Cuerpo animal

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COMO SI NOS ALIMENTÁRAMOS para achicar el vacío: coreografía de pájaros sobre el despeñadero. Sofocación de las cosas que suelen regodearse en el goteo del tiempo: los corazones se alivianan, las piernas se estrechan, los dedos van a la boca. Insomnes por falta de la sustancia que los ángeles llevan en los ojos, desayunamos un sol impío: distorsivo y sediento como el nudo en la garganta que logramos derrotar a fuerza de tallar besos. Me conducís por bellas perversiones, como si la inocencia fuera un ardor perfumado que vas achicando a mordiscos. Así montás sobre mi exceso, así practicás la continencia con una reserva de fatigas que se parece a la maldaD.

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EL INSTRUMENTO QUE TEMPLARÍAS TIENE CUERDAS. En mi cuerpo alguna sustancia causa la pericia de tus dedos. Pero no habrá música por fuera de la naturaleza indómita de la piel. El instrumento a forjar, te lo digo entre besos, tendría algo de molino, algo de arca, algo de ventana. Algo de aquello que captura lo que no queremos perder. La música que habrá, te lo digo contra el cuerpo, va a hablar de una noche incrustada en un reino desconocido y nuestrO.

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UN PEZ ENORME ME HABITA cuando ponés la voz encima de lo que decís, encima de lo que podés, encima de lo que me hiciste. Un pez abisal remueve los fondos y hace ruidos en tu cabeza, rodea un árbol mojado que echa sus raíces entre tu sombra y mi sombra. Un pez lento espesa la hora y te maldigo llena de ganas, muerdo turbación en tu nombre. Un pez voraz toca los límites y sacude las noches expropiadas en lo que espesa las fibras de mi derrota: me comés el aire, me molestás todo el cuerpO.

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CON LA LENGUA LABRO UNA LLAVE que abrirá tu último juguete, la compañía de tu enfermedad. Con la lengua labro una llave que romperá la voz de tu madre, el tono mayor de la enfermedad. Con la lengua labro una llave y la acerco al lugar de estar enfermo, tu casa. Después será como si huyéramoS.

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NOS VAMOS CONTANDO LA HISTORIA. Metiste mi cuerpo en tu sueño como puse los ojos en tu boca, apuntando para errar. Tenemos que poder: rasgar apenas los contornos que son el cuerpo, contar con la confianza, ser el ruido de nuestros nombres sin pronunciar. El perfume que me olés viene del recuerdo, algo de tu silueta antigua es lo que suelto en la pared. Nos ofrecemos sin saber: turbia mansedumbre para ocultar las pequeñas desapariciones en el error de los cuchillos, somos cosas con filo que restallan para hacer un quiebre en la cerrazón larga, cosas con filo que chocan para sacarle al daño un segundo de luZ.

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ESPERANDO QUE SUENE LA NOCHE. Un crujido como el que hace mi cuello cuando se pliega, tallo sediento, para chuparte mejor. Un estrépito como el golpe de tu vientre, oleada, embate, desmoronamiento, contra mi vientre. Un chasquido, lengua invasora contra lengua invadida, como para tallarle un canto rapaz, un hambre nueva. Reescribiendo una canción de cuna para dos que no se duermen. Oler, nos olemos. Lamer, nos lamemos. La justa operación para quitar el hierro que nos dejó la resaca de tanta noche y malas humedades. Tengo en la mano tu mano y así, jinetes insomnes, colmamos la boca de puentes, nos llevamos a componer, para vadearlo, un ríO.

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TREPADO SOBRE LAS PALABRAS que pongo en el aire, trabajás a la altura de mi oído: fina orfebrería, tus manos tomadas por una obsesión del ritmo, armar la guitarra que hace sonar los árboles más grandes de tu infancia con el mismo viento del día antes de la peor de tus tristezas. Alzada en el aire que pongo en las palabras, trabajo detrás de tu oreja: vertedero insistido, mis labios entregados a la extracción del ritmo, consumar la guitarra que hace sonar las piedras con las que tropecé y sobre las que ahora te acuesto. Todo lo que nos damos con el cuerpo será poesía, toda conquista será sobre la bocA.

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BEBÉS DE MI FÁBULA mientras me inclino a alzar la tuya: asistir a un pájaro ciego para que arme, rama a rama, un nido. Pongo ahí la lengua: el viento y otras fuerzas vendrán a llamarte. Tiemblo, bañada por otra luna. Armo un accidente geográfico en mi nombre. Tropezás, haciendo encallar, remo a remo, un barco roto. Ponés el pulso: la enfermedad y otros vicios vendrán a buscarme. Apretás los dientes, encandilado por otro sol. Nos damos enredados en una corriente no sabemos si de aire, de tierra, de agua o de fuego: el placer es un crecimiento vegetal en la orillita de los desiertoS.

