UN TEATRO DE SOMBRAS

Liliana Lukin

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sobre El Museo de la Infancia, Liliana Lukin (Espacio Hudson, 2023)

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“Pues este es mi proyecto: filmar una mano con mi otra mano: entrar en el horror. Me parece extraordinario, me da la impresión de ser un animal. Peor aún: soy un animal que no conozco.” Algo de esta cita de Agnés Varda que abre una de las secciones del nuevo libro de Liliana Lukin, algo de ese movimiento, podría leerse como un símil de lo que hace la autora: mirarse a sí misma como si fuese algo extraño, un animal, como una mano mira a la otra. Escudriñar no con los ojos, sino con la memoria de una mente portátil; trabajo de edición, de compaginación de imágenes, de palabras que surgen de un espacio sin fondo: “con la mano, es como pelar un durazno / con la mano: la piel se rompe, húmeda,  / jirones que voy sacando y amontono / unos sobre otros…”

En esa observación donde la identidad se anega  nos asomamos a algo que nos aterroriza, pero a la vez se nos devuelve algo de lo propio, una fruta exquisita, llena de surcos, “el corazón de mi desdicha”. Somos lo que se ve cuando el acercamiento es tal que permite el desenfoque, entonces lo mimético se extraña,  para que surja  otra trama, alguna trama, una trama descubriendo una historia, hilándola en nuestro presente.

Volátil, inestable, como esos sedimentos que maceran en un agua sacudida de pronto por los pies y las risas, la memoria retiene en su cedazo algo de lo que hubo, como un eco doblado, transformado: “hubo felicidades de cuerpos ajenos, hubo crimen y silencios para flotar en la transparencia”.

Alguien insiste en mirar el  olvido, “lugar para excavar”, tierra en la que la poeta ausculta sedimentos, detritus, retazos de una historia: padres, madres, “la cinta sin fin del amor / y del no amor”. Y sin embargo, “aunque mire más hondo aún, no lograré ver ni la mitad de lo vivido”. Consiente del desafío, de que “La pérdida siempre está hambrienta” (otra cita, en este caso de Pascal Quignard) la memoria de Lukin es también una danza de contrarios: no uno u otro, sino uno y otro, algo que nunca es puro.  Custodiada en pequeños cuadernos, dibujos infantiles,  fotos, palabras recordadas, es como un yacimiento de hallazgos esparcidos en la infinita negrura, la claridad infinita: “Destapo la caja de fotos como si fuera Pandora, con deseo y con miedo / miro superpuesta la vida que tuve”, “Un largo collar de pequeñas penas y dificultades”.

Hay en la obra de Lukin una voz vulnerable que es capaz de auscultar las fuerzas negativas, las pérdidas, lo efímero, los mandatos ocultos. En su poesía el daño y la belleza suelen  estar cerca, también la soledad y la aparición, ética de la flor que crece al borde del barranco (Montale), en ese filo heroico subsiste como una llamarada: “proliferar en mí misma, y en el pequeño / universo que hace lugar a mi insistencia”.

Invocar un pasado, recrearlo en lo escrito, nos permite también el ajuste de cuentas, por ejemplo con la madre, (“A cierta edad, casi todas las poetas / tienen una madre que escriben”): “… me arranco / si puedo el veneno/ de su flechas/ de su fingida inocencia”

Hace falta regodearse en la ausencia, en la desolación, sostener el fantasma con altura, dialogar mano a mano con él hasta que “ya es suficiente”.  En Lukin siempre está el impulso de regeneración, de enhebrar un discurso en que la vida sea propicia; ese es el camino en espiral que sus poemas transitan: “Algo susurra, soy mejor / que mis propios recuerdos de mí”.

Este libro, que aún en un registro diferente dialoga con otros de la autora, incluye sus dibujos escolares que actúan como espejos invertidos de una figuración. Si hay en la vasta obra de Lukin un sentido creado en la descomposición del lenguaje, cierta prosodia hirusta en este poemario se suaviza, se hace más llana sin perder su vigor.

El museo de la infancia, la infancia como teatro de sombras, como esas vocecitas que murmuran desde lejanos paisajes pintados en cartón. En el hilo capaz de resistir a la disolución esta voz nos propone encarnar  la “presencia de lo ausente”, aquello que vivimos y que supimos cierto como cuerpo, como un tono de voz.

Mario Nosotti, Revista Ñ (15/07/2023)

REGLAS PARA LA ALQUIMIA DEL VERBO

sobre El método del discurso, Fabián O. Iriarte (Tren Instantáneo, 2022)

El método del discurso, de Fabián Iriarte, podría tener como subtítulo “el libro de  las asociaciones”, o bien “de las metamorfosis”,  aquellas que el lenguaje opera en las palabras y las cosas. Nada es en este libro caprichoso ni aleatorio, como no lo es tampoco en la imaginación, que responde a lógicas sutiles, muchas veces cercanas a algo más parecido al magnetismo o la intuición. Descartes escribió su famosas Reglas en las que aconsejaba reducir gradualmente las proposiciones complicadas y oscuras a otras más simples para después, partiendo de la intuición de estas últimas, “elevarnos por los mismos grados al conocimiento de todas las demás”.  (Regla V, R. Descartes, Reglas para la dirección del espíritu)

De algún modo Fabián Iriarte invierte la proposición cartesiana. Es el lenguaje el que dejado en libertad busca lo que le co-responde. Solo hace falta mano y oído, hace falta saltar la represión del sentido común para que él mismo (el sentido común) nos muestre su belleza, su disidencia, hasta llegar a ser esa “cosa con plumas” con la que Emily Dickinson, recluida en su habitación de Amherst, creyó identificar a la esperanza.

