La justa luz

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María Chemes

 

Padre

¿dónde estabas cuando no me vestí de princesa?
cuando las muñecas quedaban desnudas en la cunita de paja…
me puse un cuerpo para amar
no te conté
tanto amor en una sola escena
el café se enfría
la memoria agoniza
no sabías mirarme
no sabía esconderme

danzando al compás de tu posible deseo
en tu mirada perdida
no pude verme

con las mas bellas manos 
sin romper en puños de vida

te amé sin elegirte

 

extrañarte siempre
como quien no llegó a la cita
o quien siempre está por llegar
a la edad que no recuerdo
un día con la luz justa para el retrato

 

*

 

Diciembre nos había encontrado respirando juntos
el calor no nos interrumpía
el temor parecía un refugio
sólo latir y permanecer…

sabernos nos daba belleza
inmunes al olvido 

 

*

en la retina de tu piel están mis caricias…
                 las que vengan después
                 cantarán su ausencia

toreo desdenes
           mientras enebro preciosas gemas
           espejos
esquivo tus silencios como poseída por una extraña melodía 
                 cuando vuelvas a mirarme 

tendrás las manos llenas de mi
            para saciarme

 

María Alejandra Chemes: Buenos Aires 1962. Publicó los libros de poesía  A rodar la niña (1987) y Los lejanos amantísimos (1993, Tierra Firme), Brazos de ningún vacío (Paradiso, 2012) y en 2016 la nouvelle Zapiola es una calle eterna. Ha realizado performances donde se unifica la puesta teatral,el tratamiento vocal y la escenificación poética. Es cantante y da clases de canto en su estudio en Buenos Aires.

 

 

 

 

 

El tiempo es una piedra efervescente

valeria pariso foto

Valeria Pariso

 

 

1

 

Ana tiene

un tatuaje sobre el hombro

por donde le sale una frontera.

 

El dibujo de un círculo de araña

recuerda la leyenda de Samimbi.

 

Por Samimbi fue creado el ñandutí.

 

La batalla era otra y sin embargo,

una tela de araña,

tejida a mano,

es un conjuro contra la desesperación.

 

Así lo aseguran las mujeres que saben.

 

Ana lleva tatuado

en su hombro izquierdo

un círculo de encaje

de hilo finísimo.

 

La rama queda lejos.

El amor queda lejos.

 

Pero el viento

mueve las velas de las catedrales.

 

Y Ana no es mujer de poca fe.

 

 

2

 

Ramiro fue llevado a Bahía Blanca

para cumplir con el servicio militar.

 

Él escribe cartas donde dice:

 

“El tiempo

es una piedra efervescente.

 

La distancia

se aprieta y se desarma

como una

uva negra

entre los dedos.”

 

Entonces,

Ana

tiene la certeza

de que nadie

la querrá como Ramiro.

 

 

3

 

Cuando la hermana de Ana

trae

bolitas de eucaliptus,

su madre,

que se llama Antonia,

las pone a hervir

en una lata.

 

Pica el vapor

que crece

como un árbol,

los pulmones

de Ana

se marean,

y ella queda

ebria

de silencio.

 

 

Valeria Pariso (Buenos Aires, 1970), publicó los libros de poesía Cero nivel del mar (2012), Paula levanta la persiana (2013), Donde termina esta casa (2015), Del otro lado de la noche (2015), Triza (2017) y La trilogía –Uva negra / Mascarón de proa / El castillos de Rouen- (Vela al viento ediciones patagónicas, 2018), al cual pertenecen los poemas presentados.

El bruto muro de la casa impropia

Cesario foto

Alejandro Cesario

 

 

Escarcha

 

No hay sol,

tampoco noche.

Espera que escampe.

 

Hay un sueño terco

que se socava

a un costado de la ruta.

 

Allí se vende fruta fina.

 

 

En la escalera

 

Melopeya en el ayuno.

Arrumaco en el degüello.

 

Una canta la sorda cadencia

sentada en el umbral.

 

La otra monserga

su ocarina marrón.

 

Crótalos naranjas en sus manitos ahuecadas,

tal vez desangeladas.

 

Una lleva una panza mendiga

gajo a punto de nacer.

La otra un roto trebejo.

 

Tres calderillas que no alcanzan

coloco en su jarro de lata.

 

 

Intemperie

 

Entre árboles sacudidos por el viento

puedo oler los tilos.

 

Amordazan los badajos mohosos.

Goznes oxidados en la puerta del convento.

 

Trapos, latas, palos, plantas.

