Libros recientes (1° parte)

Termina este terrible 2020 y van llegando libros al correo de Música Rara. A continuación, iniciamos un breve repaso por las publicaciones recibidas.

De qué se trata el otoño en mi ventana, Celina Feuerstein (Modesto rimba , 2020)

“Una doble luz cruza en haz este libro espacioso y claro, la que irradia la memoria como forma abierta del tiempo y la que libera cada poema en tanto cuerpo encantado del lenguaje.” Sonia Scarabelli

…..

si recuerdo es porque también olvidé
por ejemplo tu voz
padre
viene de la sombra
y tu risa madre
liviana como una hoja
se desprende y baja
del árbol
me hace cosquillas

vienen
risas y voces
a decirme que ya es tiempo
de encontrarnos
y celebrar

*

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queridos míos
díganme de qué se trata
el otoño en mi ventana
las hojas amarillas que vuelan
la llovizna leve
y el calor pesado que retorna del verano
y sí
es del tiempo que les pregunto
las estaciones se suceden y los años
se hunden filosos
en mi cuerpo
y estoy acá tan viva
los recuerdos laten y
los respiro
mamá papá
queridos hijos
me recuesto
ustedes me alojan y me cobijan
son el techo y el piso y yo rodando
sin saber hacia dónde
ni hasta cuándo
por eso a veces paro y les pregunto
sobre todo de noche
y qué maravilla no saber
qué alivio
que se callen
que no respondan

*

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Poeta serial, Patricia Jawerbaum (Modesto Rimba, 2020)

“Abigarrado, habitado, animado, el mundo de la poeta serial es uno en el que todo está despierto.” Lula Mari

……

Otra vez el cabestrillo del ceibo abrió
No hay duda del esplendor cómplice
Que en su color compite con el cardo
Y la loca peluca de troll
Puso púrpura contra la pantalla celeste cielo
Que amante en la luz, alta al tallo
Violácea pelambre me quiere tanto
Que desata al viento insiste en darme
Lecciones de canto.

Mientras, el ceibo invaginado en rojo
Va desplegando su febril cerrojo

¡Qué silencio infla la gracia
Del cachete que aprieta la promesa!

No se abre, no se cansa: sus labios
Esconden a ultranza, en trincheras de avispas
Lecciones de danza.

*

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El cuerpo del silencio, María Agustina Pardini (Buenos Aires Poetry, 2020)

Mujeres ausentes

Si pudieras ver caer
las gotas del alero
escucharías la voz
de mujeres ausentes.

Negaron sus deseos
para fundirse en la oscuridad.
Sus cuerpos no las olvidaron.
Como cardos erguidos
frente al peso del caucho
y el negro de humo
sobrevivieron a la primavera.

Junto al rocío de la mañana
flotan en el llano
sus lágrimas de silencio.

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Los extraestatales, José Retik (Borde Perdido, 2020)

“Las apuestas tradicionales por el realismo dan por eficaz la relación de espejo entre la palabra y el mundo (lo que supone un mundo cierto, inmóvil y capturado); las apuestas por el realizmo delirante trabajan esta hipótesis y le agregan dosis de hipérbole y extenuacuón. José Retik prueba una vía innovadora: acepta el mundo como destrucción proliferante y arma a gusto sus combinaciones, en maquetas bizarras de una gracia infinita.” Daniel Güebel

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Ibídem

Según consta en uno de los tomos de la Revue Neurologique de Perpignan, el Dr. Maurice Foudré alucinó —durante un episodio de fiebre de origen desconocido— la existencia de un pueblo sin localización geográfica. Guardaba reposo en su residencia de Antist, acompañado únicamente por el personal doméstico.

Respecto de la alucinación, si es que así puede llamársela, no es del todo seguro que haya sido efecto de la pirexia. Cualquiera fuese la causa, los pobladores de Ibídem —nombre con el que se autodenominó el pueblo— no necesitaban de ningún neurólogo afiebrado para existir. Asumían con orgullo su condición de máquinas o, para decirlo de manera más precisa, de autómatas de madera. Los primeros que aparecieron en la historia (no en ésta sino en la de la humanidad) se remontan al antiguo Egipto, donde las estatuas de algunos dioses emitían fuego por los ojos. Algo más tarde, Juanelo Turriano, el gran ingeniero del siglo XVI inventó

múltiples mecanismos y muñecos con movimientos de guerreros, danzarines o animales. Hasta el propio Leonardo da Vinci diseñó dos autómatas durante el Renacimiento.

Pero, al Dr. Foudré le bastó con un cuadro de fiebre para crear —de manera involuntaria— un pueblo entero de autómatas.

