Una imaginación documental

Sergio Delgado

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sobre EL PARAÍSO (La sobrina, El paraíso, La estela), Sergio Delgado (EDUNER, 2023)

Como aquéllos retablos medievales compuestos por paneles que aun separados mantienen para el espectador una unidad, este nuevo libro de Sergio Delgado urde a lo largo de casi quinientas páginas tres historias que tienen en común la reconstrucción de un pasado más o menos remoto. La memoria es una urdimbre que a través de recuerdos personales, historias escuchadas, fotografías, objetos y lecturas enlaza la imaginación. Como si la materia narrativa fuese una de esas plantas que trepan las paredes asentándose en pequeñas tomas que un paciente jardinero les procura. La trama que se eleva y ramifica compone a la distancia un tapiz singular, único entre la infinidad de variantes posibles, que oculta o apenas deja ver aquél espacio en blanco que pervive al menos como anhelo, como fuera de campo en donde se vislumbra otro real. Trabajando elementos biográficos o afines a la crónica, la historiografía e incluso la especulación filosófica, Delgado narra morosamente tres historias que confunden lo personal y lo público, lo histórico y lo imaginativo, gesto con el que nos lleva a preguntarnos si no son, después de todo, componentes de una misma materia.

La vida de los distintos narradores está atada a la historia de sus zonas geográficas y sentimentales (Santa Fe, la Bretaña francesa, la inmigración europea, la vida y la cultura en los pueblos de provincia, la historia del progreso y la devastación); Sergio propone algo así como una imaginación documental, capaz de deleitarse en extensos meandros narrados con lucidez y precisión, no aptos para ansiosos ni para los que buscan la mera peripecia (que las hay, sí, y en abundancia), sino para quienes son capaces de esperar esa brisa que exhala la memoria, poesía de un recuerdo que la letra es capaz de reavivar.

Las historias se encuentran en papeles guardados, anotaciones sueltas y cuadernos, y pueden responder a distintos impulsos,  “cumplir con un deber familiar”, así como “tratar de darle forma a mi propio desconcierto”.

En el primer relato (La sobrina) se reconstruye la historia de un anodino crítico teatral que se dispone a cubrir una representación de Tío Vania en un encuentro provincial de teatro, y de una señorial casona objeto de transformaciones que reflejan también las de una ciudad.

El Paraíso anuda la trayectoria vital del narrador a la historia de su padre ordenada en “motivos”, como los de una obra musical: el trabajo, la enfermedad y el ocio. A su vez un paraíso centenario es el eje alrededor del cual se organizan relaciones personales y sucesos olvidados.  

En La estela se traman los recuerdos del paso por un colegio jesuita y una profesora que supo despertar la vocación del futuro escritor, con la leyenda del indio Mariano. A su vez la floración de los cerezos a un lado y otro del océano, (en septiembre en el Barrio Guadalupe, en Santa Fe, en marzo en el Parque de Siam, en Bretaña) que enmarcan el conmovedor aprendizaje escolar de un niño argentino en Francia, en un juego de espejos y de desemejanzas, ese ir y venir que el relato comprime en un puro presente: “anacrónico y sorprendente, como el florecimiento de los cerezos, vuelve el pasado”.

Con conciencia del tiempo en que vivimos, donde “todo se escribe, nada se lee; todo se conserva, nada se recuerda”, atravesado por las ya no tan “nuevas tecnologías” (fotos satelitales, webcam, internet ) que determinan nuestra percepción, el flujo narrativo pivotea en un constante diálogo entre el “aquí” y “allá”, del presente al pasado y viceversa, pero también de un hemisferio a otro: la tarde en Santa Fe y la noche en Bretaña, la mañana “allá, en Rincón y Colastiné” y “acá casi las doce”.  

Hacia el final, una AntiAutobiografía que concibe el relato de la propia vida como aquello que crece con nosotros y vamos a la vez reformulando, la búsqueda de eso que el tío crítico de La sobrina vislumbra en la obra de Chéjov: “Algo impreciso, que escapaba a una época y a una geografía determinada, que cada versión en todo caso rehacía, en variaciones incesantes”.

