Un cuerpo que se desmantela

 

Celes 3

CELESTE DIÉGUEZ

 

 

12-

Un útero un nombre una hamaca una habitación propia un baño privado una butaca en el medio ni muy arriba ni muy abajo un asiento individual junto a la ventanilla un juego de cubiertos una celda de máxima seguridad una jeringa recién abierta delante mío la yerba nueva para empezar a cebar un voto universal secreto y obligatorio un hombre que no sea el novio de otra un cepillo de dientes exclusivo para mi boca un jesús personal un cajón donde nada más entre mi cuerpo un numero de pin único e intransferible una clave para el face una clave para hotmail una clave para gmail la clave de homebanking la contraseña del campus la clave inútil de linkedín un solo donante anónimo un preservativo que será usado por primera y última vez una tarjeta sube sacada con mi número de dni un cenicero limpio un solo corazón para toda la vida un lóbulo frontal una bolsa de dormir roja un tórax un numero de calzado invariable una lengua en común.

 

fronda

 

b-

La cara contra las hojas

escucho como pasan a toda velocidad los cambios;

veo mi piel rosa ponerse blanca, amarilla, arrugada y morir momia,

siento la sangre por mis yemas correr savia tornarse

veta aromática que se endurece rotada al fuego,

toda mi carne gomosa, esponjosa, humeante

se va haciendo mondongo, brea, alcornoque y suelta

vapores de luz no tan mala en el descampado

los cambios en la ruta, la banquina, el ronroneo del motor, el embriague

un cuerpo volteado hacia la oscuridad

y la mente brillando en brazadas,

un camalote que se aleja de la costa llevándome

erguida como deidad guaraní hasta encallar en la selva

virgen tallada en la madera más rustica

a filo limpio en algún calabozo redondeado por la luz escasa

el rostro a medio terminar escondido en las sombras;

ahí engarzada como una rana o enroscada a un tronco

víbora clásica echando espuma

el cuerpo en torsión flotante esquivando

lo playo y lo amable

de la compañía.

 

d-

Un pedazo de rama muerta aplastando un animal vivo

a la vera del camino un bosque de helechos

enterrarme en la grava suave

bajo algún árbol perenne

me rocíe de almíbar y agujas

sobre los pelos

el hocico manchado de sangre seca

y la mielcita de todas esas coníferas

sellando

los órganos duros tersos jóvenes

para sacarlos luego

desvanecidos entre los dientes carroñeros

un contorno vacío de sustento

un trazo un fiordo

de lo que había en mí:

el ansia, esa vaina.

 

 

Celeste Diéguez, (Chascomús). Publicó La capital, (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2012), La enfermedad de las niñas, (Club Hem Editores, La Plata, 2013), El camino americano, (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, 2015). Coordina la colección de poesía de Club Hem Editores. En 2018 aparecerá su nuevo libro Lo real, del cual tomamos los poemas aquí presentados.

 

 

Bobby Fischer VS. Bobby Fischer

Dupont foto

Mariano vino a casa anoche a traerme su último libro. Iba ser cosa de un minuto pero al final subió, destapó unas latitas de cerveza que traía en la mochila y nos quedamos charlando. Había sido un día caluroso y la brisa inesperada del final de la tarde nos hacía bien.

Mariano es un poeta secreto, que permanece, un poco sin querer queriendo, al margen de las redes de circulación. Algunos lo conocen más bien por sus novelas, Aún, premio Emecé 2003, Ruidos (Santiago Arcos, 2008) y Arno Schmidt (Seix Barral, 2014). Apenas uno lee un fragmento de su prosa reconoce una respiración, un fraseo, una forma de ataque donde el sentido se construye en la cadencia de una voz que oscila entre el monólogo y la oralidad, siempre cerca de lo cáustico, rayando a veces lo delirante, no tanto por lo hiperbólico sino más bien por lo obsesivo, por la reiteración un poco loca, cuya motivación profunda es desacralizar, romper con la importancia, los falsos oropeles.

