Frases que se cortan con cuchillo

María Negroni

sobre El corazón del daño, María Negroni (Random House, 2021)

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Hay muchas formas de escribir la propia vida. Una de ellas es a través de lo que queda al margen de los hitos, o tomando partido por determinadas series, inasibles y a la vez modeladoras como un fuego.  Podríamos decir que a María Negroni se le imponen en este libro dos líneas que dialogan (o luchan), que pivotean una sobre otra: la de la madre (“el amor de mi vida”, omnipresente y provocadora en todo el libro) y la de la literatura.

Como ríos que corren paralelos pero cuyas ramificaciones a menudo convergen, la relación con la madre es la relación con la lengua. Es una relación que se escribe. “No había libros en la casa de la infancia”. “Sí había!”, le retruca la madre. Se trata entonces de indagar, de volver a preguntarse y preguntar, de emerger sin morir de un diálogo enloquecedor. “Voy a crear lo que me sucedió”, dice la cita de Clarice Lispector que abre el libro.

Hacer surgir la voz de la madre es escribir la biografía de la propia lengua, de la voz personal, exhumando lo que hay en los pliegues de la historia heredada, “soy, acaso, esta larga y lenta mirada de la niña que fui, sobre el centro radiante de la incomprensión”.

Examinar la relación fundante, auscultar  el corazón del daño, es escribir. Y escribir es también volver a preguntarse una y otra vez sobre la práctica, sobre ese no saber. Recordar, inventar, revisitar,  leer, sobre todo esculpir cada frase con una autoconciencia aterradoramente lúcida, más allá de la trama, en la propia intemperie del lenguaje.

Desde la infancia de la narradora hasta la decadencia y muerte de su madre, pasando por la adolescencia, la militancia, las lectura, los viajes, las mudanzas y las separaciones, la maternidad, El corazón del daño es casi un testimonio literario, autoficción cosida con el hilo de la literatura, y sobre todo el largo e intrincado recorrido de formación de una escritora.  Negroni revisita uno a uno sus libros; son sus publicaciones las que pautan la cronología de esos días, su forma de diferenciarse, de ajustar cuentas, de crearse a sí misma.

Hay un momento central, después de una separación, en el exilio interior neoyorquino, y es justamente de esa tierra arrasada donde empieza a sonar el rumor de la poesía.

Contundencia, rabia musical, una exclusión que alumbra, lenguaje que desborda la frontera entre prosa y poesía, saber del ritmo. Desde el momento en que la niña empieza a leer y ya no para, la lectura se convierte en la forma de aprehender el mundo. Leer  la propia historia a través de los autores que llegan como estrellas fulgurantes, que son los que inoculan la pasión de escribir. El libro es un compendio de citas de escritores amados: Djuna Barnes, Edmond Jabés,  Emily Dickinson, Juan Gelman, Marina Tsvietáieva y la lista sigue. Una lengua que inventa sus términos, o pone en primer plano expresiones familiares, frases hechas, esas con las que la madre -cuyas frases “se cortan con cuchillo”- la machaca.

“Tu cuerpo fue siempre una espera, madre. Ahora mismo, en este enmedio de todo, te estoy haciendo una pregunta inmensa: este libro. Y no contestás.”

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Mario Nosotti (Revista Ñ 11/09/21)