Mario Nosotti Revista Ñ 29/04/2023

Frases que se cortan con cuchillo

María Negroni

sobre El corazón del daño, María Negroni (Random House, 2021)

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Hay muchas formas de escribir la propia vida. Una de ellas es a través de lo que queda al margen de los hitos, o tomando partido por determinadas series, inasibles y a la vez modeladoras como un fuego.  Podríamos decir que a María Negroni se le imponen en este libro dos líneas que dialogan (o luchan), que pivotean una sobre otra: la de la madre (“el amor de mi vida”, omnipresente y provocadora en todo el libro) y la de la literatura.

Como ríos que corren paralelos pero cuyas ramificaciones a menudo convergen, la relación con la madre es la relación con la lengua. Es una relación que se escribe. “No había libros en la casa de la infancia”. “Sí había!”, le retruca la madre. Se trata entonces de indagar, de volver a preguntarse y preguntar, de emerger sin morir de un diálogo enloquecedor. “Voy a crear lo que me sucedió”, dice la cita de Clarice Lispector que abre el libro.

Hacer surgir la voz de la madre es escribir la biografía de la propia lengua, de la voz personal, exhumando lo que hay en los pliegues de la historia heredada, “soy, acaso, esta larga y lenta mirada de la niña que fui, sobre el centro radiante de la incomprensión”.

Examinar la relación fundante, auscultar  el corazón del daño, es escribir. Y escribir es también volver a preguntarse una y otra vez sobre la práctica, sobre ese no saber. Recordar, inventar, revisitar,  leer, sobre todo esculpir cada frase con una autoconciencia aterradoramente lúcida, más allá de la trama, en la propia intemperie del lenguaje.

Desde la infancia de la narradora hasta la decadencia y muerte de su madre, pasando por la adolescencia, la militancia, las lectura, los viajes, las mudanzas y las separaciones, la maternidad, El corazón del daño es casi un testimonio literario, autoficción cosida con el hilo de la literatura, y sobre todo el largo e intrincado recorrido de formación de una escritora.  Negroni revisita uno a uno sus libros; son sus publicaciones las que pautan la cronología de esos días, su forma de diferenciarse, de ajustar cuentas, de crearse a sí misma.

Hay un momento central, después de una separación, en el exilio interior neoyorquino, y es justamente de esa tierra arrasada donde empieza a sonar el rumor de la poesía.

Contundencia, rabia musical, una exclusión que alumbra, lenguaje que desborda la frontera entre prosa y poesía, saber del ritmo. Desde el momento en que la niña empieza a leer y ya no para, la lectura se convierte en la forma de aprehender el mundo. Leer  la propia historia a través de los autores que llegan como estrellas fulgurantes, que son los que inoculan la pasión de escribir. El libro es un compendio de citas de escritores amados: Djuna Barnes, Edmond Jabés,  Emily Dickinson, Juan Gelman, Marina Tsvietáieva y la lista sigue. Una lengua que inventa sus términos, o pone en primer plano expresiones familiares, frases hechas, esas con las que la madre -cuyas frases “se cortan con cuchillo”- la machaca.

“Tu cuerpo fue siempre una espera, madre. Ahora mismo, en este enmedio de todo, te estoy haciendo una pregunta inmensa: este libro. Y no contestás.”

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Mario Nosotti (Revista Ñ 11/09/21)

El choque

Alzari Agustín FOTO

sobre La solución. Agustín Alzari. (Yo Soy Gilda Editora)

En una Rosario abombada por el calor, visible sobre todo en los lugares que la narración esquiva, Eduardo Almohada intenta sostener su nuevo emprendimiento editorial, precariamente asentado en un único cliente, el excéntrico, tacaño y verborrágico editor catalán Albert Briñas. Este, a la par que lo bicicletea alevosamente con los pagos y lo mantiene en vilo con sus vagos proyectos, despotrica contra el gobierno de los Kirchner y la idiosincrasia local. Pero por el momento Eduardo no encuentra otra salida: “Lo iba comprendiendo lentamente, era el suyo un problema cultural añejo, satánico, complicado, “No tengo a quién llamar””.