Él mismo edita sus libros de poesía; corta pliegos, cose las hojas, sella a mano la portada y los ensobra. Después los distribuye en cinco o seis librerías, no más; y lo obsequia a sus amigos. El nombre que eligió para su sello, donde a veces publica algún otro poeta, anuncia una improbable frecuencia, la abstinencia más bien del plazo fijo: Ediciones cada tanto. Esa dedicación algo abstraída, de tiempos de escritura y de formas de circulación un poco a contrapelo de la figuración y el reconocimiento, se refleja también en su apuesta poética. Mariano no es afecto a la tendencia actual a una poesía que hace de lo personal su materia recurrente: lo familiar, la infancia, la amistad, tópicos que –con resultados diversos- se abren en un momento a una modesta epifanía. Así como no abreva en escenas personales, niega a sus personajes cualquier psicologismo que no sea el que derive de la propia acción; y lo mismo le pasa con la efusión lírica; lo suyo sigue la estela de algunos de sus admirados: Lamborghini Leónidas, Beckett, Céline, la gauchesca, es decir, la gente que escribió con el oído: la música (y el silencio) ante todo.

Abro el  nylon entonces, transparente, que contiene el librito. Un poema de unas 20 páginas que ya hace varios meses, me consta, el autor venía trabajando. Una cartulina color crema, de trama delicada, con el título estampado en el centro: Bobby Fischer Vs Bobby Fischer. Durante mucho tiempo, cada vez que nos juntábamos, salía a relucir el tal Bobby. Algo lo atrapó ahí, fascinado con ese personaje vio documentales, leyó acerca de su vida, de su genialidad y su desvarío, de partidas que quedaron para siempre en la historia del ajedrez, y acá estaba el resultado.

Los poemas de Dupont van rodeando, asediando su objeto para intentar aprehenderlo desde la mayor cantidad de perspectivas posibles, como Cézanne pintando una y otra vez el monte Sainte-Victorie. Sus cinco poemarios instalan un espacio e intentan agotarlo. Un espacio linguístico y una escenografía pulsional: la gauchesca recargada en Pampa Trunca, el artista cachorro y el ambiente “literario” en Quique, la inmensidad helada en Nanook, la fronda carcelaria y las megafavelas en Marcola. ¿Y Bobby Fischer? En Bobby Fischer, el mundo es un tablero de ajedrez.

Cualquiera de esos libros se leen de un tirón, no por breves, no por sencillos, sino porque son como un buen disco, uno queda atrapado en la cadencia, ese loop de decir, y no puede soltar (saltar afuera), ese ir y venir que se espirala fogoneado por el viento de la risa, el no tomarse nada muy en serio, la confianza que muestra que el amor es un lento aprendizaje, que va del enamoramiento de la imagen, la pesadez del ídolo, a la altiva energía de la desilusión.

Mario Nosotti, (enero 2018)

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BOBBY FISCHER  VS. BOBBY FISCHER

 

Bobby Fischer de un lado de la mesa. Del otro,

Bobby Fischer. Uno en un sillón, el otro, en una silla.

Se miran, serios, oblicuos, frunciendo el ceño, lo dos

Bobbys. Se observan, midiéndose, escrutándose. Un

estudio minucioso que busca el anticipo, una ventaja,

algo, lo que sea, en la dura y exigente competencia.

 

Abre Bobby, el bello Bobby, con la blancas: shic:

peón c4, y desconcierta, así, a su adversario, el Bobby

de las negras. No esperaba, Bobby, el de las negras,

que el Bobby de las blancas abriera de ese modo, no:

la salida lo toma por sorpresa. “Ajá”, piensa Bobby,

el de las negras, “conque ésas tenemos. Bien, bien.

Apertura inglesa, mmm, mmm.” Y recuerda, enseguida,

las palabras de Tartakower, Savielly, el Gran Maestro:

“la más agresiva, la inglesa, de todas las aperturas”.

Un segundo, dos , tres, y estira, Bobby, el de las blancas,

la mano derecha y clac, con la palma: baja el botón.

 

(…….)

 

Está solo, Bobby, el bello Bobby Fischer, como siempre,

aunque solo con él, acompañado por él, por él mismo,

por Bobby. Un vez más, y ya van miles, Bobby juega

contra Bobby en el centro del living de su depar,

sito en Brooklyn, New York, United States of América.

 

Desparramados por el suelo, en las mesas, en las sillas,

en todas partes, libros, manuales de ajedrez, abiertos,

y novelas de espionaje, de John le Carré, que Bobby,

en los raros momentos en que no está poseído, como en

trance, por el estudio de alguna partida, gusta de leer.

