Confusión
A poco de andar por un camino que zizaguea entre
villorrios y caseríos en ruinas
el conductor de nuestro coche de alquiler pierde la
poca paciencia que le queda.
No culpo a ese hombre de espaldas flacas: si los lazos
afectivos no me unieran a la persona que viaja a mi lado
tampoco tendría reparos en pedirle (por el bien de
todos) que se calle
pero no es justamente el caso y poco me importa lo
que piense un extraño al volante
que ha cobrado el doble de la tarifa habitual aprovechando
nuestra urgencia.
Aunque entienda que no tiene porqué mostrarse
comprensivo con un hombre de voz acatarrada
que no ha dejado de anunciar una sola curva advertido
por los carteles de la banquina
como si estuviéramos por precipitarnos en la pendiente
más pronunciada de una montaña rusa
le pido que se limite a hacer el trabajo por el que está
sentado allí adelante.
Papá entiende que sus hijos se ocupan ahora de las
vicisitudes del camino
y se olvida por un rato de las señales de tránsito: con la
cabeza volcada hacia atrás mira a través del parabrisas
un cielo que se ha poblado de raras y hermosas nubes
que lo sumen en una especie de místico arrobo.
Si duda el efecto del alcohol y las pastillas que apuró
antes del viaje acuciado por la idea de despedirse para
siempre de su padre
un tema caro en él (a un padre no se lo elige, sic) nos consta
ha incidido en la factura poética de las imágenes que
papá recoge de un camino anodino.
Es verdad que nos resulta un poco cómico su evidente
estado de gracia y largamos de vez en cuando alguna
que otra risotada
pero tanto mi hermana como yo consideramos que
ahora se esta pasando francamente de la raya
obligándonos a bajar del coche que aguarda con el
motor encendido
cuando sale del baño de la estación de servicio y
camina con el paso apurado
como un niño que sabe que está haciendo una nueva
travesura
hacia el verde sucio del trigal que se levanta detrás del
parque de camiones
y mi hermana le pide a gritos que regrese
mientras un súbito viento caluroso desparrama tierra y
pájaros negros sobre nosotros.
Diego Colomba, El largo aliento (Alción editora, 2016)