, los poemas de este libro de Anahí Mallol son pequeñas biografías del corazón que anda o se detiene, que brota en un momento y llega hasta la muerte del amor, pasando por proyectos, ilusiones, fiestas, viajes, engaños, apatías, terminando a menudo en la disgregación de lo que fue una vez la cifra de lo intenso. Las ataduras son a veces por aburrimiento, por traslación de otros vínculos, y son en su mayoría mujeres las que dejan, las que anticipan en algún detalle lo que viene, las que menos escrúpulos tienen a la hora de elegir su libertad.  

El amor como ilusión pasajera, o brillo de oro falso, en todo caso opuesto a una esencia inmutable; como esa relación de años que termina en Infierno y luego en la pregunta “¿cómo pude, alguna vez, estar con este extraño?”. Algo resulta claro, el amor de estas historias no resiste el paso del tiempo.

Mediante sintagmas breves, contundentes, que pueden condensar años o momentos de quiebre, estas suertes de inventarios de vidas que entran en relación describen una curva que va desde el despunte del deseo a su disolución. La voz enunciativa es una sola; como una Scheherezade desgrana las historias que mira muchas veces desde el punto de vista de su consumación. Y los finales son de todo tipo, desde el lento desgaste, hasta lo inexplicable, los finales abruptos: alguien desaparece sin más, deja de responder, se va, nunca más da señales de vida.

El tono de estas prosas poéticas es siempre taxativo, desapegado; el amor no es un tópico sobre el cual reflexionar; se lo trata con ojo de entomólogo a través sus hitos, “matrimonios, trabajos, enfermedades, hijos, persecuciones políticas, muertes”,  un catálogo de historias habituales de las que se enumeran los puntos de inflexión, y no de cualquier modo, con potencia y belleza, encontrando poesía no allí donde el amor comienza a hacerse eterno, sino donde la redención ya no compensa nada.

No hay moralejas pero si intuiciones, tendencias que condensan estos lazos: lo que se llama amor es muchas veces algo ciego, ilusorio, sobre todo desparejo, siempre hay uno más fuerte que otro, y el más enamorado suele ser el más vulnerable. Cuando una de las partes quiere controlar o retener, la otra escapa. El amor no es esa condición que nos recibe con los brazos abiertos sino un campo minado, un hueco que nos deja a la intemperie. Historias de amor no, puede leerse como una suerte de spoon river, pequeños epitafios que cantan con crudeza e ironía la muerte de lo que alguna vez fue, y sobre todo, de lo que alguna vez pareció posible. 

El amor como horizonte y como límite después del cual la vida es una deriva desconocida. O quizás sea posible leer estas historias de otra forma: el amor puede decirse y erigirse desde la contundencia de su límite, de su final. Es su carácter mortal y su apuesta imposible lo que le da su brillo momentáneo, su intensidad irrepetible. Que el amor termine, o que ya no haga mella, incluso que sea materia de aborrecimiento y olvido, que se revele como ilusión o autoengaño, no hace más que afirmar su potencia de símbolo, de manifestación significante.

Mario Nosotti, Revista Ñ (18/06/2022)

Escribir, pensar, intervenir

sobre Prosas fugaces, Mercedes Roffé (Las furias editora)

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Hay una larga tradición de poetas que paralelamente a su trabajo han ido desarrollando un pensamiento reflexivo sobre su práctica, la de sus colegas, sobre el arte en general y, muchas veces, sobre las formas en las que ese quehacer hace mella en la cotidianeidad. No hablo acá de ensayistas consumados, ni de extensos tratados sobre un tema particular, sino más bien de ese género breve, vital, agitado por cierta coyuntura: me refiero a las “notas”, ese registro ágil, intuitivo, que retoma el vislumbre sobre un determinado tema, o vuelve sobre ciertos tópicos sin necesidad de estructurarlos en un sistema cerrado, que ilumina cuestiones momentáneas a las que no se vuelve – aunque nunca se sabe, porque si algo tienen estas prosas fugaces es su capacidad de ir hacia adelante, de alimentar el futuro-.

En este nuevo libro articulado en entradas de diversa extensión, la poeta Mercedes Roffé (editora, autora de diez libros de poesía traducidos a diversas lenguas)  continúa la apasionada indagación iniciada en Glosa continua, preguntándose sobre su propia práctica, dialogando con una constelación artistas (escritores, músicos, artistas visuales) con los que construyó su propia perspectiva, y avanzando con avidez sobre temas que la desvelan.

Una voz reivindicativa, que asume no sin cierto malestar un estado de cosas (el exceso de “productividad”, la ansiedad por publicar y ser reconocido), se sucede con otra reflexiva y serena, donde suele irrumpir un humor lúcido, que no elude observaciones sobre cierta coyuntura poética, (“aun los editores de poetas exitosos agradecen un tiempo prudencial entre libro y libro”), tratando de pensar honestamente dónde estamos parados, sin la condescendencia que muchas veces no hace más que dejar todo en el mismo lugar.

