LOS ESPÍRITUS HABLARON POR MI BOCA

Poemas de CARLOS J. ALDAZÁBAL

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Tierra (Honath)

Aquí vivía el anta, y vivía la avispa,

vivía el árbol grande y el arbusto pequeño,

vivían los quirquinchos, el jaguar y los pájaros.

Y vivía la gente.

Aquí corrió la miel, corrió el agua y la sangre,

aquí brotaba el pasto, el chaguar y otros verdes,

aquí cantó el silencio, el crespín, la torcaza.

Y cantaba la gente.

Vivían y cantaban. Andaban y reían.

Era poca la pena y eran buenos los días.

Soñaban y nacían, comían, caminaban,

juntaban muchos frutos, pescaban muchos peces,

sabían que las vueltas que tienen los caminos

son huellas del futuro que marcan lo que ha sido,

lo que es, como siempre, lo que nace y que muere,

las formas de la tierra, las formas de la gente.

Esta tierra era hermosa.

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Monte (Tayhi)

En el horizonte divisé un resplandor.

Pudo ser el amanecer o la tarde, pero no era nada de eso.

Se trataba del límite del monte,

y en esa playa que daba al río

el límite era una chispa que salpicaba la oscuridad.

Porque en la noche el espíritu del monte dice

“Visionario sereno, te entrego estas imágenes”,

y su decir es una explicación de algún misterio,

y ese misterio es parte de su espíritu,

cerrazón donde los monos se aparean,

donde el puma caza, y la lampalagua hace la digestión.

En el monte las luciérnagas se sonrojan y se ocultan,

discretas ante la levedad de la corzuela.

Y en el monte las lechuzas desenrollan

la sabiduría de la oscuridad,

de lo que no se comprende pero se presiente.

“Visionario sereno, te entrego estas imágenes”.

Y un pavor llenó mi alma. Y los espíritus hablaron por mi boca.

Y temblé y tuve odio, y tuve hambre y pena,

y me arrastraba moribundo por mi propia premonición.

Yo era el monte, y entraba en mi agonía,

desahuciado, hundido, terriblemente solo,

abandonado en la soledad de lo que muere.

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Espíritu peligroso (Tokhan)

¿Cuántas veces peleamos?

¿Cuántas veces, vencido, vi derrumbarse el techo

mientras las manchas se diluían en mis ojos

y la ceguera paralizaba mi entendimiento

y los árboles morían en un chasquido inexplicable?

¿Y cuántas veces logré expulsarte, espíritu peligroso,

serpiente de mil nombres, acechante veneno para el talón desprevenido?

Yo agradezco la batalla, y escupo para ver en los ojos del mensajero,

el mismo que dijo con voz de gorrión:

“Viene el día, y con él el momento de la prueba”,

o “Viene el anochecer, y en su regazo el insomnio de la duda”.

Una vez fue un colibrí lo que aleteó en mis ojos,

mensajero de fragilidad inaudita, de fortaleza meteórica,

y con cada aleteo el peligro aminoraba

y se fortalecía la victoria del astuto.

“¿Por qué duelen las pruebas?”, pregunté al mensajero,

antes de que vos, espíritu peligroso, volvieras traicionero a emboscarme.

Porque tus golpes tienen dureza de algarrobo

y engañan el corazón como la aloja.

Porque tus golpes son remolinos,

viento despeinando la certeza de la bondad del hombre.

Porque tus golpes arrinconan, como la hormiga que destroza al pichón caído,

como el agua desbordada que carcome la madera, pudriéndola de a poco.

Pero aquí estoy, espíritu peligroso, intacto y desafiante,

sobreviviendo a todos tus embates en el aletear de un gorrión, de un colibrí.

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Pasionaria (Samokitaj)

Nubecita que llovés en mis ojos,

ventisca que escupís el arenal para que vea,

así te encuentro, mensajera del furor

y me desarmo en gorjeos,

como si un pajarito te cantara.

Después viene el enojo,

el hombro levantado de la ternura

que me hace desbaratar la previsión,                          

y luego del enojo, pastizal comido por el fuego,

la delgada inocencia de una boca que dice:

“Cantorcito desalmado que me hacés de tu séquito,

yo te enciendo en la ventisca arenosa

para que me veás y logrés encontrarte,

esforzado rastreador, vos que no sabés de tu presa

más que el sonido de las ranas, el sonido de la tormenta,

esa que viene, agua de río, para hacerte escarmentar”.

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El dueño del pescado (Woch´otey)

El pescado vino a decirme:

“No tendrás los ojos abiertos

hasta que mi dueño hable en mí”,

y comprendí el designio del espíritu que habla en el pescado,

y fui llamado por mi nombre a orillas de ese río.

Antes de ser yo era una burbuja que salía de las branquias,

aceite sobre el barro de la profundidad,

cadáver de animal que lleva la corriente.

Antes de ser yo, era la turbiedad del río.

Así encontré mi nombre:

sagacidad pulida en lo profundo,

extendida en la red, puesta en la lanza,

arrojada en el destello a la promesa.

Y fui yo en el banquete del nombre devorado,

y el dueño del pescado habló por mi cadáver

alimentando la tierra con el resplandor de mis escamas.

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Paraje (El Suri Porfiado 2022) de Carlos J. Aldazábal tiene una dimensión celebratoria que de apoco desagua en la tristeza de un mundo que parece irremediablemente perdido. Poesía antropológica dice la contratapa, pero creo que se trata simplemente de poesía, una que nos religa a la energía deslumbrante y terrorífica de la naturaleza y las cosmovisiones que la sustentan, arrasadas ambas día a día sin el menor escrúpulo. Es el tipo de poesía que nos ayuda a ver, a volver a escuchar en un mismo sonido lo que hubo, y lo que todavía resiste.

Como en Nadie enduela su voz como plegaria (2003), referido al genocidio padecido por los selknam de Tierra del Fuego, los poemas de este libro se nutren del profundo, maravilloso universo del pueblo Wichí, los parajes del Chaco salteño, el saqueo de su hábitat, las violencia que sufren las mujeres. El libro obtuvo el primer premio del FNA 2021.

Mario Nosotti

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