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MORDÉS CON LA DESPIADADA VORACIDAD de un niño: mi cuello, mi poesía, nuestras manos, todo lo que crece con la sombra. Mirás y mirás dentro de mis ojos como si no hubiera un espejo más tuyo, como si no encontráramos profundidad mejor donde sumergirte. Te muerdo y te miro: escribo como si te cantara con las manos, como si con la lengua te corrigiera la puntuacióN.

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USABAN LA CENIZA para simular una lluvia y encerrarse. No sabían vivir, pero sí mover la tierra con sus árboles. Desnudos de los nombres que les dieron, usaban el encierro para inducir la lluvia y tornarse otra ceniza. No sabían vivir, pero sí capturar esa lastimadura prodigiosa que hace sobre los cuerpos la entrada del díA.

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Yanina Audisio nació en 1983 en Río Cuarto, Córdoba, Argentina. Es licenciada en Psicología y magíster en Salud Pública. Coordinó el grupo Las Puntas del Clavo, presentaciones de textos literarios con formato escénico. Es responsable del blog sobre difusión literaria Inventar un pájaro, donde publica textos difíciles de conseguir. Sus traducciones en español de poemas en inglés se pueden leer en diversos medios como Abisinia Review, Santa Rabia Magazine, Otro Páramo y La Otra. Ha publicado los poemarios La noche en los perros (Expreso nova, 2013), La boca y su testigo (Primer premio 7mo Concurso de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares, 2014), Piedras, papeles, tijeras (Ediciones en danza, 2016), Bajo poncho (Al filo Ediciones, 2019), Cielo sobre el charco (Salta el pez Ediciones, 2019), Paragüería y otros poemas (infantil, Garza de Papel Ediciones, 2021) y Sol por un rato (Mención Honorífica Convocatoria 2020, Nueva York Poetry Press, 2021). El libro de cuentos Rancho aparte será publicado próximamente.

Nadie duerme de verdad aquí

Verónica Pérez Arango

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Me acerco para darte un beso. Tu barba es un nido que
recibe mis labios como las ramas secas hacen con los
gorriones. El beso no hace ruido, es parecido a un secreto
que se guarda para siempre.

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Te acompaño mientras esperamos al cirujano. En la
habitación hay un olor dulce y los rayos del sol atraviesan
los vidrios de las ventanas. Afuera es de día otra vez. En
la clínica nadie ventila los cuartos, o al menos no vi que
lo hicieran desde que llegamos. El aire circula por tubos
adentro de las paredes y sale por rejillas incrustadas en
el cielorraso. Te miro tapado con una frazada de polar
azul. La sonda con escamas de sangre sobre la piel seca
la mano izquierda, la barba canosa y muy suave, los
párpados aceitados por lagañas. Llevás un monstruo
en el estómago que saltará en cualquier momento a tu
garganta. No vas a gritar porque siempre fuiste un niño
sumiso. También reconozco que sos un lugar común, un
padre serio, un padre rígido. Te destapo. Algo se desarma
debajo del polar azul. Músculos, piel, huesos. Veo las
hilachas de flacidez. Vomitás de nuevo, escupís sopa de
anoche, flemas. La dentadura postiza cae, irreversible, en
la palangana.

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En el cuerpo crecen raíces, algas, flores. “Vegetaciones”,
dijo el especialista. De a poco, van cubriendo tu interior
como sábanas sobre muebles en una casa vieja. La circu-
lación de los líquidos ya no es tan rápida pero quedan los
pasillos, los pequeños cajones, los recovecos y las esca-
leras en tu cuerpo de musgo. El cirujano, pálido entre la
espuma de la anestesia, te abre y te da vuelta. Entonces
podés comprobar de qué estás hecho.

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Sueño que el Renault 12 que manejás se interna entre los
árboles del verano, sucio por la arena de Gesell. Más tarde,
un bosque en llamas. Tu traje gris oscuro de contador
público por fin arde en la fogata. Las hojas chamuscadas
de los árboles se oyen como una sinfonía.

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Tu forma de afecto: un brevísimo llamado telefónico
para invitarme a comer asado. «Te compré tira». Pero yo
oigo «conozco tus gustos», «me gustaría verte el domingo»,
«te quiero, hija».

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poemas pertenecientes al libro Nadie duerme de verdad aquí, Verónica Pérez Arango (Caleta Olivia, 2021)