El mal menor de Mónica Sifrim (Editorial Bajo La Luna)

monica

Un arte de nombrar

Por Mario Nosotti

Este es un libro sobre el comienzo. El comienzo de algo y su transmutación constante. Dos momentos diversos enlazados en la función poética: el instaurar primordial de la palabra y la recuperación de su sentido. Las varias alusiones a las Sagradas Escrituras se transforman en dobles de la humana experiencia de escribir; escribir a su vez más que humano, ya que la escritura nos religa a un horizonte insondable.

A través de una sintaxis limpia y cincelada, despojada de elucubraciones, Mónica Sifrim hace un trabajo artesano: coloca las palabras cual teselas arman un mosaico donde lo bello surge de lo imprescindible. Escritura con aire, con blancos abundantes, donde los versos breves evocan una hechura primordial; nombrar o plantar algo como por vez primera en la faz de la tierra. Y es Adán el que nombra, siguiendo los afanes de un Caeiro, que el río sea río, no como identificación o mimesis, sino como poiesis, la irrupción de la piedra en medio del camino.
Hay por lo tanto ese anhelo común a todo poeta: palabras que en lugar de señalar el objeto lo manifiesten, incluso sin recurrir a la metáfora, “a la encina que se llame así: / encina, encina // el ave en su avedad / la rosa, rosa”. Verbo performativo,  creador de las cosas y armador del mundo. Y luego la otra instancia: esa misma palabra ahora desgastada por el uso, convertida en apenas un rótulo, en un señalamiento de lo oculto,  busca recuperarse a través de su engaste en el poema.
Este juego de hacer, de perder y restaurar, no persigue una lógica dialéctica. Mas bien funciona como una intermitencia natural, discontinuo que fluye y despeña verso a verso. Son estos movimientos de escritura, como se dijo antes, paralelos formales al motivo del génesis y de la resurrección bíblicas. Como ese Zigurat* que encabeza y titula la parte central del libro, hay siempre un tender hacia y un origen.

Por medio del relato de distintos sucesos, los poemas inquieren sobre la naturaleza del lenguaje, sobre el puente que liga las palabras y las cosas. La búsqueda de la verdad corre en zig-zag, de tropiezo en tropiezo, y su descubrimiento es “un pigmento / que una / pincelada / sola / no podría mostrar / y otra pincelada / cubriría”.

La escritura de Sifrim tiene entonces el “don de majestad” que se ejerce nombrando, imponiendo sentidos (invocándolos), y animándose a desarrollarlos. Pero a la vez posee “don de gentes”, como en ese poema de mujeres que deshace la bruma de una espumadera.
Versos breves, a veces de tan solo una o dos palabras, que son como incisiones en las tablas de arcilla.  Muchos de los  poemas funcionan cual oráculos, dictámenes cargados de ambigüedad y de natural belleza: “Hay hadas que se duermen en cuclillas / Oteando el horizonte / Cuando haga frío / No tendrán morral / El ermitaño sabe administrarse / Cabe al oso retirarse a soñar”.
Con este cuarto libro (los anteriores son, Con menos inocencia, Novela familiar y Laguna), Mónica Sifrim consolida una obra contundente, cuya inusitada nitidez y vuelo destaca entre las más significativas de su generación.

* templo sumerio que entre otras cosas simbolizaba un puente entre el cielo y la tierra.

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Mónica Sifrim nació en Buenos Aires en 1958. Egresada de Letras de la UBA. Publicó Con menos incencia (1978); Novela Familiar (1990) y Laguna (1999). Recibió la beca del Fondo Nacional de las Artes para la creación en poesía en 1997 y la Beca Fulbright en Letras en 1999. En 2002 organizó el ciclo “Flora y Fauna” en la Casa de la Poesía de la Ciudad de Buenos Aires y fue invitada a participar del festival internacional de poesía de Troís-Riviéres, Québec, Canadá, en su edición 2005. Poemas suyos fueron traducidos al inglés, al alemán, al portugués y al francés y han sido editados en diarios, revistas y antologías del país y del extranjero.

Actualmente, coordina talleres de escritura creativa y lectura.

