Algo siempre sobrevive

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Diego Roel

 

El anillo del sol

 

No te adelantes.

Derriba el eje que te mantiene en equilibrio.

 

Párate aquí dentro, delante del círculo.

 

No te adelantes.

No abras, todavía, la boca:

busca el sonido que entre la palabra y el deseo

resplandece.

 

Hay que saber combinar materiales diversos.

Hay que hundir la lengua en esa zona

donde la Nada incuba el primer signo.

 

Un grano de arena sostiene el mundo.

 

 

Grieta del tiempo

 

Pero, ¿cómo vivíamos aquí,

en esta casa carcomida por el salitre de las olas,

en este suelo donde lo perdido

repite su nombre y se repliega?

 

¿Cómo podíamos vivir aquí?

 

Ahora sobre mi cara desova el tiempo:

mi vida se desgarra, pierde peso y consistencia.

 

El país es un animal que ya no encuentra su alimento.

 

¿Cómo podíamos vivir aquí?

 

 

Casi nada

 

En esta celda no hay puertas ni ventanas:

dormimos sobre esteras de aire.

 

Atados al umbral del sacrificio

hace cuarenta días yacemos.

 

Nosotros vemos lo blanco en lo negro.

 

Ojo oscuro, viento del sur:

¿qué mano nos sujeta y nos pierde?

 

 

Diego Roel, (Temperley, Bs.As. 1980) Publicó los libros Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación, Diario del insomnio, Cuaderno del desierto, Las variaciones del mundo, Los jardines del aire, Dice Jonás, Vía Lucis, Kyrios, y Las intemperies del mar. Los versos presentados pertenecen a su más reciente libro shibólet (Griselda García Editora, 2018).

 

Una articulación diversa

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Felicitas Casillo

 

 

Pichi Leufú

Pichi Leufú significa
pequeño río.
Y en el sur zurce la estepa
amarilla
como un cordón azulino.

 

Jardinero

Cuando él volvía de quemar las hojas,
el humo le salía por los puños de la camisa
como antes había crecido
desde los nudos de las ramas.
Lo seguían sombras de agua en las paredes.
Suyo era el tiempo que pronuncian los ríos.

 

La trama de este hombre

La mañana oblicua inflama las butacas.
Afuera los trabajadores repiten
la diligencia y el ritmo
de todos los peones del mundo
en las estaciones de tren.
Descubro alguna similitud
entre los pestillos de esta formación
y el herramental de un gabinete de ciencia.

Abro un libro que cargo desde hace semanas.

Un anciano se sienta junto a mí.
Las mangas de percal le aprietan las muñecas.
Sacude las páginas de un diario gratutio
para enderezar el papel.
Se demora en los caballos.
Finalmente cierra el pliego
y guarda los anteojos contra el pecho.
Sobre el regazo descansa
la llagada carnadura de sus manos.

La trama de este hombre
no me deja leer.

 

Una articulación diversa

El sotobosque asciende hasta los pedreros de granito.
Algunas grandes rocas nos despeñamos hace tiempo.
Rodamos con estruendo y gloria por los cañadones.
Después mantuvimos tratos menudos:
bandurrias, chucaos, carpinteros.

Ahora de vez en cuando se distingue
sobre el rezongo de la cascada
una articulación diversa.
El eco disonante entre la bruma
de la voz única del principio.

Vienen de la planicie.
Parecen cachorros torpes y risueños.
Evitan los tábanos y señalan lagartijas
en los parches luminosos del camino.
Nos acarician al pasar y se alejan

Son de agua por dentro.
Contra sus palmas resuenan
los cauces del paraíso.

 

El gran enero  

Este jardín es una promesa.

El año que pasó toma cuerpo de titán
y aguanta el balcón de la memoria.
La arena volcánica abunda entre los pastos.
Huele todavía a las entrañas del mundo,
a pólvora o a sol, como todas las piedras.
La luz, en cambio, resulta compasiva.
Nimba los cuerpos contra las tardes de mariposas.
La presión del agua es mucha.
Los regadores giran como fábricas.
Su silbido apagado señala el crepúsculo.

Desde una silla, el mundo es de mi madre.

 

Felicitas Casillo (Bahía Blanca, 1986). Profesora e investigadora especializada en análisis del discurso y estudios sobre cultura. Publicó en poesía Puré de abejas (Vinciguerra 2010). En 2013 su poemario Las orillas obtuvo el tercer premio nacional de la Fundación Argentina para la poesía. En 2017 publicó El gran enero (Ediciones del Dock), del cual se extractaron los poemas aquí presentados.|