El método del discurso  se compone de cincuenta discursos que rompen con las divisiones genéricas; son poemas en prosa, microensayos, fábulas dadaístas, relatos breves, digresiones borgeanas, saberes al servicio de la sorpresa (y la gracia).

“Mucha gente se preocupó por encontrar soluciones a la pérdida y el desconcierto. Se idearon regulaciones, normas e instrucciones para que el espíritu sepa qué hacer”. Esas “Reglas para la dirección del espíritu” que Descartes buscó con ahínco, tienen en el libro de Iriarte una singular apropiación. El espíritu se mueve, y se mueve según correspondencias, según las resonancias que crea su complejo instrumento asociativo. No se trata ya del discurso como serie perceptiva  para erigir un método de conocimiento, sino uno que sea capaz de generar sus propias reglas, reglas que difícilmente puedan fijarse, ya que justamente lo que hace la poesía es recrearlas a cada paso, usarlas como escalón o plataforma para saltar más lejos, para ir más allá.

Mezclando erudición, autobiografía, registros varios, pero sobre todo hilvanando magistralmente las perlas del collar significante, mostrando que las palabras, los objetos e ideas pueden desdoblarse y volverse a plegar cual origamis, creando especies nuevas, criaturas nunca vistas – aunque geométricamente irrecusables, completamente lógicas- esta colección de breves parlamentos asume naturalmente la idea de lectura como acto de la inteligencia, de reivindicación imaginativa, de ampliación del campo de batalla.  

Mario Nosotti

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El método del discurso / 6 poemas de Fabián O. Iriarte

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DISCURSO SOBRE LAS TRANSFORMACIONES DEL AGUA

El agua sale de un pequeño agujero en la punta del pene. Por la misma abertura sale el semen, que alguien llamó “la semilla de la vida”. Las semillas necesitan agua para germinar. El agua cae encima de anchos campos, en forma de lluvia. Dicen algunos mitólogos que la lluvia es la orina de Dios. Dios hace pis. Dios llueve; llovizna, chubasco, garúa, precipitación.

La orina también es “lluvia dorada”. El pis convertido en oro. Algunos desean beber la lluvia de oro. Oro y orina son dos palabras. Hay una semejanza entre ambas. El dios Zeus entró a Dánae convertido en lluvia de oro. Finas gotas doradas que dibujan una cortina en el paisaje. Como las rayas de oro que iluminan las pinturas renacentistas. Filigrana diminuta. Algunos se equivocan y dicen “orín”. El orín es el oro de la oxidación. Es la representación del pasado.

Nuestros cuerpos nunca están en el pasado. Somos 80% de agua y el agua fluye constantemente de nosotros: sudor, lágrimas y orina. El agua fluye y huye. El llanto es la orina de los ojos. Lloramos y hacemos pis. Transpiramos bajo el oro del sol. El cuerpo expulsa agua y recibe agua sin cesar: bebemos agua, hacemos agua. En inglés, “hacer agua” significa orinar. Los barcos también hacen agua cuando se hunden. Se hunden y se funden con el agua. A veces los barcos orinan negro; otras veces, dorado. El petróleo es el oro negro que se derrama sobre un amplísimo cuerpo de agua: el mar. El mar es la orina del planeta terrestre.

Nunca nos bañamos en el mismo mar. En el mismo río. Heráclito mismo bebía agua y orinaba. Yo lloro cuando me siento triste. Un 80% de mi cuerpo se derrama. Todo cambia, todo se transforma. El agua es agua, río, mar, océano. Es orina y transpiración, lágrimas y perlas. El discurso, también, fluye como el agua.

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DISCURSO SOBRE ISABELLE HUPERT

Esta actriz francesa hace una mueca asaz ambigua, que he detectado en varias películas. Me encanta su actuación, me encantan los personajes que interpreta. Comparto esta fascinación con un amigo.

En cuanto a mí, el número dos parece ejercer una atracción inexplicable. Por ejemplo: distingo dos clases de instintos. Uno está en nosotros en cuanto hombres y es puramente intelectual. El otro está en nosotros en cuanto animales. El alma siempre piensa, piensa siempre.

La razón por la cual creo que el alma piensa siempre es la misma que me hace creer que la luz luce siempre. Aunque no haya ojos que la miren. Cuando voy al cinematógrafo, las luces se apagan. Aparece la actriz francesa. La luz luce siempre. ¿Ves?

Busco los signos que usamos para demostrar nuestras pasiones. Todas las noches tenemos mil pensamientos.

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DISCURSO SOBRE LA EBRIEDAD

Según la teoría lingüística (y didáctica) de Descartes, “Cuando se aprende un idioma se agregan las letras o la pronunciación de ciertas palabras, que son cosas materiales, a sus significaciones, que son pensamientos”. De esta manera, concluye el pensador, “cuando uno oye después de nuevo las mismas palabras, concibe las mismas cosas; y cuando uno concibe las mismas cosas, vuelve a recordar las mismas palabras”.

Toma una cosa por doble, como a menudo sucede a los ebrios. Gran ejemplo del esprit de géométrie, opuesto al esprit de finesse, en perfecta simetría.

Las palabras se conciben. Las mujeres y los hombres conciben niños. La virgen concibió, dicen en Irlanda, un niño divino y lo parió a través de su oreja izquierda. Otra señora fue llovida con esperma de oro, finos hilos que cayeron como gotas en su vientre. “No, no estoy ebria, Brett Butler”, “No, no estoy ebria, Brett Butler”, decía una bombera borracha que veía doble y negaba doble. Mantengamos un poco de gracia bajo el fuego.

Por ejemplo: “el agua fluye y huye”, “huye y fluye el agua”, “la orientación es siempre importante”, “importante siempre es la orientación”, “cambia el principio de los textos sagrados”, “de los textos sagrados el principio cambia”, “el alma siempre piensa”, “piensa siempre el alma”. Y así sucesivamente, hasta que la resaca del lenguaje se calme.