 

Aquí y allá, en un lindo salpicón, latas, vacías  y estrujadas,

de Canada Dry, de Dr. Pepper, paquetes a medio consumir

de potato chips, cajas de pizza con restos de tomate

y endurecida muzarela, calzones blancos con viejas

palometas, medias inzurcibles, zapatillas malolientes,

una muñeca para inflar: el departamento de soltero

de Bobby, el mejor ajedrecista de todos los tiempos

(según Kasparov, Garry, el ruso, otro fenómeno, etc).

 

En la cocina, un clan de cucarachas a sus anchas,

gordas y vivaces, acomete maniobras entre la pila roñosa

y variopinta que compone, en la pileta, la vajilla

de Bobby. Sin embargo, a Bobby, a ambos Bobbys,

al de las blancas pero también al de las negras, todo eso,

su casa convertida en una mugrienta porqueriza, lo tiene

sin cuidado. Bobby está en otra. Su mundo, el mundo

de Bobby, es, desde siempre, un tablero de ajedrez, y ya.

 

 

Fragmentos de Bobby Fischer VS Bobby Fischer, Mariano Dupont

(Ediciones cada tanto, 2018)

La crítica

Natalia Guinzburg

Natalia Ginzburg

Cualquiera que escriba hoy en día, y sea lo que fuera que escriba –novelas o ensayos o poesía o teatro–, deplora la ausencia o la rareza de la crítica, es decir la ausencia o rareza del juicio crítico, inquebrantable, inexorable y puro. En el deseo de un juicio semejante tal vez se esconde el recuerdo de la fuerza y de la severidad que sobre nuestra infancia proyectaba la figura paterna. Sufrimos por la ausencia de la crítica del mismo modo que en nuestra vida adulta sufrimos por la ausencia de un padre.

Natalia Guinburg 2

Pero se ha extinguido o casi extinguido la estirpe de los críticos, porque se ha extinguido o se está extinguiendo la estirpe de los padres. Huérfanos desde hace tiempo, generamos huérfanos pues hemos sido incapaces de convertirnos nosotros mismo en padres, y así vamos en vano a la búsqueda entre nosotros de aquel del que tenemos profunda sed, una inteligencia inexorable, clara y distinta, que nos examine con distancia y desapego, que nos observe desde lo alto de una ventana, que no baje a mezclarse entre nosotros en el polvo de nuestros patios; una inteligencia que piense en nosotros y no en sí misma, mesurada, implacable y límpida frente a nuestras obras, mesurada, límpida al conocernos y revelarnos lo que somos, inexorable para encontrar y definir nuestros vicios y errores. Pero para albergar entre nosotros una inteligencia de esta clase, deberíamos tener en nuestro espíritu una lucidez y una pureza de las que en la actualidad todos carecemos, y no puede vivir entre nosotros un ser demasiado distinto a nosotros.

Por lo que se refiere a nuestra actitud ante a los críticos –aquellos de los que esperamos, y no obtenemos sino muy raras veces, o casi nunca, un juicio que nos ilumine sobre nosotros mismos, que nos ayude a ser de un modo más intenso aquello que somos y no otra cosa– a menudo es grosera. Solemos esperar de la crítica la benevolencia. La esperamos como algo que se nos debe. Si no la obtenemos, nos sentimos incomprendidos, perseguidos y víctimas de un odio injusto, y estamos de pronto preparados para vislumbrar en los otros algún fin despreciable.

Por supuesto que a un crítico no debería importarle en absoluto nuestro rencor, como no debería importarle en absoluto el rencor de los hijos a un padre sereno, que tuviera una clara conciencia de actuar y de pensar con justicia. Pero los críticos hoy en día son, como los padres de hoy en día, frágiles, nerviosos y sensibles al rencor de los otros, temen perder a los amigos u ofender a los conocidos, su vida social es muy vasta y tan llena de ramificaciones que al ofender a una persona pueden ofender a otras mil; como hoy en día los padres, tienen miedo del odio; tienen miedo de encontrarse diciendo la verdad en una sociedad hostil. O, por el contrario, quieren odio, aspiran a él como un condimento fuerte y esencial en su vida de críticos, desean estar vestidos de odio, como de un uniforme rico y resplandeciente. Y la aspiración al odio, si se luce como una coquetería en sociedad, al igual que el miedo al odio, no puede constituir un terreno estable para la búsqueda y la afirmación de la verdad.