Agustín Alzari, que ya en La internacional entrerriana había demostrado su ductilidad al tratar en el registro de la crónica lo que podría haber sido una investigación académica, se sumerge de lleno en un tipo de ficción que todo el tiempo pivotea en referencias metatextuales y de la coyuntura nacional reciente.

Lo que hace de La solución una novela ágil, divertida, difícil de soltar, está posiblemente asociado a su ritmo estructural, al contrapunto (de latitudes, climas y registros) que ejerce la sabia y  desproporcionada distribución de los capítulos que entraman las dos líneas principales: la del pequeño Albert y su familia en los Pirineos catalanes en 1957 -que matiza al Briñas que aparece después, otorgando otro peso al desenlace- y la historia de Almohada y el mismo Briñas, ahora adulto, en el Rosario de 2008 -época del conflicto con el campo y el dólar a cuatro pesos-.

Si bien al promediar la novela el interés se cierra en la cruzada de Eduardo por hacer arrancar su difuso proyecto, hay una cantidad de pequeños embriones narrativos (la anhelada relación con Carla, la fábula de un Buda ambiguo, un fragmento del under teatral rosarino) que atienden diferentes códigos y jergas; esos desvíos, esos inserts, constantemente inyectan aire fresco a una historia falsamente monótona. Y dentro de ese juego de inclusiones, se destaca el guión de una novela gráfica que Eduardo escribe con su amigo dibujante, El Chocado: una fábula distópica y oscura que  transcurre en las cloacas de una ciudad inverosímil, y es también un reconocimiento a la vitalidad de un género del cual esta novela bebe, la historieta.

 La solución es un relato hecho de claroscuros, de una inusual densidad narrativa, que a través de la sátira narra una lucha de poder y un choque de culturas. Desde su mismo título, asume sobre todo el dilema del protagonista por escapar de cierta medianía, por encontrar sentido a una cotidianeidad sin perspectivas, demasiado pegada al desconcierto, como ese jean de Eduardo que en el abrumador verano rosarino le hace hervir las piernas.

Mario Nosotti

Revista Ñ (17/10/2015)

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/Agustin-Alzari-Solucion_0_1450654952.html

 

El libro de las mutaciones

Experim c seres humanos Schilling tapa libro

sobre Experimentos con seres humanos. Carlos Schilling.Ed. Nudista.

por Mario Nosotti

Supongamos que el mundo gira alrededor de una historia – la saga familiar de los Staub y sus distintas series- y ese eje es tan potente que abduce a todo el resto – cualquier evento humano que no se ligue de algún modo a él-: eso es una novela.
Schilling instala en un punto del mapa – Los Juncales, un pueblito de Córdoba- la base desde donde parten las diferentes líneas de un árbol familiar. Como las trayectorias de cohetes trazadas con precisión milimétrica, estas líneas muy pronto se desvían y se cruzan con otras, sin por eso librarse del todo de su origen. Como si algo del nombre o de la raza (con toditas sus taras) resistiera en el fondo las mixturas que le impone el azar.
En las mitologías familiares, las narraciones adquieren poco a poco el peso y estatuto de los hechos; son casi siempre circunstancias fortuitas las que marcan a fuego los destinos vitales (como un barco que cambiara su rumbo apenas unos grados, y terminara – con el tiempo y la distancia suficientes – en otro continente).
Lucas y Claus Staub, dos de los narradores de esta serie de relatos, hermanos tan disímiles como potenciables, cuentan su propia historia, la de su padre, Rodolfo Staub – una mente brillante que “no entiende por qué el mundo no se adapta a sus ideas pese a que son las mejores ideas del mundo”, la de un mítico abuelo, y la de una prima misteriosa y lunar, entre muchísimos otros. La narración avanza intercalando geografías y tiempos, haciendo dialogar saberes tan diversos como la astronáutica, la ingeniería, la filosofía deductiva (Hobbes explicado a través de Sherlock Holmes), con cierta simpatía por el nazismo, un tío que imita voces y el hechizo de un amor incontrolable; y todo como si esto –con la paciencia y atención suficientes- se pudiese explicar. Experimentos con seres humanos es esa misma mezcla de encuentros, rupturas y simbiosis de personas, tan precisas como inacabables. Como las series de dibujos que hace Lucas en sus cuadernos de adolescente: infinitas de cruces esvásticas que van mutando en máscaras de KISS.