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DISCURSO SOBRE LA PALOMA VOLADORA

Decimos que “volamos con la imaginación”. La poeta Emily Dickinson, que vivía solitaria y recluida en una habitación del primer piso de la mansión familiar, en Amherst, Massachusetts, y que se cosía sus propios vestidos de sarga blanca, creyó que la esperanza era una “cosa con plumas”. Un pensador francés del siglo XVII escribió una serie de “reglas para la dirección del espíritu”, ya que para esa época el espíritu había perdido su camino y no sabía adónde ir.

Mucha gente está preocupada, casi desde la prehistoria. Mucha gente “se preocupó”, como decimos en otro sentido, por encontrar soluciones a la pérdida y el desconcierto. Se idearon regulaciones, normas e instrucciones (no son sinónimos) para que el espíritu sepa qué hacer.

De las actas urológicas, sabemos de Friedrich von Knauss, relojero y mecánico de Francisco I, emperador de Prusia, que impresionó a los cortesanos y al monarca, en 1760, con un autómata escritor. El espíritu se había liberado de la esclavitud de la mano. O del pato de Vaucanson, uno de los más ingeniosos inventos de la Antigüedad; pero no es necesario que nos detengamos en eso.

Arquitas de Tarento construyó una paloma de madera que se sostenía por medio de contrapesos, se movía mediante la presión del aire y rotaba por sí sola gracias a un surtidor de agua o vapor.

Urracas de madera, catapultas automáticas, órganos que emiten los sonidos del agua, clepsidras con impulsos del tiempo, la “máquina del fuego”, aspas de molino en ebullición, príapos que arrojan chorros de perfume, monos que piden limosna, gatos cazarratas, las máquinas yantras del príncipe hindú, compuertas musicales, el Gallo de Estrasburgo, el papamoscas de la catedral de Burgos, el león mecánico de Da Vinci, el hombre de hierro de Alberto Magno, la rueda perpetua de Villard d’Honnecourt, la cabeza parlante de Roger Bacon (la lista es infinita), personas que no pueden dejar de hablar. Entonces, ¿adónde va el espíritu?

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DISCURSO SOBRE LAS LAGUNAS EN EL MANUSCRITO

A menudo se hallan agujeros en la mente. Quizás había una piedra que se extrajo, como lo prueban las antiguas pinturas flamencas. Otras veces son agujeros de memoria, que la felicidad—si es súbita, incompleta, levemente lila—puede restañar. Otras veces, por fin, hay lacunae en los manuscritos. En las profundidades de la laguna, el agua está mezclada con el lodo y los desechos deshechos de miles de flores, pasto, barro, animales muertos o heridos.

Hablando de la ficción y la verdad, del poder y la nada, Descartes se sintió impelido a guardar el secreto, poniendo el mensaje en código. El receptor debe proceder a descodificarlo a fin de entender lo ininteligible o lo abstruso. Por instancia, en su correspondencia de marzo de 1638: “No me parece que sea una [efe i ce ce i o con tilde ene], sino una [ve e ere de a de] que nadie debe [ene e ge a ere] que no hay [ene a de a] que esté más enteramente en nuestro [pe o de e ere] que nuestros pensamientos”. El miedo genera grandes impulsos. Queremos que nos comprendan, pero no en demasía.

En la persuasión, no queda una razón que no pueda impulsarnos de nuevo a la duda. A veces es imposible discernir mensajes verdaderos de los que sólo tienen de tales la figura.

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DISCURSO SOBRE EL MÉTODO DE LA LOCURA

Se depositan semillas de verdad en los seres humanos, piensan unos. Otros dicen que son innatas a nuestros espíritus: mentibus nostris ingenitae.

Hablando con el príncipe de Dinamarca, que hacía juegos de palabras con aviesas intenciones, el patriarca Polonius pensó para sí (imaginen que se aparta de su interlocutor, va a un costado del escenario, se acaricia la barbilla y dice en voz con unos tonos más bajos, como es de costumbre en el artificio del aparte): “Though this be madness, yet there is method in’t”. La locura tiene método. Sí, señor. Por ejemplo: video meliora proboque, veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor. He ahí un camino para llegar al desastre. Todos necesitamos la fórmula que nos lleve al desastre.

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Fabián O Iriarte. Laprida, Buenos Aires, 1963. Reside en Mar del Plata. Doctor en Humanidades (University of Texas at Dallas, 1999), enseña literatura comparada en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Algunos de sus libros de poesía son Devoción poe azar (Bajo la luna, 2010), Las confesiones (Huesos de Jibia, 2012), Litmus test (UNJ, 2013), El punto suspensivo (Letra Sudaca, 2014), Sópola temprer (Baltasara, 2017), Al comienzo era solo un murmullo (EUDEM/UNL, 2017), Pocas probabilidades de lluvia (El jardín de las delicias, 2021). Los poemas aquí publicados pertenecen a El método del discurso (Tren instantáneo, 2022).

Destacado

Registros de una belleza insondable

sobre, La lengua de la llanura, Carlos Battilana (Caleta Olivia, 2021)

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La lengua de la llanura es el primer libro que publica Carlos Battilana luego de su celebrado Ramitas, la poesía reunida que editó Caleta Olivia.Hay por lo tanto en este libro una pregunta implícita sobre cómo, o mejor dicho, con qué seguir. Y lo que hace el poeta es continuar indagando, abriendo variaciones de sus temas y espacios recurrentes, acentuando matices, modulando, y avanzando también sobre otros territorios. Podemos encontrar en estos versos la misma levedad, la atención al detalle que su obra viene tejiendo, pero aquella mirada de afecto o compasión se adensa, toma cierta distancia, para posicionarse en  algunos poemas al borde de lo extraño.  