Natalia Ginzburg, Ensayos (LUMEN)

el amor como acto enunciativo

Battilana foto familiar

sobre El empleo del tiempo, poesía y contingencia, Carlos Battilana

(El Ojo de Mármol, 2017)

 

Cada poeta tiene sus preguntas. Si la escritura crítica es una de las formas de la autobiografía es probable que en cada lectura se filtre algo de la búsqueda, del recorrido personal de un escritor. Y en el caso de un poeta, es probable también que una respiración, un tono, un ethos de su trabajo con los versos aparezca, seguramente transformado, quizás como mero vestigio, en la forma de abordar los temas que lo interpelan. Las preguntas que se hace Carlos Batillana (autor de varios libros de poesía y uno de los referentes descentrados de la generación de fines de los noventa, aquellos que supieron desmarcarse y llegar hasta hoy) giran alrededor de un campo conceptual cuya materia amalgamante es la fuerza del afecto, entendiendo por esto una forma de acercarse a los seres y las cosas, mesurada, más o menos distante, pero siempre cargada de una intención de  abrir, de lograr el contacto. Esa llamada genera una correspondencia que hace avanzar la escritura. El empleo del tiempo reúne por primera vez los textos que no son poemas, es decir notas, ensayos, prólogos y reseñas, dispersos hasta ahora en distintos medios.

El empleo del tiempo tapa libro

¿Cuáles son las preguntas que se hace Carlos Battilana?: cómo se hace ese tiempo que adopta un ritmo propio, ajeno a los mandatos de la mera productividad; de qué modo la poesía ingresa en una vida y qué hacen los poemas con nosotros; cómo llega ese viento que interfiere la forma de mirar lo real, que está en los intersticios de nuestras decisiones, preferencias, formas de vincularnos o movernos. La primera parte del libro, Biografía afectiva, va en busca de ese origen determinante, tan cercano y constitutivo que casi nunca se cuestiona, y del que no es fácil rastrear sus sedimentos más profundos. El cuerpo del docente que enseña literatura en la escuela media o en la universidad pública, el padre que construye con lo adverso la singular relación con uno de sus hijos, el hincha de San Lorenzo cuyo origen remonta a una radio portátil cuyos ecos el gurí iba mamando en su Paso de los libres natal, el lector de Darío, de Vallejo y Martí, poetas que son faros en la creación y en la vida, pasiones heredadas o adquiridas como el tango o el rock, en las cuales el aura de Spinetta irradia como representante de una generación.

Al margen de la aridez y extenuación de lo académico (lo académico mal entendido), Battilana va por el lado de lo conversacional, el tono de un amigo que cuenta apasionadamente una experiencia, hilando una sintaxis que dota al pensamiento de cierta ligereza, abierta a lo fortuito que suele dar sus frutos sorprendentes. En la segunda parte, Experiencias de lo transitorio, que reúne las notas y reseñas de los distintos libros, aparecen con fuerza la libertad imaginativa, las intuiciones precisas, las hipótesis más estimulantes del autor. Battilana tiene un ojo entrenado para dar con las escenas fundantes de un poeta, aquéllas que condensan su grano escritural y existencial. José Manuel Inchauspe y Estela Figueroa, autores cercanos a su imaginario poético, le sirven para inquirir  por ejemplo que se entiende por “transparencia” o por una lengua de “registro medio”. El autor de Materia prefiere los poetas no enfáticos, de recursos escasos y singulares, recurrentes “sin un hermetismo exagerado ni un coloquialismo extremo, que permite la mirada reflexiva, la digresión”. Esto se puede ver en la elección de algunos de los nombres: Liliana Ponce, Roxana Páez, Diego Colomba, Osvaldo Bossi, Edgardo Zotto, Fabian Iriarte, Ana Miravalles, Carlos Martín Eguía, Martín Rodriguez, Daniel Durand y Osvaldo Aguirre, entre otros. Battilana no esconde cómo llegó a tal libro o tal autor, qué significó para él y su escritura ese descubrimiento, es más, hace de eso el motor que contagia el anhelo de ir en busca de aquello que lo atravesó.

mario nosotti, Revista Ñ, (3/02/18)

 

Carlos Battilana: Paso de los Libres, Corrientes, 1964. Publicó los libros de poesía Unos días, La demora, El Lado ciego, Materia, Narración, Velocidad crucero, Un western del frío entre otros. Compiló y prologó Una experiencia del mundo, de César Vallejo (Excursiones, 2016). Periodista cultural y docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.

Battilana foto