Los Inrockuptibles Octubre 2014

Arno Schmidt. Mariano Dupont (Seix Barral, 2014)

índice


HUYENDO DE MI RAZA

Cuando en 2006 Mariano Dupont terminó un libro que nadie le quiso publicar (una especie de sátira al discurso filosófico), decidió dar un giro y “volver a ver cómo es vender un libro”. Para eso, no le hizo falta dejar de ser él mismo (su pulsión de escritura, que busca no asentarse en un estilo), sino apenas ordenar una trama, poner a interactuar los personajes y darle a todo eso dirección. Porque bajo el ropaje de una novela de argumento -que anima a que el lector se sumerja en el texto- se esconde la misma incertidumbre, la misma furia desacralizante de su obra anterior. En ese sentido, si bien Arno Schmidt es uno de los textos más legibles de Dupont, es un Dupont puro, una puerta de entrada ideal al resto de su obra, y a la vez uno de sus libros más liberadores.
Hay algo que la escritura de Dupont viene buscando hace rato, algo que excede lo conceptual o lo temático – su trabajo con la sátira, la reescritura, la gauchesca- y que tiene que ver sobre todo con lo vivo, con encontrar un ritmo, un fraseo que pierda poco a poco ese peso marmóreo que se nos viene encima al es cuchar semejante palabra: Literatura. Lo vivo es lo contrario del hallazgo, de las buenas ideas, de ser “original”; tiene más bien que ver con ese asombro ante la frase que avanza, que sucede, con eso que no para de venir al encuentro. Y para que esa lengua nos suene “natural” hay un trabajo: la escansión de la frase, el énfasis teatral de las exclamaciones, el ping-pong de los diálogos directos, y la repetición, el balbuceo, retomar y seguir. Lo importante es escuchar, dice Dupont, “ojo y oído: siempre se trata del ojo y del oído”.
La obra de Dupont tiene su anclaje en la poesía ya que ahí – como en la buena prosa- lo importante es la música. De los siete libros que hasta hoy lleva publicados, cuatro son largos poemas narrativos, pequeñas épicas satíricas (Quique, Pampa Trunca, Nanook y Marcola) donde se encuentra el germen de todo su trabajo con la lengua ( los otros son novelas: Aún, Ruidos y la que nos ocupa). Por eso, aunque el estilo de Dupont vaya mutando, transformándose de libro en libro, su escritura “se escucha”; se trata de una lengua en estado de pregunta, de tanteo, donde siempre se libra una batalla. Dupont es un observador de ambientes, de tradiciones, de mínimos estratos culturales a los que disecciona a través de sus hablas, sus tics; ahí pone el oído para mostrar lo endeble de ciertas construcciones, el vacío que esconde la fachada social. Y su arma principal es la risa, en sus libros – en este especialmente- es difícil parar de reírse. Sin embargo, hay una especie de heroicidad en los protagonistas de su literatura, una heroicidad que pasa con vivir con lo puesto, con animarse a actuar la propia épica.
Arno Schmidt, que no tiene nada que ver con el escritor homónimo –salvo que La república de los sabios, una de sus novelas, inspiró oblicuamente este relato- es el nombre de una residencia, financiada por un excéntrico barón alemán que beca anualmente a escritores con el fin de que “produzcan” un libro, a ser posible experimental. Hasta acá todo más o menos normal, salvo que la ASWER está ubicada en la Antártida , en medio de los blizzards – vientos helados de más de 200 km por hora- y que dentro de la residencia, dotada de todos los lujos y comodidades, una estructura de vidrio alberga una biósfera increíble, con monos, guacamayos, anacondas, en medio de la vegetación exuberante. Dupont tiene debilidad por los lugares extremos –la inmensidad pampeana en Pampa Trunca, una megafavela en Marcola, el sótano de Ruidos, otra vez las extensiones heladas en Nanook – espacios donde lo humano, lo cultural, quedan entre paréntesis, a veces empequeñecidos y otra veces expuestos en toda su deriva y fatuidad, como insistiendo siempre en eso más que humano, un algo que nos pierde y nos transforma.