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Los pebeteros exóticos, José A. Ferraté, (Ediciones Blanco  Móvil, 2020, con prólogo de Laura Crespi y Eduardo Ainbinder)

José Arsenio Ferraté Acosta nace en concepción del Uruguay, Entre Ríos, el 18 de septiembre de 1900 y muere en Buenos Aires en 1980. (…) Periodista, poeta y gran lector. Los pebeteros exóticos fue su único libro de poemas. Con una ilustración de su hijo Hector en la tapa, se publicó en una edición de autor que él mismo compiló en 1943, y del que en la actualidad circulan unos pocos ejemplares.

Presentamos aquí, junto a mi madre Kika Ferraté, una selección de sus poemas. En ellos predominan los recursos rítmicos y métricos propios del modernismo, puestos a disposición de visiones exóticas signadas por viajes a lugares extraños; ciudades conocidas o imaginadas. Laura Crespi (fragmento del prólogo del libro)

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Los pebeteros exóticos

I

Tengo tres pebeteros. El uno es de la china.
Se lo adquirí a un marino venido de Bombay
el que entre frases, hipos y ensueños de morfina
me confesó que había robádolo en Shanghai.

Pequeñito. Sus formas son raras y grotescas.
Tiene pintado un buda de fuerte bermejón
y en sus fondos celestes, en líneas arabescas
se dibujan las fauces de un tétrico dragón.

Es mayor el segundo y es más caro… Contiene
su fondo requemado vestigios de otro ayer…
(El vendedor me dijo: “Señor, lo menos tiene
Tres siglos de existencia…” Todo pudiera ser)

Arábigo su origen. Su dueño, ¿Quién lo sabe?
¿Fue su dueño algún moro cetrino y soñador?
No sé. Más un perfume suavísimo en él cabe
tal cual cabe en un pecho de a gotas el dolor…

Cómo encontré el tercero no lo recuerdo hoy día,
pero vivió en Egipto su gloria espiritual,
en un meditativo glosar de epifanía
bajo la luz ardiente del clima tropical.

Con oro de las rocas labráronlo a la egipcia
las manos de un artista temblantes de emoción
(El pebetero tiene la gracia y la delicia
de una mano amorosa puesta en el corazón.)

La vida escrita

Rodolfo Rabanal (1940-2020)

JULIO 5 1987

En el Paraninfo de la Universidad del Litoral veinte

monos poéticos nos debatimos frente al público

como si nos ofrecieran bananas. Casi invisible, casi

inaudible, un discretísimo Hugo Gola dirige la

comparsa que, menos discretos y mucho más

histriónicos, animan Francisco Madariaga y Edgar

Bayley. La elegancia seca, provinciana y austera de

Francisco contrasta (pero completamente) la

exuberancia porteica, apollinaireana de Edgar.

 Juegan, entre ambos, al falso extravío, algo se perdió

que no encuentran (puede ser un zapato, un soneto

de Quevedo o una brújula, dice Edgar), pero ninguno

de los dos se mueve de sus sillas.

Anuncian que lo harán pero allí se quedan. Luego se

acusan educadamente de mutuos agravios

inverificables. Son como Hamm y Clov en Fin de

Partida, pero aquí ninguno es el amo y ninguno el

esclavo. La única tirana es la poesía. Ambos recitan.

El público aplaude a rabiar.

Leo a Stendhal, siempre lo leo. Me induce a la

felicidad de una manera oblicua pero inmediata. La

sensación es visual (entre otras) porque “veo” el azul

y grana de los uniformes napoleónicos e imagino a

las hermosas mujeres de hombros desnudos y

sedosos en la media luz de la Ópera de Milán. Todo

Stendhal huele al humo de las batallas, al cuero

blando de las botas recién lustradas, al helado filo de

los sables y al cielo alpino de Italia en un día claro.  

MAYO 1980

La facilidad no asiste a la escritura, porque a un oficio de

vocación ¿quién podría perdonarle sus errores?

9 de septiembre de 1988

Últimamente, tiendo a hablar en voz baja. ¿Por qué

esta curiosa predilección? Es como si hablar me costara

un cierto esfuerzo. Una respuesta es la siguiente: se debe

a que soy una persona intensamente atraída por mi yo.

Persona yoica. Pero además, tampoco soporto a las personas

que hablan muy alto. No quiero que “me griten en

la cara”. Creo que por esa misma razón detesto la ópera.

Vivo del periodismo y sin embargo lo cuestiono. Señalo al

periodismo de hoy como “disolvente” –en mi caso

particular- del núcleo literario. Su carácter es simplificador,

su reduccionismo está siempre presente. Su función de

agente “trasladante” terminó por trasladar a la literatura su

función de servicio, tornándola contingente e interesada,

no interesante, porque para ser interesante debe ser

desinteresada. La literatura no encuentra su sentido fuera

de ella, lo que encuentra fuera de ella es su derrota.

de La vida escrita, Rodolfo Rabanal (Seix Barral)