Hay un yo que registra, que ausculta, que posa su mirada y a continuación pregunta, conjetura. Casi siempre aparece filtrando esa mirada un ínfimo dolor, por lo que ya no está, por lo que huye, por lo que inevitablemente perecerá, y es justamente en ese trance íntimo cuando despunta la belleza. Hace falta ese paisaje pobre, de pocos elementos, de restos secos, para que algo pueda arder. Como la estepa, como el polvo o el viento, las pequeñas señales o los cambios del día, lo que importa es todo eso que “parece insignificante / pero es llamativa / su voluntad”.

Carlos Battilana

Hay algo del origen y de lo primitivo, algo de los albores de la historia cuyas resonancias llegan para quién pueda oírlas, para quién se disponga a leer en los signos, como esas huellas de perdidas culturas propias de la llanura bonaerense que subsisten en la orilla del mar. A partir de rastrojos, cortezas, restos de lo que alguna vez fue plenitud, de la desolación de ese paisaje, de sus tenues presencias y sus muertos, surge algo parecido a la fe.

En este nuevo libro de Carlos aparece el mar; el desierto, la llanura, encuentran ahí su límite y su extensión. Y también otra lengua, otro espacio que los diga y en el cual reflejarse. Aunque se hable de otras cosas, aunque apenas se lo nombre, aunque todo suceda sobre tierra, la presencia del mar, su rumor, es un fuera de campo, es una invocación que como las fogatas de la costa imprime en las escenas un vivo, fantasmal resplandor.

La poesía de Carlos Battilana insiste en indagar ese espacio vacío, esas tenues presencias más o menos cercas que aún así (o por eso mismo) cuesta reconocer, y no se sabe cómo pronunciar. Esa incerteza, esa vacilación, el tanteo de una materialidad abismada están en la escansión de su palabra, pero son además -y sobre todo- la música de fondo, el registro de una belleza insondable.

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Mario Nosotti (revista Ñ, 8/01/22)

La canción de una naturaleza doméstica

sobre Rosa (Poemas 1997-2021), Roberta Iannamico (Gog & Magog, 2021, 414 p.)

Se publica la poesía reunida de Roberta Iannamico, poeta, cantautora, escritora de libros infantiles, que vive desde hace años en Villa Ventana.  

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La de Roberta Iannamico es quizás una obra más bien excéntrica de esa generación de poetas que empezó a publicar hacia fines de los noventa. Desde su primer libro (El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado, 1997) una mirada fresca, llena de gracia y levedad, asume la belleza como descubrimiento cotidiano, que surge de lo simple y lo cercano.  Se podría decir que en sus poemas conviven Lewis Carroll con Marosa Di Giorgo, o Calveyra y Ascasubi, pero eso sería acentuar demasiado un aspecto de todo lo que aquí se pone en juego. Como ese botellero que pasa tirando mensajes al mar “hay que aprender otra vez / a leer y escribir / con los caprichos del agua y del vidrio / que están hechos de lo mismo”.

La poesía de Roberta es ajena a los psicologismos, la presuntuosidad, y encuentra en lo inmediato una hondura tan lúdica como conmovedora. En sus poemas puede haber alegría o soledad, pero ante todo, lo que se impone es siempre una forma de presencia, presencia que acontece como aparición, sorpresa, roce, como descubrimiento o como instancia pura, en donde las palabras ya no alcanzan y se recurre entonces  a lo que está en el filo del lenguaje (las onomatopeyas por ejemplo).

Si alguien se preguntara con qué se escribe esta poesía, los poemas podrían responderle: se escribe con el viento, con lo que dicen seres diminutos o momentos del día,  tan simples y cercanos que mirados en serio adquieren actitudes extrañas, sospechosas, a veces hilarantes o risueñas. El asombro, el motor de la filosofía, lo es también de estos versos. Las cosas son “en este momento”, “en este lugar”, y se marca con pis un territorio, se traza una frontera, se delinea un espacio parecido a la P que forma Buenos Aires para que pueda echarse muy tranquila una vaca.

La voz de Iannamico asume sin pudor un no saber que descubre las cosas, las ilumina para escuchar qué tienen que decir, al punto de ponerse a dialogar como una amiga más, un elemento par de lo doméstico o lo natural con que se teje el diálogo extensivo. Juegos de palabras, canciones infantiles, payadas-payasadas, son formas de nombrar el mundo y de ponerlo en marcha, con esa libertad que todavía ignora convenciones, que se anima a saltar el sentido común. Un mundo de animales y senderos, de frutas y verduras, de ollas o heladeras que murmuran, de pasto y sol.

Roberta Iannamico

Hay un poema libro que es como una bisagra en la obra de Iannamico, se trata de Dantesco (2006), y describe el trayecto rural desde que se despide de una amiga hasta llegar a su “aldea”, y en el que va adentrándose de a poco en un espacio que la excede, que la lleva a extasiarse en la naturaleza, a la vez que le infunde “cierto temor”- cuando atraviesa un campo de plantas secas a las que esquiva como si fuesen cadáveres-, aunque sabe que no hay nada que temer, que solo hay que seguir porque el camino a la belleza también pude asustar, también tiene sus zarzas. Muchos de sus poemas son como esas pequeñas caminatas a través de senderos, de lugares inciertos y a la vez encantados.

Rosa, reúne los poemas publicados en libro (Mamushkas, El collar de fideos, Tendal, Muchos poemas, No me olvides, entre otros) y una buena cantidad de inéditos.

La rima es una forma de jugar y contar, de hilvanar musicalmente los sentidos, de desplegar escenas de entusiasmo como guirnaldas de papel que enlazan las figuras una a otra. Tratado de las sensaciones, ajena a cualquier pretensión intelectual, en donde los objetos se humanizan o se animalizan, donde el campo cercano, animales, insectos, plantas, se asumen cual sustancias y colores, y los reinos trasvasan dimensiones donde la claridad no exime a la extrañeza.