Arno 2

Allá llega Dupont (sí, Mariano Dupont) a ese lugar que en su misantropía, su franqueza, vive como una cárcel. A producir su librito, su pequeña obra maestra, una reescritura del Popol -Vuh que pretende entregar lo antes posible para irse. Aunque también se divierte, bastante, y en el medio suceden cosas, de poca relevancia casi todas, aunque haya una muerte, sí, y un descubrimiento en el final. Y entretejiendo esto, pasando el tiempo, una fauna de personajes delirantes, más o menos snobs, escritores que hablan y hablan, de literatura, claro, de qué más, y el énfasis, la pose. Los personajes de Arno Schmidt tienen una vitalidad y nitidez que los hace difícil de olvidar. Gastón Picot, el director de la residencia, que luego de darle la bienvenida a Dupont le confiesa no haber leído nada de él, y amablemente le advierte el ingrato papel que le toca, vigilar que los escritores escriban: “ Nada de borrachos, ni de venir a calentar la silla. ¡Ojo con aquél que se pase de la raya!” “Lo mandamos de vuelta a Ushuaia en dos patadas”. También están Erika y Claudio, compañeros de beca, la licenciada Maribel Gutiérrez, la atractiva psicóloga que atiende los bloqueos de los escritores, o Gass, el profesor de natación, chiquito, musculoso y ganador. Pero el blanco principal está en los escritores de culto, esas vacas sagradas, reverenciadas más allá de lo que digan o hagan. La novela dispara a escritores claramente reconocibles, camuflados bajo nombres como los de Brian Pereira Dos Santos (“las quince mil dioptrías de aumento”, la experimentación devenida en “maquinita, en émulos, listo”), o Pedro Marcial Mota (feo, pelado, con su pierna “inteligente”, que despotrica contra los best seller, porque además de ganar fortunas, “quieren ensayos que analicen sus mercancías, ¿no es genial?”).
La novela alterna la narración en primera persona de la estadía en la residencia con los párrafos del texto que el protagonista va escribiendo. Y si este libro tiene algo de experimental el experimento está acá. Ver cómo se cocina esta reescritura intrusiva del Popol- Vuh donde la veta escatológica y mágica del original se llevan al extremo del delirio, añadiendo, torciendo la sintaxis, construyendo una lengua de la mezcolanza (especie de porteño, español antiguo y guatemalteco).
Y además de escribir, la relación más intensa y más sucitadora del narrador es con los animales. – quizás porque entre ellos, la ausencia simulación no ha apagado la furia y belleza de lo vivo-. Dupont ve los osos a través del vidrio, se queda fascinado mirándolos, o se arriesga a salir sólo para ver los pingüinos: “Huyo momentáneamente de la civilización, de los humanos, de los escritores. ¡De la cultura! ¡Ay! Al menos por un rato. ¡Cuánta infatuación se esconde en el corazón de los artistas! ¡Cuánta mezquindad! ¡Raza podrida! ¡Y yo entre ellos! ¡Uno más! Me alejo, entonces, de mi raza”.
Arno Schmidt es la sátira ante la impostura del arte y la literatura, “el ambiente” que Dupont conoce y del que forma parte. Reírse de sí mismo, y de paso bajar a la literatura de su pedestal, es un trabajo para toda la vida.


Los Inrockuptibles http://www.losinrocks.com/libros/resena-arno-schmidt-de-mariano-dupont#.U0lOIqJBNGc

Los rieles. Aurora Venturini. (Mondadori,2013)

Los Rieles. Aurora Venturini.