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Ensayo y serenata de Hilda Rais (Ediciones Del Dock, 2010)

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Lúcido veneno de incertidumbre

Por Mario Nosotti

Cultivar la renuencia, una forma posible de pararse ante el mundo, el enigma que somos, pero ante todo un modo de lidiar con el lenguaje, de trabajarlo. Ante lo inabordable de lo real y la evidencia de eso que, nos queda grande, descubrir otra fuerza, otra forma de tránsito. Como dice la cita de Clarice Lispector, “su hazaña es, sin conocerse, entretanto, proseguir”.

Por medio de un lenguaje despojado, hecho de imágenes enjutas y oscilaciones leves, Hilda Rais construye un pensamiento. Si hay ideas, conceptos (y vaya si los hay), será sólo a partir de aquéllas menudencias. Ensayos, serenatas, repiques de una voz que exhibe sin pudor ni corrección: “me canso de escuchar como estás / quiero que sepas cómo estoy”.
Los poemas avanzan a través de tensiones (cultivar la renuencia / clavarse los puñales), que siempre se resuelven torciendo hacia un lugar inesperado. Ese tembladeral arranca una sospecha primordial: el lenguaje es precario, la comunicación está expuesta a los vientos del equívoco, la malinterpretación, el tono (“qué malicia descompone lo que hablamos”).
Pero la vida sigue, uno se las arregla. Es este el hálito, la actitud de la voz que sobrevuela el libro. No hay queja, ni lamento. Hay altivez. Resignación a veces. Aceptación vital de ese desorden.
En el mismo sentido corre el sutil despecho ante un psicologismo que cree en comprender y mejorarse. Hay un conocimiento subterráneo en cambio. La fuerza de otro orden, intuitivo y vital. Así podría leerse el daimón de este libro: algo funciona sólo y sabe lo que hace más allá de nosotros, de nuestras intenciones. No es fácil entregarse. Tampoco hay garantía de reposo o de felicidad. Pero una procesividad oculta deja de obstruirse, cierta naturaleza puede circular.
A prudente distancia del lirismo, la actitud estoica y el desapego meditador, Hilda Rais se entrega cotidiana, un poco descreída a lo que ha de venir. Temas como la vejez y el deterioro físico, recurrentes a lo largo del libro, se tratan sin trascendentalismo, con un toque de humor compasivo, sin que esto impida (al contrario), enfrentarse a los hechos, padecerlos: “no quise envejecer, era mejor morir / pero ahora no tengo ganas”. Apuesta a lo presente. Salir de las funestas  proyecciones haciendo de las tripas corazón: “mientras el cuerpo aguante el agua entre las manos / sostengo los deslices de lo que tal vez caerá”, “¿la furia se anuncia con tanta calma?”.
Finalmente la poeta deja en claro su ansiedad de desvío ante aquello que fija identidad o genealogía. Contra la “santuarización”del género, la herencia y el origen, poner constantemente en duda una  certeza ciega: “creer que descender arraiga”.

Como en sus dos anteriores libros de poesía (Indicios, ed. De La Campana 1984; Belvedere, Tierra Firme 1990), Hilda Rais vuelve a pensarse y a pensar mirando de soslayo,  riendo de lo mismo como forma de amor, de aceptación. Zancada tan cabal al drama le dan a esta poesía vitalidad y don de juego, ese su “acribillar la madurez”, en la extraña conciencia de que “nadie está sólo bajo lo que nos irá cayendo”.

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Hilda Rais Nació en Buenos Aires en 1951. Ha publicado: Diario Colectivo, con María Inés Aldaburu, Inés Cano y Nené Reynoso (ed. La campana, 1982). Indicios, poemas (Ed. La Campana 1984). Belvedere, poemas (Libros de Tierra Firme, 1990; reeditado en 1996). Salirse de madre, narrativa, con otras autoras (Croquiñol Ediciones, 1990). Locas por la cocina, prosa satírica, con otras autoras (Editorial Biblos, 1998). Obtuvo el 2º Premio Iniciación de la Secretaria de Cultura de la Nación (1983) y la Faja de Honor en Poesía de la SADE. Cofundadora de Sudestada –Asociación de Escritoras de Buenos Aires- (1999-2004) que organizó el Encuentro Nacional de Escritoras “con esta boca en este mundo”, Buenos Aires, 2000. Participó en congresos, mesas redondas, lecturas de poesía, fue jurado de concursos literarios y coordinó talleres de escritura. Publicó trabajos sobre feminismo, mujeres y literatura, poemas y artículos en diversas publicaciones nacionales y del exterior.

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