¿Dónde encuentra Iannamico la poesía? En lo que llega solo, lo que irrumpe, lo que acaece en los pequeños gestos y quehaceres, en la fe de que el mundo sigue estando aun cuando lo ignoremos, y entonces caminar, barrer, hervir la leche, ver bailar un vestido colgado de la soga, o despertar cuando el perro te lame la cara, son encuentros reales, goces fortuitos  que impulsan a cantar.

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Mario Nosotti (Revista Ñ, 1/1/2O22)

Canciones que lleva el que viaja

sobre TRÁFICO / ESTIBA. Suma poética 1974-2016. Jorge Boccanera. (Hemisferio Derecho, 2020)

Con solo revisar velozmente las casi 600 páginas de la poesía reunida de Jorge Boccanera es posible descubrir los indicios de un vasto recorrido. En efecto, cada uno de los títulos que encabezan los once libros que componen esta Suma Poética está datado con el lugar de origen de su primera edición: Tacna, Lima, Perú; La Habana, Cuba; San José, Costa Rica; Buenos Aires; México; Madrid.

Esta curiosidad, que podría parecer aleatoria, se entronca directamente con lo que fogonea la poesía del autor: la experiencia del viaje, de los descubrimientos, las ciudades, el exilio, los encuentros y los desencuentros, lo extranjero como patria. “No canto porque sí, / yo busco un mundo otro. / Yo no enumero la cristalería, / quiero hacerla pedazos.” 

Nacido en 1952 en Ingeniero White, un puerto de ultramar y horizontes abiertos cercano a Bahía Blanca, lugar donde se inicia ese periplo que nunca olvidará la impronta del origen, Jorge Boccanera  – que hace unos meses recibió en el premio de Poesía José Lezama Lima, otorgado por la Casa de las Américas en Cuba- partió rumbo al exilió en México, previo peregrinaje por  Perú, Ecuador y otras ciudades, después del golpe militar de 1976. Dedicándose al trabajo periodístico y paralelamente a la poesía, publicó su primer libro, Los espantapájaros suicidas en 1974, y  fue amigo de Ernesto Cardenal, Cortázar y Roberto Bolaño entre tantos otros escritores que vivieron esa especie de diáspora latinoamericana.

“La niña abre un baúl y una mano le hecha tierra / en los ojos. / Ella dice: ¡Qué hermoso paisaje!”. Como ese polvo mágico que la Sordomuda (personaje símbolo del libro homónimo de 1991) le echa en cara al lector, la poesía es para Boccanera esa transacción desmesurada “que te muestra la lengua por solo una moneda. / La lengua está vacía. / La moneda tiene que ser de oro”.

Imágenes veloces, contundentes, de una oblicua raigambre surrealista, pero donde se entraman resonancias de distintas vertientes: desde la intimidad histórica de un Juan Gelman hasta la antipoesía de un Nicanor Parra, sino fuese porque lo que en verdad importa es la amalgama singular que esta obra construye.

La memoria es una gran cantera de donde sale todo: partes de guerra, arengas, un hambre de futuro, un ansia histórica que hoy nos puede sonar distante; pero a la vez postales melancólicas, poemas de preguntas y silencio, amores pasajeros, erotismo.  

Una sed de nombrar y de ver, una avidez de comunicar, empujan la pulsión cosmopolita donde a veces aparece el deseo de huir (de la ciudad, la rutina, del sí mismo) como necesidad de encarnar ese sujeto múltiple, hecho con la experiencia del camino y la orfandad.

Por medio de una respiración tan precisa como musical, la voz de estos poemas asume su lugar de enunciación sin ocultarse, con vigorosidad. La mujer –una mujer que ya no existe- es uno de los tópicos que recorre la obra, y que de libro a libro va mutando, una mujer plausible de cantarse, de celebrarse, de objetivarse como territorio. Y también el reflejo de las luchas históricas, de pueblos y culturas marginadas, como la de los afroamericanos en el libro Contraseña (1976) que están hoy  más vigentes que nunca.

Tráfico/Estiba, cierra con el anexo titulado “La poesía es un mal necesario”, con poemas  de Boccanera que fueron musicalizados por Alejandro del Prado, Litto Nebbia, Raúl Carnota y Silvio Rodríguez, entre otros.

Mario Nosotti (Revista Ñ 24/10/20)

NOTA: Tráfico / Estiba reúne los libros de Jorge Boccanera publicados desde 1973 hasta 2016 editados en doce países latinoamericanos y en Francia, España e Italia. Sus títulos: Los espantapájaros suicidas, Noticias de una mujer cualquiera, Contraseña, Música de fagot y piernas de Victoria, Poemas del tamaño de una naranja, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso, Palma Real y Monólogo del necio. Además del apartado La poesía es un mal necesario, selección de textos trabajados como canción.

Destacado

En la unidad de lo múltiple

sobre Alétheia, Oscar del Barco (Borde Perdido Editora, 2020)

Es difícil, y quizás sea estéril,  intentar separar los múltiples aspectos de una obra como la de Oscar del Barco, que se mueve entre la filosofía (de los griegos a Marx y a Heidegger), la política, el arte, la experiencia visionaria y la poesía, unidos a través de un sentimiento tan inaplazable como trascendente.

Alétheia es un largo poema, una especie de oda que durante casi cien páginas se lanza a la tarea de pensar lo impensable, de cantarlo, de atestiguar lo existente en sus múltiples instancias, y la vez penetrar el vacío, la posibilidad de que todo sea.  