por Mario Nosotti

Una operación quirúrgica intenta reconstruir la rota humanidad de una mujer. Los médicos la dan por muerta. De un golpe descendemos hasta antros infernales dignos de Dante o Catalina de Siena, con toda la parafernalia de parrillas y seres de tormento, y con Monsieur Le Diable, un satán bisexuado que decreta que todo acabó. Pero la condenada se resiste, una y otra vez grita, “ No estoy muerta!”, y el conjuro da voz a una palabra que tuerce la visión. Así empieza Los Rieles, la novela de Aurora Venturini –autora de una obra febril recién visible a partir del premio otorgado a su novela Las primas en 2007 – , y desde ahí viajar por los estados del daño y la desolación será la regla.
La narración se mueve todo el tiempo en el límite difuso del sueño y la vigilia, la realidad ordinaria y lo alucinatorio. Mejor dicho, la realidad jugada hasta su extremo es alucinatoria, tanto como el presente se arma con los recuerdos y las evocaciones. Siempre está el riesgo de creer que todo lo que escribe Venturini es autobiográfico. Es que en el universo Venturini –único en la literatura argentina- la única verdad es la textual; el personaje público –la amiga de Eva Duarte, de Sartre, la que habla de su vida en entrevistas, o más recientemente en un documental- y el sujeto discursivo, todo aparece “narrado”, como si sólo a través de la letra se pudiera dar cuenta ese ente sospechoso que llamamos autor.

Los Rieles es una novela enorme, desaforada y sutil a la vez. La trama principal se va hilvanando en puntos de sentido separados por largos meandros que son como derivas de esos núcleos. Los tiempos van y vienen, la historia principal se retoma y se deja, y la novela crece por oleadas que avanzan sobre un continente virgen para el lector, pero superpoblado de sucesos que el narrador recrea como si fuese alguien que vivió varias vidas.

Luego del accidente la mujer “ya en el límite de todas las edades” nos cuenta cómo fue envenenada y posteriormente robada de todos sus ahorros por parte de su maquiavélica cuidadora, Inés Orete. A partir de esos hechos, el narrador rearma la historia de su vida como quien junta los pedazos de un cuerpo roto.
En un mundo básicamente hostil y deforme, amenazado por el daño consciente y la decrepitud, la salvación proviene de la literatura. Ella es no sólo la posibilidad de fuga hacia la ensoñación y la belleza, sino también la instancia de reivindicación social y personal, de vínculo y de resistencia. Aun cuando en la larga rehabilitación hospitalaria la paciente se sienta devastada, su aura de juventud brillante y atrevida le permitirá sortear una vez más el trance.

Leer a Venturini es una de esas experiencias de las que no se sale ileso. Sintaxis torsionada, extrañísimos desvíos en la lógica de los tiempos verbales y un cierto barroquismo tensado entre el humor y lo ordinario, donde el lujo verbal y la imagen más seca conviven en el diestro manejo de la frase.
El primer amor -”ese gran difunto”- , las amistades literarias, Rilke, los viajes, un encuentro melancólico con Borges, y esas epifanías que le imponen un manto momentáneo al desamparo, son como la cuadricula del plano de una ciudad a punto de volverse irreal.
Más que la decadencia física, el gran tema del libro es el miedo, más que el miedo, el terror, los “golpes en la vida tan fuertes” –Vallejo dixit– y en el fondo de todo, la muerte como una sombra teatral.
La fruición de la letra en Venturini es un mal contagioso, una especie de peste que puede convencer al más indiferente de lo deseable de vender su alma a la literatura.

Los sordos. Rodrigo Rey Rosa. (Alfaguara 2013)

los sordos

por Mario Nosotti

¿Hasta donde debería llegar un hombre siguiendo la intuición de su verdad? ¿Hasta qué punto si todos los actores insisten en mostrarle que todo es explicable por la vía del bien? Los sordos, la nueva novela de Rodrigo Rey Rosa –referencia obligada de la narrativa latinoamericana actual, aquél que conoció a Bowles en Tánger y del cual hace ya años Bolaño dijo “es el mejor de mi generación”- es un thriller político pero es mucho más que eso, es una pintura de la Guatemala actual (violenta, desigual, contradictoria) y a la vez el relato de una iniciación, el intento de un hombre de crearse a sí mismo en un mundo fantasmal.
La prosa de Rey Rosa es sobria, equilibrada, y casi nunca abunda en efusiones; tiene un ojo en la trama y otro atento a ese fuera de cuadro, eso casi invisible que sucede en la luz intratable del desierto. Esa materialidad lúcida, inconmovible, mezclada con la cotidianeidad más violenta y decadente, son la marca registrada del autor.
Bajo la omnipresencia de los grandes volcanes, a la sombra de la ancestral cultura Maya – saqueada y despojada pero todavía viva- la trama novelesca se centra en los ardides de gente poderosa, que hace beneficencia con aquellos que oprime, y sabe que una parte del negocio es no confiar en nadie.
En esta historia densa, creíble, los personajes tienen varios pliegues; uno no se decide a calificarlos fácilmente aunque sean corruptos o asesinos. Todos tienen su lógica, su honestidad privada, pero a la vez ninguno puede disimular el autoengaño.
La narración comienza con la desaparición de un niño sordo de la etnia kiché, –hecho que se retoma recién en el final de la novela- y el secuestro de Clara, la hija de un banquero , a partir de lo cual se abre una trama precisa e intrincada que incluye negociados de empresarios y un hospital oculto en la montaña, donde se esconden prácticas siniestras. Es Ignacio, el joven guardaespaldas de Clara, el que mueve la acción y nos deja picando una duda monstruosa: ¿cómo puede decirse la verdad y, aun así, seguir mintiendo?