Lo que pulsa en el fondo de estas disquisiciones es una sed vital: si la poesía, si el arte en general no nos pone en contacto con algo que nos interpele, nos despierte, nos haga disfrutar o nos cuestione ¿qué sentido tiene? Encontrar cada uno ese hilo que lo lleve a dialogar con determinados nombres y miradas es el único antídoto ante la avalancha de información, catálogos, publicaciones, la muralla que hoy constituyen los libros. Y aunque Roffé regrese una y otra vez a su panteón, a sus insoslayables, hay en ella una constante apertura hacia lo nuevo, o hacia una nueva forma de leer el pasado.  

El rescate del valioso trabajo de muchas artistas mujeres, así como el de otros colectivos históricamente silenciados, son cuestiones centrales a las que Roffé vuelve, lo que incluye por ejemplo leer a contrapelo a nombres consagrados (C.G. Jung, T. S. Eliot) iluminando su sustrato hegemónico y su borramiento de otredades.

Reflexiones sobre el propio proceso de escribir, sobre la formación de una voz, sobre la inscripción dentro de una determinada genealogía, o sobre la segunda vocación de muchos artistas (en el caso de Roffé, el dibujo y la fotografía): ¿qué determina que alguien se aboque a una u otra forma de expresión? ¿Dónde encontrar poesía? O binarismos a partir de los cuales pensar: poesía y realidad, autonomía textual y mundo, intuición y disciplina.

Pesquisas que en un tono delicado expresan con belleza una especie de voluntad nietzscheana, como la reivindicación de la intuición, o la imaginación como capacidad de percibir lo material en su interconexión, sus múltiples correspondencias. Descubrir artistas nuevos en internet, caminar hasta una muestra de Rothko en pleno invierno neoyorquino y volver sobre los pasos al leer en la puerta un texto de curaduría donde se estupidiza y ofende a las mujeres. Estas Prosas fugaces de Mercedes Roffé demuestran que es posible anudar intervención, deleite y pensamiento, y que la escritura salga airosa.

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Mario Nosotti (Revista Ñ 28/05/2022)

Nessun dorma

Graciela Perosio

https://www.facebook.com/graciela.perosio/videos/5050269018394746

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Nessun dorma

amé el sonido antes de cruzar la curva de la “a”

lo auscultaba en las gotas de lluvia

midiendo diferencias según la superficie

en que golpeaban: vidrio, chapa, madera

o la lona del toldo que cruzaba

el amarillo patio de la infancia

necesitaba asirlo, acorralarlo,

interrogar su duende al filo de lo solo

hasta que contestara:

ma il mio mistero é chiuso in me

lo sentía recorriéndome desde los pies al pelo

con el viejo latido de Liguria

lo saboreaba engolfado entre paladar y lengua

-burbuja golosa próxima al estallido-

lo esperaba en lo oscuro cuando

algún perro encerrado aullaba su tristeza

y adivinaba intrigada los amores gatunos

en los chillidos largos por los techos del barrio

ma il mio mistero é chiuso in me

a lo lejos, casi un murmullo desde mi cama

el traquetear del tren hundía la noche

por caminos insospechados

y yo en silencio esperaba

bajo las estrellas ocultas

que los gallos cantaran

la mañana

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perteneciente al libro Fresias de octubre (El jardín de las delicias, 2022)

Cuerpo animal

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COMO SI NOS ALIMENTÁRAMOS para achicar el vacío: coreografía de pájaros sobre el despeñadero. Sofocación de las cosas que suelen regodearse en el goteo del tiempo: los corazones se alivianan, las piernas se estrechan, los dedos van a la boca. Insomnes por falta de la sustancia que los ángeles llevan en los ojos, desayunamos un sol impío: distorsivo y sediento como el nudo en la garganta que logramos derrotar a fuerza de tallar besos. Me conducís por bellas perversiones, como si la inocencia fuera un ardor perfumado que vas achicando a mordiscos. Así montás sobre mi exceso, así practicás la continencia con una reserva de fatigas que se parece a la maldaD.

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EL INSTRUMENTO QUE TEMPLARÍAS TIENE CUERDAS. En mi cuerpo alguna sustancia causa la pericia de tus dedos. Pero no habrá música por fuera de la naturaleza indómita de la piel. El instrumento a forjar, te lo digo entre besos, tendría algo de molino, algo de arca, algo de ventana. Algo de aquello que captura lo que no queremos perder. La música que habrá, te lo digo contra el cuerpo, va a hablar de una noche incrustada en un reino desconocido y nuestrO.