El poema comienza indagando la naturaleza de la luz -“el mundo nace cuando el párpado se abre creándolo luminosamente / nada puede decirse de la luz sólo nombrarla sabiendo que no tiene nombre”- ya que la “alétheia” que da título al libro, refiere justamente a la verdad como acontecimiento, como desocultamiento del ser, un concepto que Heiddegrer  retoma de los griegos para pensar la verdad como lo oculto que se hace evidente, que a-parece y se dona como algo inteligible.

Podría decirse que el poema alterna dos vertientes, una más conceptual, del orden de la idea, y otra que la realiza, poniendo en evidencia la singularidad esquiva de lo tematizado. Y es ahí donde el poema gana fuerza y presencia, y donde el pensamiento se concreta.

“… las mariposas vienen antes o después que las flores del níspero y

la lluvia no se apresura tal vez llegue antes que la nube o cuando

la nube ya está junto a los ojos del perro o en las plumas de las

 palomas del monte

así todo tiene su lugar sin que nadie nunca sepa cuál es su lugar”

El ansia de mirar más allá de lo visible, de auscultar en lo abierto, empuja a abrirse paso a través de los versos, a sentir que con cada pisada el mundo se despliega; siempre hay un más allá (en la mirada y en el pensamiento), en la incesante compenetración de todo con todo. Abrir las puertas de la percepción -son varios los trabajos en los que Del Barco aborda su experiencia con el peyote y el LSD-  “penetrar en el orden de una intimidad parecida al sueño”, sin dar nunca la espalda al rango de lo sensitivo.

Alternando entre la microscopía y la vastedad, el aliento épico de la empresa tiene por momentos el sutil didactismo de un Lucrecio, una especie de himno -o plegaria- a la naturaleza que asume por momentos el vértigo de la visión, “la gran correntada del mundo es el dios que nos habla”.

Lo sagrado es aquello que religa al misterio de las cosas, y no algo que aluda a otro reino o instancia metafísica; está en la rugosidad de una corteza, los cipreses que apuntan hacia el cielo invisible, las hormigas en la rama de la higuera, “lo único que se sabe es que el ser llega y ordena los espacios donde las cosas se mueven en busca / de su propia resonancia”.

En un mundo que no encuentra salida y se autodestruye, ese gesto anacrónico de restituir al presente el estatuto de  lo sagrado – a través de la poesía, el erotismo o la experiencia mística- quizás sean un modo de devolver al hombre una vitalidad ahogada por la técnica, el encierro en la cultura y la información. Experiencias como “ver y oír sin nadie que oiga lo que oyen y sin nadie que vea lo que ven”, suenan hoy como íntimas instancias revolucionarias, formas involuntarias de liberación.

Mario Nosotti

(Revista Ñ 1/08/2020)

Como las experiencias que tensan la voluntad

Diego Di Vincenzo

   Fairlane

que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo

Pier Paolo Pasolini

Le pedí a Pablo, mi vecino,
que corriéramos el Fairlane de la puerta de mi casa.
Lo tiene abandonado, juntando mugre y
a la intemperie de estos días apestados de humedad,
presa del óxido y de las hojas
del tilo y del jacarandá.
Lo corrí unos metros.
Correrlo fue como si lo hubiéramos pasado
de nicho a tierra: el auto sigue ahí
muerto, tumbado.
A veces los poetas se parecen a estas masas del pasado
quietas, casi muertas.


Sueño

Una vez
soñé que me quedaba pegado al asiento del auto
y no podía hacer nada. No podía incorporarme
ni alcanzar el volante.
Respiraba fatigosamente. Con la mano
intentaba alcanzar la sábana.

Respiraba como los balbuceantes,
como los profetas del desierto,
a los tumbos,
bajo el calor del verano
con la opresión en el pecho.

Respiro en el sueño
como respiro en el poema.
Como si el asma o el fuego
algo del orden del vendaval
viniera a postrarse a mis pies
y me dejara ciego.


Algunas preguntas

¿Qué le pedíamos a la vida, es decir,
a nosotros mismos cuando estábamos frente a frente
en la carpa de Capilla, durmiendo?
¿Que no nos manchara el tedio,
la liviandad de cogernos,
los celos de la víspera,
las marionetas de la noche?

A tu modo: como una madre,
o un hermano
o un compañero de banco
me dabas ese cuerpo
de felino retorcido sobre su propia cola
con el sol en la cara
hermoso por donde se mire.
Yo lo tomaba, lo reconocía en el halo de tus apariciones
repentinas.

Lo tomaba en mi desesperación de amor
girando como un haz de luz
mendigante de tus encantos;
un viajero en el desierto.


Leí la carta de Víctor Shklovski a su nieto

Leí la carta de Víctor Shklovski a su nieto
mientras el ficus que da a mi ventana
se mecía con el viento.

Levanté la vista
y sobre la pared
caía la planta vecina.
También se movía.

Hace frío sobre un fondo gris de plomo,
en este cielo de otoño.
Yo estoy por salir.
Tengo café y ganas de dar clase.

Me acordé de Julieta.
Tuvo aplazo en la prueba.
Charlamos el miércoles, salió a llorar.
Volví a verla el lunes. Estaba despejada
con una cara nueva.

V.S. le escribe a su nieto:

«Los cerezos pierden la flor. Las flores son rosadas y azules.Tu bisabuelo decía esto cuando enseñaba matemática: Lo más importante es no forzar. La vida es simple como la hierba, como el pan, como la mirada. Como la respiración».

Diego Di Vincenzo: nació en Buenos Aires, es Profesor en Letras y vive en Olivos. Fue editor de libros para la enseñanza y hoy da clase en el instituto del Profesorado Joaquín V. Gonzalez y en la Universidad de General Sarmiento. El latido de este mundo (Caleta Olivia, 2019) del cual se extractaron los poemas aquí presentados, es su primer libro de poemas.