En Los Inrockuptibles (diciembre 2013)

MI LIBRO ENTERRADO Mauro Libertella Mansalva (2013)

Mi libro enterrado Mauro Libertella

El gen literario

Por Mario Nosotti

La muerte de un padre no solo es el momento del ajuste de cuentas o de la redención, es quizás, llegada cierta edad, una oportunidad única para constituir el propio territorio. Siempre será mi padre, se podría decir, pero a partir de ahora, yo dejo de ser hijo. Aquí nos separamos. Su muerte es como el último empujón.
Pero, ¿cómo lidiar con un legado, cómo constituirse a partir de un sustrato que mezcla prescripciones, dotes, y lo que nunca hubo, lo que ya nunca habrá? Mi libro enterrado, el debut literario de Mauro Libertella, se interna en esa tierra ambigua, a ratos dolorosa, abierta a epifanías que son la transfiguración de ese dolor.
El caso es el de un padre que es a la vez un escritor de culto –Héctor Libertella, fallecido en 2006- cuya obra gravita en el canon excéntrico de nuestras letras, y el hijo que creció a la sombra del árbol de su literatura, y que en algún momento se propone escribir.
En la página diecinueve Mauro cita un párrafo de La arquitectura del fantasma, novela autobiográfica de Héctor editada poco después de su muerte. El gesto no es menor: en su primer libro – también autobiográfico- el hijo da cabida a la escritura del padre, y selecciona un párrafo donde este justamente habla de sus inicios como escritor. Este juego de cajas chinas, de imbricación de una escritura en otra – como las fotos del padre en las que el hijo se busca- son el juego mediante el cual se construye el escritor. Apropiarse de un nombre y una herencia, también como una forma de neutralizarlos. “Desde su muerte, entonces, el apellido Libertella vuelve a cero. Yo tendré que encontrar el modo de inventarle un nuevo origen, un relato”.
El libro comienza la tarde en que Héctor Libertella muere en el departamento al que hacía unos años se había retirado a escribir. El enigma de aquélla reclusión, de su alcoholismo, la elección más o menos consciente de dejarse morir quedan intactas. El narrador no pide explicaciones. Separación, mudanzas, el paso por Alcohólicos Anónimos, el deterioro físico, las visitas del hijo al hospital y luego al departamento son incisos del veloz –o lento, según cómo se mire- camino hacia el final. Dentro de esa debacle que va eclipsando todo, hay idas y venidas a tiempos más felices, buscados con ahínco por el hijo: las charlas con su padre “signadas por el humor y los juegos retóricos”, la lectura de un cuento de Borges que sella el vínculo de ambos con la literatura, entre otros.
Desde el arranque, lo que resalta en la escritura de Mauro Libertella es su claridad y su precisión sintáctica; eso, y el tratamiento sobrio, contenido, de un material de alto voltaje emocional. Un libro valiente, donde la pose irónica o maldita –tan bien pagadas en la literatura- quedan a un lado para exhibir esa desolación y esa belleza que tan solo a partir ciertas experiencias y de mucho talento pueden volverse literatura.

En Los Inrockuptibles (Septiembre 2013)