***

UN PEZ ENORME ME HABITA cuando ponés la voz encima de lo que decís, encima de lo que podés, encima de lo que me hiciste. Un pez abisal remueve los fondos y hace ruidos en tu cabeza, rodea un árbol mojado que echa sus raíces entre tu sombra y mi sombra. Un pez lento espesa la hora y te maldigo llena de ganas, muerdo turbación en tu nombre. Un pez voraz toca los límites y sacude las noches expropiadas en lo que espesa las fibras de mi derrota: me comés el aire, me molestás todo el cuerpO.

***

CON LA LENGUA LABRO UNA LLAVE que abrirá tu último juguete, la compañía de tu enfermedad. Con la lengua labro una llave que romperá la voz de tu madre, el tono mayor de la enfermedad. Con la lengua labro una llave y la acerco al lugar de estar enfermo, tu casa. Después será como si huyéramoS.

***

NOS VAMOS CONTANDO LA HISTORIA. Metiste mi cuerpo en tu sueño como puse los ojos en tu boca, apuntando para errar. Tenemos que poder: rasgar apenas los contornos que son el cuerpo, contar con la confianza, ser el ruido de nuestros nombres sin pronunciar. El perfume que me olés viene del recuerdo, algo de tu silueta antigua es lo que suelto en la pared. Nos ofrecemos sin saber: turbia mansedumbre para ocultar las pequeñas desapariciones en el error de los cuchillos, somos cosas con filo que restallan para hacer un quiebre en la cerrazón larga, cosas con filo que chocan para sacarle al daño un segundo de luZ.

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ESPERANDO QUE SUENE LA NOCHE. Un crujido como el que hace mi cuello cuando se pliega, tallo sediento, para chuparte mejor. Un estrépito como el golpe de tu vientre, oleada, embate, desmoronamiento, contra mi vientre. Un chasquido, lengua invasora contra lengua invadida, como para tallarle un canto rapaz, un hambre nueva. Reescribiendo una canción de cuna para dos que no se duermen. Oler, nos olemos. Lamer, nos lamemos. La justa operación para quitar el hierro que nos dejó la resaca de tanta noche y malas humedades. Tengo en la mano tu mano y así, jinetes insomnes, colmamos la boca de puentes, nos llevamos a componer, para vadearlo, un ríO.

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TREPADO SOBRE LAS PALABRAS que pongo en el aire, trabajás a la altura de mi oído: fina orfebrería, tus manos tomadas por una obsesión del ritmo, armar la guitarra que hace sonar los árboles más grandes de tu infancia con el mismo viento del día antes de la peor de tus tristezas. Alzada en el aire que pongo en las palabras, trabajo detrás de tu oreja: vertedero insistido, mis labios entregados a la extracción del ritmo, consumar la guitarra que hace sonar las piedras con las que tropecé y sobre las que ahora te acuesto. Todo lo que nos damos con el cuerpo será poesía, toda conquista será sobre la bocA.

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BEBÉS DE MI FÁBULA mientras me inclino a alzar la tuya: asistir a un pájaro ciego para que arme, rama a rama, un nido. Pongo ahí la lengua: el viento y otras fuerzas vendrán a llamarte. Tiemblo, bañada por otra luna. Armo un accidente geográfico en mi nombre. Tropezás, haciendo encallar, remo a remo, un barco roto. Ponés el pulso: la enfermedad y otros vicios vendrán a buscarme. Apretás los dientes, encandilado por otro sol. Nos damos enredados en una corriente no sabemos si de aire, de tierra, de agua o de fuego: el placer es un crecimiento vegetal en la orillita de los desiertoS.

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MORDÉS CON LA DESPIADADA VORACIDAD de un niño: mi cuello, mi poesía, nuestras manos, todo lo que crece con la sombra. Mirás y mirás dentro de mis ojos como si no hubiera un espejo más tuyo, como si no encontráramos profundidad mejor donde sumergirte. Te muerdo y te miro: escribo como si te cantara con las manos, como si con la lengua te corrigiera la puntuacióN.

***

USABAN LA CENIZA para simular una lluvia y encerrarse. No sabían vivir, pero sí mover la tierra con sus árboles. Desnudos de los nombres que les dieron, usaban el encierro para inducir la lluvia y tornarse otra ceniza. No sabían vivir, pero sí capturar esa lastimadura prodigiosa que hace sobre los cuerpos la entrada del díA.