Escondido detrás de un matorral,

tapado con una manta de dril,

asustado bajo un cirio que iluminan sus retinas.

 

 

Alejandro Cesario (Colegiales, 1967) Publicó la novela Esas miradas tristes –un viaje por la Patagonia y los libros de poemas El humo de la chimenea, Fragor de borrascas, Ciervo negro, Estación de chapas, La última sombra y El bruto muro de la casa impropia (Ediciones La yunta, 2018) al cual pertenecen los poemas presentados.

 

 

La mitad de las cosas del mundo

Nurit foto

nurit kasztelan

 

 

Una red invisible

 

Hay una red invisible de gente

que sostiene las cosas

que hace algo para que vos

no te caigas

te quedes en tus cinco años.

Estás afuera en el jardín

con tu frasco de vidrio

atrapando las hormigas

las juntás con las manos

con cuidado de que no se mueran

que se acomoden de forma precisa

en la hoja que para vos es un colchón.

Todavía entendés

solo la mitad de las cosas del mundo

y la que ahora quiere el frasco de vidrio

soy yo

para apresar este momento donde el presente

está más allá de vos y de mí.

 

 

Intento inútilmente congelar recuerdos

 

Como quien mira por la ventanilla un paisaje

cuyo desvío es tan lento

que pareciera que no sucede,

así pasan mis días.

Cambiaría tanto

por tan poco:

que se arregle el calefón

seguir el orden natural de las cosas

congelar los recuerdos.

Descalza en una alfombra vieja

miro con insistencia el reloj de la cocina.

El esmalte de uñas ya está seco.

Pleno verano y yo

con medias de nylon color verde.

¿Existe humillación más plástica?

Sí, la que pasé la noche en que tuvimos

una discusión teórica.

El me enseñó

que la palabra pezón, en alemán

es una mala palabra.

Hoy la mañana se estanca en el pudor

de un camisón demasiado escotado.

Y lo que tengo para decir

pareciera escribirse en un lenguaje en desuso.

 

Nurit Kasztelan (BsAs. 1982) publicó: Movimientos incorpóreos (Huesos de Jibia, 2007), Teoremas (La propia cartonera, 2010), Lógica de los accidentes (Vox, 2013), O amor era um jogo inestável (Nosotros, San Pablo, 2018) y Después (Caleta Olivia, 2018), al cual pertenecen los poemas presentados. Codirige la editorial Excursiones y gestiona la librería Mi Casa.

 

Liebres muertas debajo de la nieve

Vero foto

verónica pérez arango

 

Mi nombre es Alan Estauce y nací para viajar
más rápido que el sonido. Cuando era chico
solía jugar en el patio trasero de la casa. Tenía
herramientas de distintas formas y materiales.
En invierno escondía liebres muertas debajo de la nieve.
Muchas veces creí que la luz que salía del hielo al derretirse
era El Señor con un mensaje, me susurraba al oído
mientras el agua helada de las plantas iba cayendo en gotas
sobre el piso de hierba. Desde entonces creo
que voy a fundirme con el aire. El viento va a descomponerme
en moléculas. Mis brazos, mis piernas, la barba y
el corazón, las costillas y el hígado, mi estómago
y el pene, disueltos entre el olor de las estaciones: el invierno
de chocolate; la vejez monocroma del otoño; el sexo
en primavera; el derroche del ocio en verano.
Nadie podrá ver al hombre si desaparezco. Ahora mismo
corre por el patio de atrás una pequeña liebre dorada.

*

La mañana del sábado el diario local triplicó su tirada.
La noticia despertó muy temprano a los habitantes
de Nuevo México, que no volvieron a acostarse
tan grandes e insomnes tuvieron los ojos durante el día.
Ayer viernes, nuestro vecino Alan Eustace
de 57 años de edad, saltó desde un globo
a 41.419 kilómetros de altura y alcanzó
una velocidad máxima de 1.323 km/h.
Unos 90 segundos después de iniciar el descenso
superó la barrera del sonido. Pudimos oír
un pequeño estampido sónico. Nuestro hombre
continuó descendiendo hasta desplegar
su paracaídas. Como un pájaro
que no puede dejar su nido aterrizó
cerca del punto de despegue en el aeropuerto de Roswell
Nuevo México. En total, el viaje de regreso
desde la estratósfera sólo duró un cuarto de hora.
El traje espacial que se puso era hermoso y brillaba.
Cuando llegó a la Tierra otra vez, dijo “Soy feliz.
Pude sentir la oscuridad del espacio
y las capas de la atmósfera, que no había visto nunca.”

