Mariano vino a casa anoche a traerme su último libro. Iba ser cosa de un minuto pero al final subió, destapó unas latitas de cerveza que traía en la mochila y nos quedamos charlando. Había sido un día caluroso y la brisa inesperada del final de la tarde nos hacía bien.
Mariano es un poeta secreto, que permanece, un poco sin querer queriendo, al margen de las redes de circulación. Algunos lo conocen más bien por sus novelas, Aún, premio Emecé 2003, Ruidos (Santiago Arcos, 2008) y Arno Schmidt (Seix Barral, 2014). Apenas uno lee un fragmento de su prosa reconoce una respiración, un fraseo, una forma de ataque donde el sentido se construye en la cadencia de una voz que oscila entre el monólogo y la oralidad, siempre cerca de lo cáustico, rayando a veces lo delirante, no tanto por lo hiperbólico sino más bien por lo obsesivo, por la reiteración un poco loca, cuya motivación profunda es desacralizar, romper con la importancia, los falsos oropeles.
Él mismo edita sus libros de poesía; corta pliegos, cose las hojas, sella a mano la portada y los ensobra. Después los distribuye en cinco o seis librerías, no más; y lo obsequia a sus amigos. El nombre que eligió para su sello, donde a veces publica algún otro poeta, anuncia una improbable frecuencia, la abstinencia más bien del plazo fijo: Ediciones cada tanto. Esa dedicación algo abstraída, de tiempos de escritura y de formas de circulación un poco a contrapelo de la figuración y el reconocimiento, se refleja también en su apuesta poética. Mariano no es afecto a la tendencia actual a una poesía que hace de lo personal su materia recurrente: lo familiar, la infancia, la amistad, tópicos que –con resultados diversos- se abren en un momento a una modesta epifanía. Así como no abreva en escenas personales, niega a sus personajes cualquier psicologismo que no sea el que derive de la propia acción; y lo mismo le pasa con la efusión lírica; lo suyo sigue la estela de algunos de sus admirados: Lamborghini Leónidas, Beckett, Céline, la gauchesca, es decir, la gente que escribió con el oído: la música (y el silencio) ante todo.
Abro el nylon entonces, transparente, que contiene el librito. Un poema de unas 20 páginas que ya hace varios meses, me consta, el autor venía trabajando. Una cartulina color crema, de trama delicada, con el título estampado en el centro: Bobby Fischer Vs Bobby Fischer. Durante mucho tiempo, cada vez que nos juntábamos, salía a relucir el tal Bobby. Algo lo atrapó ahí, fascinado con ese personaje vio documentales, leyó acerca de su vida, de su genialidad y su desvarío, de partidas que quedaron para siempre en la historia del ajedrez, y acá estaba el resultado.
Los poemas de Dupont van rodeando, asediando su objeto para intentar aprehenderlo desde la mayor cantidad de perspectivas posibles, como Cézanne pintando una y otra vez el monte Sainte-Victorie. Sus cinco poemarios instalan un espacio e intentan agotarlo. Un espacio linguístico y una escenografía pulsional: la gauchesca recargada en Pampa Trunca, el artista cachorro y el ambiente “literario” en Quique, la inmensidad helada en Nanook, la fronda carcelaria y las megafavelas en Marcola. ¿Y Bobby Fischer? En Bobby Fischer, el mundo es un tablero de ajedrez.
Cualquiera de esos libros se leen de un tirón, no por breves, no por sencillos, sino porque son como un buen disco, uno queda atrapado en la cadencia, ese loop de decir, y no puede soltar (saltar afuera), ese ir y venir que se espirala fogoneado por el viento de la risa, el no tomarse nada muy en serio, la confianza que muestra que el amor es un lento aprendizaje, que va del enamoramiento de la imagen, la pesadez del ídolo, a la altiva energía de la desilusión.
Mario Nosotti, (enero 2018)
BOBBY FISCHER VS. BOBBY FISCHER
Bobby Fischer de un lado de la mesa. Del otro,
Bobby Fischer. Uno en un sillón, el otro, en una silla.
Se miran, serios, oblicuos, frunciendo el ceño, lo dos
Bobbys. Se observan, midiéndose, escrutándose. Un
estudio minucioso que busca el anticipo, una ventaja,
algo, lo que sea, en la dura y exigente competencia.
Abre Bobby, el bello Bobby, con la blancas: shic:
peón c4, y desconcierta, así, a su adversario, el Bobby
de las negras. No esperaba, Bobby, el de las negras,
que el Bobby de las blancas abriera de ese modo, no:
la salida lo toma por sorpresa. “Ajá”, piensa Bobby,
el de las negras, “conque ésas tenemos. Bien, bien.
Apertura inglesa, mmm, mmm.” Y recuerda, enseguida,
las palabras de Tartakower, Savielly, el Gran Maestro:
“la más agresiva, la inglesa, de todas las aperturas”.
Un segundo, dos , tres, y estira, Bobby, el de las blancas,
la mano derecha y clac, con la palma: baja el botón.
(…….)
Está solo, Bobby, el bello Bobby Fischer, como siempre,
aunque solo con él, acompañado por él, por él mismo,
por Bobby. Un vez más, y ya van miles, Bobby juega
contra Bobby en el centro del living de su depar,
sito en Brooklyn, New York, United States of América.
Desparramados por el suelo, en las mesas, en las sillas,
en todas partes, libros, manuales de ajedrez, abiertos,
y novelas de espionaje, de John le Carré, que Bobby,
en los raros momentos en que no está poseído, como en
trance, por el estudio de alguna partida, gusta de leer.
Aquí y allá, en un lindo salpicón, latas, vacías y estrujadas,
de Canada Dry, de Dr. Pepper, paquetes a medio consumir
de potato chips, cajas de pizza con restos de tomate
y endurecida muzarela, calzones blancos con viejas
palometas, medias inzurcibles, zapatillas malolientes,
una muñeca para inflar: el departamento de soltero
de Bobby, el mejor ajedrecista de todos los tiempos
(según Kasparov, Garry, el ruso, otro fenómeno, etc).
En la cocina, un clan de cucarachas a sus anchas,
gordas y vivaces, acomete maniobras entre la pila roñosa
y variopinta que compone, en la pileta, la vajilla
de Bobby. Sin embargo, a Bobby, a ambos Bobbys,
al de las blancas pero también al de las negras, todo eso,
su casa convertida en una mugrienta porqueriza, lo tiene
sin cuidado. Bobby está en otra. Su mundo, el mundo
de Bobby, es, desde siempre, un tablero de ajedrez, y ya.
Fragmentos de Bobby Fischer VS Bobby Fischer, Mariano Dupont
(Ediciones cada tanto, 2018)