El poder de unos límites

Alicia Silva Rey

2-


 Escucho voces en el silencio
 de la planicie o pampa.
 Hablan las almas muertas y vivas
 que han sido conmigo en mí.
 Esa primera persona donde confluyen
 río y mar, dos órdenes o filiaciones,
 recuerda.

 Se dice de mí: “por qué el tú”. 
 Porque ahí nace el plural.

 Estoy en el vestíbulo de mi ojo por primera vez.
 Una pequeña judía de la estepa
 que subsiste en el bosque consumiendo raíces
 (se hizo quitar el lunar de la espalda
 porque su varón era lento e impresionable),
 trató de entrar a la antigua luz
 por la fuerza y prendió velas rústicas
 para incendiar su lista de mortificaciones. 
(declinar latines en lenguas de pastores;habitar
casas que otros habían olvidado incendiar).

 Ese resto de sí era una horquilla de oro.
 “Alondra”, murmuraba.
 Ninguna cosa era ya comestible
 y sus maestros habían usado con ella
 la vara de azotar.
 


5-


Venciendo la resistencia natural a los atributos
del padre,
dieron a luz, los hijos: una carta manuscrita,
un pincel seco, la superficie de una pintura
con la huella de uno de sus dedos, el índice.
La ausencia absoluta de un padre es ominosa.
Este padre no cesaba de estar presente in absentia.
Sus menores detalles florecían.
El cuarto ceremonial era bebible y comestible
como el cuerpo de un padre.
La que ovula la voz es la cantora.
Los que distribuyen los ornatos del joven padre
son varones ungidos.
La luz llega trizada en devanados caireles.
No hubo mujer aquí que pulsara la jodida cabeza




11-
 
 
Hoy abracé mi circunspección.
Mi circunspección era un cestito
de mala costurera desbordado
de agujas, me dispersé, me dividí, me desbarranqué,
en lo separado de mí viví,
en esa fragilidad de tolderías.


14-


 Mi alegría
 era igual a doce cabras etíopes
 paradas en la luz.
 Fui alegre como una de las doce
 cabras etíopes,
 secó mi alegría
 como se pasa la uva
 y por eso
 no hablaron
 el dialecto de mi corazón. 
 Vos sí escuchaste
 en lo alto de tus labores, un grito
 y fuiste interrumpido
 y algo te rozó
 y enseguida olvidaste
 porque lo que se ignora
 es neutro a nuestro saber
 e informulado.



15-


 Aquel color, ese olor,
 las partes húmedas
 y blandas del ojo
 con el vino en los labios,
 la sangría en su jarra
 empañada, y las palabras
 vulgares que al cuerpo
 descontentan. Cómo pudiste
 perder el cuerpo a cambio
 de una lengua cerril.
 De esas memorias tristes
 han nacido estos partos,
 necesito aguas,
 preciso que otras
 rompan aguas por mí.



Una poesía que sea un santuario en ruinas


Una poesía que sea un santuario en ruinas
a punto de renacer.
Seca, ardua, indigerible y mala, muy mala,
como el veneno. Un canto. Que desgarre
la superficie de lo neutro. El ruido de una roca
partiéndose a causa del agua congelada
que estalla en el vidrio de tu alucinación.

La rotura de mi clavícula en aquel accidente
automovilístico: el instante en el que se comienza
a rebotar sin control dentro de la cabina del auto
antes de perder la conciencia y el miedo.








Alicia Silva Rey (Quilmes, Buenos Aires, 1950)  
 Escribió: La mujercita del espejo (1985), Fragmento de correspondencias (1996-2003), Cartas a la iguana (2012), La Pared al Padre -novela (2013), Lazos de amor-relatos (2013) y Boleros, 2015.
 Publicó: La solitudine (Buenos Aires, CILC, 2009), (circa) -2004-2007 (Añosluz Ediciones, 2014) y Partes del campo (Ediciones de la Eterna, 2015), Orillos (Barnacle, 2015) y El poder de unos límites (Barnacle, 2017).
 Colaboró con Gustavo Fontán en el guión de su película La madre (2010). Escribe en del Sur, agenda cultural de Quilmes y en Archivos del Sur.

En el cuerpo de una bala

poemas de Alicia Gallegos


Es el erotismo de la muerte 

Me acomodo en el cuerpo de una bala 

oscuro fresco
suave
me acuna
en silencio 

no empuñaré el revólver
ni apretaré el gatillo 

es tan bello dejarse mecer
y estando dentro
evadir 

el destello
del disparo
el olor
de la pólvora 

la tibieza
de la sangre

nada de eso parece tocarme

es la contemplación
de este interior
que no es mío
y sin embargo
creo
que me pertenece

es el erotismo de la muerte
pensada así
afuera
tibia
suave
ajena.


Gracias a las traiciones de Perón

Desde que Xuxa abandonó a Marlene
y la cambió
por un muchacho lindo
dejamos de creer

en lo blanco y en lo negro

gracias a las traiciones de Perón
supimos
que ser jóvenes y fuertes
no era suficiente
y
dejamos de creer

en lo negro y en lo rojo

antes
ya no creíamos en las noticias
ni en los periódicos
que al igual que mamá
transformaban la sangre en agua
y dejamos de creer

en lo rojo y en lo blanco

pero antes
mucho antes
dejamos de creer
en Dios y el Cuco
en la magia de los magos

y ahora
todo eso y el amor
y Xuxa
y Marlen
el anticredo
el nodomingo
los ravioles del Nono
no eran de espinaca
no.