 

Verónica Perez Arango, Buenos Aires 1976, publicó la plaqueta La desdentada, y los libros Camping (Vox, 2010), Un dibujo del mundo (Ojo de Mármol 2014), La vida en los techos (Colectivo Semilla, 2016) y Hielo Incandescente (Caleta Olivia, 2017), al cual pertenecen los poemas presentados.

Como si todo estuviese ocurriendo

Jorge Aulicino foto

sobre Mar de Chukotka, Jorge Aulicino (Ediciones Del Dock, 2018)

 

“Una y otra vez nos fabricamos / y el espíritu no es nunca el nuestro”. Si como dijo alguien, el poeta es una antena capaz de captar en lo diverso los cambios de una sociedad, la poesía de Jorge Aulicino ausculta las imágenes de la cultura, sabe que en lo domesticado de la naturaleza (porque otra casi ya no existe), en las manufacturas, los  residuos, late una especie de espíritu que nos llama a buscar, ir más allá de nosotros. Lo que amalgama lo real no es algo metafísico, está en los materiales que el poeta escruta y revisita, nítidos y presentes, y de pronto insondables.

El aliento narrativo de la poesía de Mar de Chukotka es solo el maquillaje para hacer visible el grano de una historia, o de la Historia; el viaje por los tiempos, las latitudes, las tradiciones, son la forma de expresar un presente que se asienta en el gato en la ventana, la luz cayendo de determinada forma, un automóvil viejo con los asientos repletos de libros. Constantes variaciones, infinitas excusas, son la puerta entornada que se abre hacia el vacío que todo lo sustenta, algo que sin embargo no está fuera de la historia sino que más bien es su propio movimiento.                                                                                             Todo lo que se describe se hace idea (“no ideas, sino en las cosas”, decía William Carlos Williams) pero aquí la sintaxis tuerce cualquier fijeza, envía a andariveles ajenos a la lógica esperable. Como las frías costas del Mar de Chukotka las fronteras se renuevan, los limites se corren, la pregunta por la representación se hace fuerza verbal : “ lo que sucede es el hielo / como si nunca sucediera, / el hielo / tu página en blanco / son siluetas, tu escritura / bordadas momentáneamente en el hielo / momentáneamente, / porque lo que sucede / es el hielo”. El hielo, como el desierto, los parajes desolados, puede ser la metáfora de la eternidad, o de la nada, allí donde desagua y se diluye el teatro del mundo, porque en verdad “todo es como si no hubiese sucedido / O es todo como si estuviese ocurriendo”.

Hace unos años en un reportaje, Jorge Aulicino dijo que prefería tomar distancia de lo personal en lo que escribe, como si la autorreferencialidad entrañara una especie de mal: “Cuando empiezo a escribir trato de ubicarme en un paisaje, aunque sea el de este bar. El juego que uno trata de hacer no es ver la historia desde afuera, sino verse en la historia, verse en ese paisaje.” La voz de los poemas de Aulicino encarna a ese sujeto que se observa a sí mismo, un otro que se mueve entre las cosas, las celebra, duda o descree.  El dialogo con la literatura (desde Dante y Homero a Apollinaire o Saer), se ha imbricado a la vida cotidiana como un interlocutor más con el cual compartir pensamientos, teorías y esperanzas. Una sintaxis musical, derivativa, que alterna el vos y el tú, el registro coloquial y otro más “literario”, más admonitorio, fogonea el impulso de decirlo todo, de abordar lo real por desmesura , aun sabiendo que semejante empresa está condenada al fracaso.

Con todos  los poemas de este libro podríamos listar categorías (política, filosofía, mitos, bártulos, industria), configurar sistemas que en sus cruces, en sus anomalías, vuelvan a hacer visible el mundo, atendible el espacio, como los osos blancos que por la quebradura de los hielos no llegan a la zona donde están las focas, “pasean por la aldea /saqueando los contenedores de basura”.

El filósofo Gilles Deleuze dice que tratamos de estructurar un orden lógico, una especie de “paraguas” para protegernos del caos, y que la ciencia, el arte y la filosofía quieren que desgarremos ese firmamento, corramos ese límite. El Mar de Chukotka, en el Océano Glacial Ártico, es también ese horizonte,  esa luz fantasmal  que nos punza a seguir, a ir más allá.

mario nosotti, revista Ñ (N° 788, 3/11/2018)

 

selección de poemas :

El día será oscuro