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Yanina Audisio nació en 1983 en Río Cuarto, Córdoba, Argentina. Es licenciada en Psicología y magíster en Salud Pública. Coordinó el grupo Las Puntas del Clavo, presentaciones de textos literarios con formato escénico. Es responsable del blog sobre difusión literaria Inventar un pájaro, donde publica textos difíciles de conseguir. Sus traducciones en español de poemas en inglés se pueden leer en diversos medios como Abisinia Review, Santa Rabia Magazine, Otro Páramo y La Otra. Ha publicado los poemarios La noche en los perros (Expreso nova, 2013), La boca y su testigo (Primer premio 7mo Concurso de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares, 2014), Piedras, papeles, tijeras (Ediciones en danza, 2016), Bajo poncho (Al filo Ediciones, 2019), Cielo sobre el charco (Salta el pez Ediciones, 2019), Paragüería y otros poemas (infantil, Garza de Papel Ediciones, 2021) y Sol por un rato (Mención Honorífica Convocatoria 2020, Nueva York Poetry Press, 2021). El libro de cuentos Rancho aparte será publicado próximamente.

Nadie duerme de verdad aquí

Verónica Pérez Arango

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Me acerco para darte un beso. Tu barba es un nido que
recibe mis labios como las ramas secas hacen con los
gorriones. El beso no hace ruido, es parecido a un secreto
que se guarda para siempre.

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Te acompaño mientras esperamos al cirujano. En la
habitación hay un olor dulce y los rayos del sol atraviesan
los vidrios de las ventanas. Afuera es de día otra vez. En
la clínica nadie ventila los cuartos, o al menos no vi que
lo hicieran desde que llegamos. El aire circula por tubos
adentro de las paredes y sale por rejillas incrustadas en
el cielorraso. Te miro tapado con una frazada de polar
azul. La sonda con escamas de sangre sobre la piel seca
la mano izquierda, la barba canosa y muy suave, los
párpados aceitados por lagañas. Llevás un monstruo
en el estómago que saltará en cualquier momento a tu
garganta. No vas a gritar porque siempre fuiste un niño
sumiso. También reconozco que sos un lugar común, un
padre serio, un padre rígido. Te destapo. Algo se desarma
debajo del polar azul. Músculos, piel, huesos. Veo las
hilachas de flacidez. Vomitás de nuevo, escupís sopa de
anoche, flemas. La dentadura postiza cae, irreversible, en
la palangana.

*

En el cuerpo crecen raíces, algas, flores. “Vegetaciones”,
dijo el especialista. De a poco, van cubriendo tu interior
como sábanas sobre muebles en una casa vieja. La circu-
lación de los líquidos ya no es tan rápida pero quedan los
pasillos, los pequeños cajones, los recovecos y las esca-
leras en tu cuerpo de musgo. El cirujano, pálido entre la
espuma de la anestesia, te abre y te da vuelta. Entonces
podés comprobar de qué estás hecho.

*

Sueño que el Renault 12 que manejás se interna entre los
árboles del verano, sucio por la arena de Gesell. Más tarde,
un bosque en llamas. Tu traje gris oscuro de contador
público por fin arde en la fogata. Las hojas chamuscadas
de los árboles se oyen como una sinfonía.

*

Tu forma de afecto: un brevísimo llamado telefónico
para invitarme a comer asado. «Te compré tira». Pero yo
oigo «conozco tus gustos», «me gustaría verte el domingo»,
«te quiero, hija».

*

poemas pertenecientes al libro Nadie duerme de verdad aquí, Verónica Pérez Arango (Caleta Olivia, 2021)

Blues de las almas inquietas

María Mascheroni

**

la bella vejez

hoy tengo un buen día dice
y mira las flores con la punta de los dedos
se cerciora
día a día se cuentan ahora los días de su vida
roza las flores
decide recomenzar con las orquídeas
mientras me cuenta
un interruptor celeste ordena como puede
la partitura inicial de la mañana
olvida que sus ojos no
-la mano o incluso mi relato verán más-
y la escena de pétalos carnosos desata la visión
milagro otra vez entre las ramas negras
detrás de las ramas negras

mi madre tiene hoy un buen día
ochenta y tres años
y un hilo de colores variados
con el que enhebra diaria y delicadamente
su coronilla a los instantes
-alegría de cada siesta en el relámpago-
si dios quiere

yo sólo atino a declinar mi infancia
y alzo las flores ante ella con alegría
como si el abrigo no acabara nunca


*

la madre sólo pide pan y corona
pero la niña
trae colores bárbaros bajo el brazo
a la casa blanca de alcurnia
-¡qué desorden!-
no puede asimilar ese revoltijo este color

verbal y profana la pequeña cabalga
por las estancias del internado
corralito blanco que la madre teje y teje con apellidos o atajos
mientras se demora se demora cada semana en la visita
y alimenta el miedo que la hija carga

la niña se yergue aún así
sobre los pies amordazados
sobre el dolor expulsado de la madre
celosamente oculto en el doble fondo
de la valija siempre lista antes de partir

más tarde mucho después
con la voz alzada
contará la historia de mil y una maneras
escribirá con precisión otras madres un destino abierto
con los rasgos revueltos por el hambre

poemas pertenecientes a Blues de las almas inquietas, María Mascheroni (Hilos Editora, 2021)