Alicia Gallegos: 1959, Morón, Buenos Aires. Fue editora independiente. Fundó y dirigió las revistas Big Bang, La Hoja de Alicia, L and G. Publicó tres mini libros: Imagen (1995), Reunión (1995), Poemas breves (2000). Lleva adelante los blogs Octavo Boulevard, Cinco minutos antes del tornado y Poeta zen. Los poemas presentados pertenecen a su último libro Un rayo que nos haga parpadear (Colman&Colman, 2019)

Antes de cerrar los postigos

 

contardi flores

poemas de Marilyn Contardi

 

 

No hay mucho tiempo

 

No hay mucho tiempo

para cortar los jazmines,

disponerlos en el vaso sobre la mesa.

No hay mucho tiempo

para almidonar las cortinas y

volver a colgarlas en las ventanas.

Drapeada de terciopelo, el agua

cada vez más oscura, tiembla.

Los duendes de la noche

cabalgan las primeras gotas de luz,

las campanadas se enredan en el

chirrido del portón que se cierra.

Una última mirada, Clemetina,

una última vez, antes de cerrar los postigos.

 

 

Una Lancia color acero

 

“La sacaba a pasear por aquí mismo

les digo…”

Traza el periplo en el aire

con su dedo grueso, tramado

de nervaduras negras, de mecánico.

 

“… una Lancia sport, color acero,

sólo que cuando anduvieron mal

las cosechas, el primo tuvo que venderla…”

 

Los otros saben que un auto de esos

jamás ha llegado al pueblo.

 

Lo más pudo haber sido

aquella blanca cupé Chevrolet

que una mañana vieron venir

por la calle de la iglesia

y desaparecer en una nube

de polvo, bajo los eucaliptus.

-Había por lo menos uno en cada casa

parado en el cordón de la vereda

con los ojos clavados

en los resplandores de níquel.-

Pero una Lancia Lambda 1929

en las manos del primo de Garbarino,

algo imposible de suponer.

 

Sin embargo nadie habla

y Garbarino aprovecha para afirmarse,

echa una bocanada de humo

que los borra a todos,

cruza una pierna que de tan fina

se le enrolla alrededor del pantalón

y dice:

“Después de todos ninguno de

ustedes había nacido entonces”

 

Y en el espacio de silencio

que le otorgan, ahora sí, Garbarino

sin siquiera cerrar los ojos

presiente la Lancia.

 

La esplendorosa visión de la máquina

lo transporta a esa zona en que los otros,

las casa, los autos y carros que pasan

son apenas reconocibles, como trazas

de dedos desprolijos sobre el papel,

y por donde él pasa pitando un cigarrillo

para apaciguar el desorden del pecho

con el volante dócil entre las manos

mientras el ronroneo leve, armonioso,

casi licuescente de la Lancia

le acaricia sus oídos como si le hablara.

 

Contardi foto

Marilyn Contardi

 

 

Patos silvestres

 

Dónde descenderán los patos

que atraviesan con sus finos cuellos

los campos del aire?

 

Qué estela retendrán sus ojos

del verde vuelo por

la playa de sombras?

 

Será la suya una memoria

viva que remonta el pasado

y ahora por el cielo

son, también, sus antepasados?

 

Qué desvío, qué imán

los extasía,

los atrae,

y en el delirio

los aleja?

 

Suben, negras siluetas de laca,

van alto, tan alto que ven

antes que nadie

encenderse la estrella.

 

de El estrecho límite (1992)

 

 

Al leer «Génesis» de Mario Nosotti *

 

Ma non é basta, Mario

c’est la descente

aux enfers que empieza

 

de la bolsa de basura

irán a la quema,

semillas de mandarina

certeramente eyectadas

sobre el plato,

diminutas pupilas

servidoras fieles

de la evolución implacable

 

allí

unos pies deformes, dedos

grandes como mandarinas,

yemas sensibilísimas de bordadora

las palparán, bajo la tierra

muelle, porosa

 

yacerán, átomo con átomo,

con pelos de todo pelo

bigotes de señora, rulos

de caballeros, ensueños

de edades desaparecidas,

excrementos de todo origen

el aro de pelo perdido

la llave, el cuchillo

el clavo, el disturbio

de ser lo que es

arrojado de una vez

al olvido

 

hasta que todo

empiece a disgregarse,

tal vez no lejos de mis

propios huesos y los tuyos

blancos como damas de noche

en el silencio de la tierra

-al fin racimos y flores

de encantos y desencuentros-

semillas de mandarina

cuerpos yacentes,

el tiempo que suceda

estará hecho también

de estas pequeñas cosas

 

y después de todo

habremos pasado tantas

horas bajo el sol,

qué hacer, qué decir

ante la inminencia

de la catástrofe?

o nada

o felizmente que:

 

<las flores del romero

niña Isabel

hoy son flores azules

mañana serán miel>.

 

*Me comí una mandarina / Las semillas brotaron de mi boca / Desde el labio pulposo se lanzaron al plato / Ese fue el fin del árbol y del fruto / De ahí, a la basura, / y basta. («Génesis», Parto mular, M.N.)

 

Marilyn Contardi: poeta y cineasta, nació Zenón Peryra, Santa Fe,  y hoy reside en Colastiné, localidad de esta provincia. A finales de los setenta y principios de los ochenta vivió en Francia. Estudió en el Instituto de cine de la Universidad Nacional del Litoral y actualmente es docente del Taller de Cine de UNL. Realizó más de veinte films documentales, entre los cuales se destacan: Zenón Pereyra, un pueblo de la colonización; su segunda parte Cielos azules; Homenaje a Juan L. Ortiz; Bienal; Qué es el cine y Momentos musicales. Publicó cuatro libros de poesía: Los espacios del tiempo (Caracas, 1979); El estrecho límite (Santa Fe, 1992); Los patios (Santa Fe, 2000) y Cerca del paraíso (Córdoba, 2011). En 2018 la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos publicó su obra poética reunida,  En constante inconstancia, a la cual pertenecen los poemas presentados.

 

ontardi en constanteinconstancia